domingo, 2 de mayo de 2021

Capítulo 10

 Cristina y Alberto subieron al dormitorio de éste, se desnudaron completamente y, libre ya de trabas se entregaron al amor, vieron por fin cumplidos todos sus sueños de entrega mutua.

Se prodigaron miles de besos, caricias y confesiones, y cuando Alberto pudo por fin entrar en ella, se emocionó más allá de las palabras.


Cuando Cristina montó y cabalgó sobre su cuerpo, él la acarició posesivo. Ella, su amor soñado, la única mujer que era la dueña absoluta de su corazón, estaba allí, con él, entregándose completamente.


Albert quiso probarlo todo, experimentarlo todo, darle placer, amor, felicidad. Quería verla gemir de gusto, que disfrutara de su cuerpo, y ninguna de sus experiencias pasadas se pudo comparar con aquella sublime entrega.


Albert le abrió generosamente las piernas y la penetró a conciencia, embistió con ferocidad, hasta escucharla gemir desinhibida y completamente entregada a él.


Inclinándose se besaron ansiosos.

- Oh Albert… me vuelves loca…

- Y tú a mí, mi amor… - susurró sobre su boca entre beso y beso.



Volvieron a besarse profundamente cuando sintieron que llegaban a la cima, que la felicidad más enloquecedora se apoderaba de sus cuerpos y de sus almas.


Después sobrevino el sosiego, la calma, y ella se apoyó en el pecho masculino.

- ¿Estás bien mi amor? – le preguntó él.



Ella alzó la cabeza y lo miró.

- Bien es poco. ¿Cómo se puede ser tan feliz? Jamás había… disfrutado tanto como ahora contigo.

- ¿De veras? – Albert de repente pensó que Saria, Tifany y alguna que otra amiga más estarían enseñándole a Enrique cómo proporcionar placer a una mujer en la cama.

- Sí.



Ella se inclinó y besó sus labios una y otra vez.

Se había entregado a él, completamente, no era su marido y por tanto tal vez aquello no estaba bien, pero estaba siendo inmensamente feliz, y no pensaba arrepentirse por ello.



- Cris, estoy… loco por ti, ¿lo sabes? – dijo mirándola con sus cautivadores ojos verdes, - no quiero perderte, no quiero sufrir…

- Y no lo harás mi vida. ¿No sabes que soy tuya?, ¿que… eres el dueño de mi corazón y de mis sentimientos?



- Cielo mío, mi princesa, mi amor soñado…

- Albert, pase lo que pase, jamás te dejaré, siempre seré tuya, solo tuya y… para siempre. Te adoro.

- Y yo a ti, siempre…



Durmieron íntimamente abrazados, sintiendo cómo el cuerpo del otro se adaptaba al propio.

- Buenos días mi vida, - la saludó él en cuanto la notó removerse por la mañana.

- Buenas…

- ¿Tienes que ir a trabajar?

- Si claro.



Ambos se levantaron y se besaron.

- ¿Has dormido bien? – quiso saber él.

- Maravillosamente.



Cristina se metió en la ducha. No tendría más remedio que ponerse la misma ropa, ya que no tenía otra cosa, pero cerca del colegio había una tienda de ropa y podría comprar lo que fuera cuando saliera de trabajar. De lo que no tenía ganas ninguna era de ir a su propia casa y encontrarse con Enrique.


Cuando llegó a la cocina se encontró con que Alberto ya estaba allí.

- Oh, vaya, ¿estás preparando tú el desayuno?

- Claro cielo.

- Es que no estoy acostumbrada a que me lo hagan.

- Ya me lo dijiste, que Enrique considera que ya trabaja demasiado en el restaurante y no puede tener un solo detalle contigo, - dijo sin poder evitar ser irónico y mordaz.

Ella rió.



- ¿Y qué estás preparando?

- Tortitas, espero que te gusten.

- Claro, me encantan.



- Hay miel, nata y chocolate para echarte con ellas, lo que quieras.

- La nata y el chocolate para desayunar me parecen demasiado. Prefiero la miel.

- Yo también, - estuvo él de acuerdo.



Momentos después disfrutaban de las tortitas mientras charlaban de sus cosas.

Alberto creía estar soñando, ya que por fin estaba viviendo como siempre soñó: compartir la vida con la mujer amada, no yendo de flor en flor como antes. De todas formas tenía que preguntarle a ella cuales eran sus planes. No quería ilusionarse demasiado antes de tiempo.



- Bueno, yo hoy tengo un juicio. Tú vas a dar tus clases ¿no?

- Sí, y luego me compraré algo en una tienda que hay cerca, así me cambio de ropa.

- No quieres ir a tu casa ¿verdad? – preguntó ilusionado.

- Ni de coña, - sonrió.



Alberto la abrazó fuertemente estrechándola contra él.

- Oh Cris, tenía mucho miedo de que volvieras a irte, de quedarme sin ti, aquí, solo…

- No Albert. Sé que tendré que hablar con Enrique, pero ahora no me apetece en absoluto. Solo quiero estar contigo mi amor.

- Y yo contigo. Hasta luego cielo.

Ambos se despidieron y se fueron a sus respectivos trabajos.



Continuará

1 comentario:

  1. Qué capítulo más bonito pero imagino que algo pasará aunque no sé todavía el qué. El caso es que habrá complicaciones pues si no, la historia terminaría ya. Qué ganas tengo de que Cristina se encuentre con Enrique a ver qué pasa.

    ResponderEliminar