lunes, 31 de mayo de 2021

Capítulo 24

- Qué momento más… tenso ¿no? – dijo Cristina cuando Enrique y ella se sentaron en la planta de arriba.


- Y tanto que sí. Rubén no sabía cómo mirar a su hijo.

- Es que fue algo… impactante. Nadie espera ver a su padre… como os vimos allí, ya me entiendes. ¿Y cómo es que estás aquí? No te esperábamos.



- Acabo de mudarme. Voy a vender nuestra casa, así que tú recibirás la mitad del precio.


- Ah, vaya, no tenía ni idea. ¿Y cómo ha sido venirte aquí con Rubén?


- La última noche que nos vimos me fui solo a casa. Al día siguiente en el trabajo me echó la bronca mi jefe; por poco me echa ¿sabes?

- Claro, pero es que desapareciste durante tres días y no dijiste nada, compréndelo.

- Lo sé, es normal. El caso es que me quedé solo y… el mundo se me vino encima. Te echaba de menos a ti, claro, pero con Rubén he estado viéndome desde antes de que tú y yo empezáramos. Él estaba pendiente mía, me llamaba, me escribía whatsapps, me esperaba a la salida del curro aunque solo fuera por verme un momento, y todo eso desapareció de repente. Yo por… disimular delante de ti y ganarme tu perdón, lo dejé, mentí, ya sabes, y… claro, al no saber nada de él, empecé a echarlo de menos terriblemente.



- Enrique, acepta tus deseos, tus sentimientos, no les des la espalda nunca, porque lo puedes pasar mal.

- Y tan mal. ¿Sabes que me fui a los acantilados con la intención de tirarme desde allí?



- Dios mío, ¿en serio?

- Sí, sentía que mi vida ya no tenía sentido, que al perder a Rubén lo había perdido todo, pero al llegar allí arriba me lo encontré; él también estaba igual que yo, también quería acabar con todo, y en el momento que comprendí lo que estaba a punto de hacer, me di cuenta de cuánto lo amaba.



Cristina se levantó y abrazó fuertemente a Enrique.

- No se te vuelva a ocurrir pensar en quitarte la vida ¿me oyes? No quiero que te pase nada, quiero que vivas y seas feliz, y si tu felicidad está al lado de mi suegro, pues que así sea.



- Gracias Cristina. Me siento dichoso solo de pensar que voy a estar con Rubén día y noche, que cuando vuelva del trabajo, él va a estar esperándome. Y no pienso irme con más nadie, solo lo quiero y lo necesito a él.


- Cuánto me alegro Enrique. Se te ve hasta más guapo por lo feliz que estás.

- Gracias, y tú estás preciosa, mucho más esta noche.

- Anda, bajemos y reunámonos con los demás.



- Bueno qué, ¿habéis terminado de hablar? – dijo Cristina al reunirse con los demás en el salón.

- Sí, - contestó Alberto, - todo está bien, ¿y vosotros?

Mientras Enrique miraba a su amigo aún un poco cortado, ella contestó que todo había ido genial.



Entonces sorpresivamente Rubén abrazó a Cristina.

- Con el permiso de mi hijo, necesito abrazarte y demostrarte que no soy ningún ogro. Estás preciosa ésta noche. ¿Me perdonas por lo que te dije?



- Sí claro pero… ¿por qué me odiaba tanto? Me miraba muy serio, como… enfadado. ¿Por qué?


- Eran celos Cristina, no lo podía remediar. Tú eras la mujer que estaba casada con él y con quien se acostaba cada noche. Me dejó por ti, y por eso te odiaba, pero todo ha cambiado ahora y quisiera que nos lleváramos bien. Al fin y al cabo vas a ser mi nuera.

- Pues por mí no hay problema.



Mientras tanto, Enrique se llevó a Alberto aparte y ambos se sentaron.

- ¿Puedo hablar contigo un instante? – le preguntó Enrique.

- Sí claro.

- Quisiera pedirte perdón por… haberte quitado a Cristina hace años, por… haberme… acostado con tu padre para que él te alejara de ella. Lo siento de veras Alberto.

- Todo eso ya pasó, y los hechos han demostrado que las aguas siempre vuelven a su cauce; Cris era para mí, y tu destino era enamorarte de mi padre, ¿no es así?



- Sí, totalmente. Mi vida sin él… no tiene sentido.

- Solo te pido una cosa.

- Dime.

- Que cuides de él, que le seas fiel y no le engañes, ni a ti mismo tampoco, claro.

- Te lo prometo. Solo quiero estar con él y con nadie más.

- Más vale que eso sea así o te las verás conmigo, - sonrió, - ¿volvemos a ser amigos de nuevo?

- Claro, eso siempre, y tú cuida y sé bueno con Cristina. Ella se merece a alguien que la quiera de verdad.



- Tenlo por seguro, - dijo Alberto mientras los dos se levantaban.

- Bueno gente, - dijo Enrique, - dejaos de charlas y vámonos, que tenemos algo que celebrar.

- Muchas cosas, - afirmó Rubén.



- Nuestro compromiso y el comienzo se vuestra vida juntos, papá.

- Eso, y la vuestra también. Vamos a ser todos muy felices ya lo veréis.

Cristina, feliz y animada, lanzó un grito de victoria.



Un rato después, en una sala de fiestas y ante la presencia de sus padres, Enrique, Max y algún que otro curioso, Albert se arrodilló ante Cris, le pidió matrimonio y le ofreció una preciosa sortija de pedida. Todos contemplaron la escena sonrientes y emocionados.


Y tras el rotundo sí de ella, ambos se besaron.

Por fin iba a ser suya, por fin había dejado de volar de flor en flor e iba a hacer su nido donde siempre quiso hacerlo, en los cálidos brazos de la mujer soñada, la mujer que había amado toda su vida.

Luego hubo brindis por el amor, el de ellos, el de los padres, y por la vida que ya estaba en camino y que ilusionaba a todos.

Aquella noche fue apoteósica: bailaron, rieron, bebieron y disfrutaron. Después se amaron como nunca antes, con el anhelo felizmente cumplido del deseo de pertenecerse, de estar juntos y ser uno, de no volver a separarse jamás.



FIN

sábado, 29 de mayo de 2021

Capítulo 23

- Albert, cariño, tenemos que arreglarnos que se nos hace tarde.

Anochecía ya cuando Cristina entró en el dormitorio y vio a Alberto pensativo y mirando por la ventana.

- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?



- He… estado pensando…

- ¿En qué?

- En que no puedo hacer esto sin él, no puedo ir de fiesta contigo, invitar a mi madre, a la pareja de mi madre, comprometerme contigo y que mi padre no esté. Lo siento pero me es imposible, no me sale. Al fin y al cabo, aunque sea como sea, es mi padre y siempre lo será.

- Lo comprendo.



- ¿En serio no te molesta?

- No cielo, es normal que quieras tener a tu padre en un día como hoy. Lo que pasa es que… a mí no me traga mucho.

- Bueno, pero eso sería cuando tú estabas casada con Enrique, ahora ya debe ser distinto.

Cristina tenía sus reservas en cuanto al padre de Alberto, pero lo que era innegable es que era su progenitor y tenía que aceptarlo.

- ¿Entonces no te importa si lo llamo?

- Venga, hazlo. Yo mientras me voy arreglando.



Alberto marcó el número de su padre y esperó nervioso.

La última vez que lo viera no fue precisamente un momento fácil para ninguno de ellos: su padre y Enrique porque los pillaron in fraganti, metidos en la cama y haciendo el amor, Cristina porque llevaba varios días preocupada por la ausencia de Enrique, era su marido y tuvo que verlo enrollado con otro hombre, y él porque descubrir aquello lo dejó en shock.

- Hola… - se oyó la insegura voz de Rubén.

- ¿Papá?

- Sí.

- Hola. Una pregunta, ¿estás en tu casa o continúas en la cabaña?

- Estoy en casa ¿por qué?

- Porque si no te importa me gustaría llegarme un momento con Cristina.

- ¿Pasa algo?

- Bueno, nos vamos a arreglar y ahora iremos y te cuento. ¿Estás bien?

Rubén pensó que si no llega a ser por la providencial aparición de Enrique, a esas horas ya no estaría bien, en realidad, ya no estaría.

- Sí, muy bien. ¿Y tú? – preguntó aún cortado.

- Genial. Ahora nos vemos.



Enrique miró a Rubén de forma interrogante.

- ¿Y bien?

Él suspiró.

- Era Alberto.

- Ah, ¿qué quería?

- Viene para acá, con Cristina.

- Vaya…

- Eso digo yo, vaya…



- ¿Qué ocurre? ¿Estás preocupado?

- Si Enrique, no sé con qué cara lo voy a mirar, esa es la verdad.

- Bueno ¿y yo? Te recuerdo que mi ex mujer me pilló contigo en la cama. Fue muy fuerte.



- Fue una pillada de las gordas, y un putadón también, porque estábamos disfrutando de lo lindo, que todo hay que decirlo, pero ahora Cristina ya no es tu mujer, y en aquel momento ya ninguno de los dos os amabais. En cambio mi hijo siempre lo va a ser. Hay cosas que no cambian.


- Bueno, pues esperemos que vengan en son de paz, porque yo no quiero líos para nada, - afirmó Enrique.

- Yo tampoco.



Alberto llamó al timbre y aguardó, y Cristina se mantuvo un paso por detrás de él; aún recordaba las serias miradas de su suegro y el insulto que le dirigió la última vez que lo viera. Odiaba tenerle miedo, pero no podía evitarlo.

- Estoy nervioso cariño, - confesó Alberto.

- Pues ya somos dos, - trató de sonreír.



Entonces al abrirse la puerta, ambos se quedaron más que sorprendidos al ver que quien los recibía no era el padre.

- Enrique… tú aquí… Perdona pero no te esperaba.



- Ya me lo imagino. Yo… supongo que vienes a ver a tu padre, - dijo nervioso, - ¡Rubén! – lo llamó.


Al momento salió éste del cuarto de baño. Al igual que Enrique, también estaba arreglado como para salir de fiesta.

- Hola Alberto.

- Hola papá. ¿Podemos hablar un momento?



- Ven Cristina, - le dijo Enrique tratando de ser discreto, - ¿te he dicho que Rubén tiene una cinta de correr y otro aparato grandísimo para hacer ejercicio?

- No.

- Pues sube conmigo que te los enseño.

Y ambos se fueron escaleras arriba.

- Ven, - dijo entonces Rubén, - sentémonos en el salón.



- Me alegra verte tan bien, - le dijo Alberto.

- Gracias. Todo tiene su explicación.

- ¿Cuál?

- Mejor habla tú primero, has venido para eso ¿no?



- También he venido para verte. Escucha, esta noche voy a comprometerme en matrimonio con Cristina, lo queremos celebrar yéndonos de fiesta, mamá va a estar, va a ir con Max, pero yo no concibo celebrar todo esto… sin ti.


- Papá, me da exactamente igual lo que seas o con quien te acuestes. Lo único que me dolió fue que manipularas, que me enviaras fuera, te metieras en mi correo e impidieras que yo fuera feliz con la chica que quería, y todo para poder hacértelo con mi amigo.


- No fue solo para poder acostarme con él, lo que pasó es que, no sé por qué, me enamoré. Yo ya era un hombre adulto, maduro, con un hijo adolescente, y me fui a colar por uno de sus amigos. Era de locos, pero fue así. Jamás en mi vida mi corazón ha latido tan… apasionado por nadie.


- Durante años nos encontramos a escondidas; yo hacía lo que fuera por verlo, por estar con él. Luego empezó a irse de fiesta con tus amigas, a hacérselo con ellas, parecía rehuirme, y cuando tú viniste y me dijiste que os pilló juntos y que había hecho que os separarais, pensé que si me lo llevaba, tú podrías recuperarla y yo a él. Traté de ayudarte, y estos días sin él fueron… espantosos, tanto que… me fui a los acantilados para… acabar con mi vida.

- Papá por Dios…

- Espera. Allí de pronto apareció Enrique, estaba en los acantilados por la misma razón que yo, porque estaba fatal, me echaba terriblemente de menos, estaba solo, y él impidió que yo… saltara.



- Y tú impediste que él también cometiera aquella locura, ¿no es así?

- Sí. Cuando me vio se dio cuenta de lo que yo iba a hacer, se olvidó de que él también se iba a tirar desde allí, y comprendió que no quería que me ocurriera nada, que me amaba. 



- Alberto, es la primera vez que él se da a mí de una forma auténtica, completa, la primera vez que me dice que me ama, así que… se ha venido aquí a vivir conmigo y… somos muy felices. Yo… de nuevo te pido perdón por… todo el daño que te hice, pero te quiero y te necesito, siempre te querré.


Alberto impulsivamente, se levantó y abrazó a su padre fuertemente.

- Oh papá, yo también te quiero y no me importa con quien estés, solo deseo que seas feliz.

- Gracias cariño. Por cierto, estás que te rompes de guapo ¿eh?



Alberto rió.

- No tienes remedio papá.

- No, y lo que también tengo son ojos en la cara. Te quiero hijo.

- Yo también papá, mucho.



Continuará

miércoles, 26 de mayo de 2021

Capítulo 22

Enrique se dirigió hacia la derecha. Más allá  no había rocas en el borde del acantilado y se podría situar mejor allí.


Y efectivamente, desde allí se accedía mejor y sin problemas.

La noche era clara, el mar estaba en calma y alguien navegaba en su velero. Ni siquiera lo verían de caer cuando se tirara. El único fastidiado sería su jefe cuando faltara al trabajo, pero en seguida lo sustituiría, ¿qué más daba?



Durante unos momentos contempló el paisaje y pensó, recordó.

Cristina estaba con el amor de su vida, iba a tener por fin un bebé con él, se iba a comprometer y a casar. La vida le sonreía. En cambio a él no le quedaba nada. Era hora de…

Enrique detuvo sus pensamientos y agudizó el oído. Por un momento le había parecido escuchar algo, un llanto o a alguien tratando de ocultarlo.



Se volvió hacia la derecha y unos metros más allá, también delante del filo del acantilado, vio sorpresivamente a Rubén.

¿Qué demonios hacía allí?



Con la misma rapidez con que se hizo a sí mismo aquella pregunta, se la respondió: Rubén estaba allí por la misma razón que él, para hacer exactamente lo mismo.


Asustadísimo y con el corazón latiéndole a mil, corrió hacia él.

Tenía que llegar a tiempo, tenía que conseguirlo, Rubén no podía…



Y en aquel preciso momento se dio cuenta de todo, de lo que sentía y había tratado de ocultar durante tantos años.

- Rubén, Rubén por favor, no lo hagas, - le suplicó nervioso.



- Déjame y vete Enrique, mi vida se ha terminado y voy a acabar de una puta vez con esta tortura.

- No, no por favor…



- He perdido a las dos personas que más quería; uno mi hijo, porque después de lo que le hice no creo que vuelva a mirarme a la cara, y el otro… tú, así que vete y déjame acabar con todo. Ya estoy harto.


- Rubén, llevo todos estos días acordándome de ti, echándote de menos, sintiéndome absolutamente perdido y… esperando como loco una llamada tuya, un mensaje, aunque sé que… que no me lo merezco. ¿Me perdonas? Fui un estúpido, un embustero. Te insulté, te… abandoné y… abandoné a… a quien yo más quería.


Rubén repentinamente se cubrió la cara y se echó a llorar. Gemía tan triste y desconsoladamente que Enrique sintió que se deshacía por dentro.

- Llevo años y años deseando que… que me digas eso, necesitando que… me eches de menos tú también. Ahora sin ti… no puedo continuar, lo siento…



- Así que… si no te voy a tener… déjame terminar con todo, te lo pido por favor. Vivir amándote, deseándote y echándote de menos sin tenerte, sin esperanzas de recuperarte, es una verdadera tortura que ya… ya no puedo resistir.


Enrique, impetuoso lo abrazó fuertemente contra sí.

- Shhhh, calla y no pienses en terminar con tu vida. ¿Qué haría yo entonces, eh? Tú… tú lo eres todo para mí Rubén, y cuando te he visto hace un momento aquí dispuesto a suicidarte, he comprendido que… que te amo más que a mi vida. ¿Me perdonas?



- Tú sabes que a ti te lo perdono todo, - contestó aferrándose a él, - ¿significa eso que… que quieres estar conmigo?


Ambos se miraron a los ojos mientras sentían renacer de nuevo la esperanza.

- Por supuesto que quiero estar contigo Rubén, día y noche, vivir contigo, casarnos, lo quiero todo, y quiero acurrucarme en tus brazos cada noche. Vivir sin ti es… insoportable, lo he comprobado.



Vehemente y apasionado, Rubén lo envolvió entre sus brazos, pegó su boca a la de Enrique y se la besó larga e insistentemente. Ambos se acariciaban y besaban como dos locos desquiciados, como quien encuentra el tesoro perdido y recupera la esperanza de soñar, de vivir…


Cuando ambos por fin se separaron, Enrique le contó que él también había ido allí a los acantilados por la misma razón, para terminar con todo, porque ya no soportaba más la vida sin él. Rubén lo escuchó sorprendido y asombrado.

Enrique jamás había reconocido tener sentimientos hacia él, nunca, pero allí estaba ante él, abriéndole por fin su corazón.



- Nunca jamás vuelvas a pensar en quitarte la vida ¿me escuchas? – le dijo al oído mientras lo abrazaba amorosamente, - ¿no sabes que te amo, que estoy loco por ti desde siempre, que voy a dártelo todo?

- Oh Rubén, no tienes ni idea de cuánto te quiero. Te adoro…



Exaltado, loco de contento y sintiéndose enamorado, Enrique echó hacia atrás a Rubén y besó su boca una y otra vez, con insistencia.


- ¿Te vienes a casa, a mi casa? – le propuso Rubén.

- Por supuesto, ¿quieres que me mude allí?

- Sí, si por favor.

- Eso está hecho. Me mudaré y mañana por la noche nos iremos por ahí a celebrarlo.

- ¿A celebrar la mudanza? – rió.

- A celebrar la mudanza, la vida y el amor. 



Continuará