Por un
momento recordó aquellos tres días allí, en la cabaña de Rubén…
Recordó las
mentiras que había dicho para tratar de disimular y aparentar delante de
Cristina y volver a ganarse sus favores, pero absolutamente nada de lo que
había dicho le había servido de nada, porque la había perdido, lo había perdido
todo…
Cubriéndose
la cara con las manos, Enrique rompió a llorar.
“Ríndete y
reconoce lo que sientes”, - le había dicho Rubén.
“Por favor
Enrique, quédate conmigo”
“Te quiero,
te amo, y solo deseo que estés conmigo aquí o donde sea, hacernos el amor y
oírte de nuevo gemir de gusto como antes, noche tras noche.”
Al día
siguiente Enrique fue al trabajo y recibió una buena regañuza por parte del
jefe.
La próxima
vez que se ausentara de aquella manera y sin una causa justificada, lo pondría
de patitas en la calle.
Él calló y
aquel día echó horas extras en el trabajo, para compensar, aunque el jefe
seguía mirándolo enfadado.
Ese día y en
días sucesivos trabajó y no faltó, pero no estaba allí. Su mente volaba todo el
rato, recordaba. Miraba el móvil compulsivamente y luego se llamaba idiota.
No había
whatsapps, ni llamadas, nada, y cuando regresaba a casa, la encontraba sola,
abandonada, vacía, fría, y una cama enorme lo acogía cada noche.
¿A quién
trataba de engañar?
Excepto el
trabajo, que había conseguido salvarlo de milagro, lo había perdido todo. Había
perdido a su mujer, y a aquella persona que siempre había estado en la sombra,
al que había hecho de todo por él, lo había escuchado, acogido, y había
calentado su cama como nunca nadie.
Su ausencia,
sus silencios, el no recibir llamadas ni mensajes suyos lo estaba matando, así
que no tendría más remedio que hacer algo con su vida.
- Bueno, por
fin en casa… - Cristina se quedó en silencio un momento, - al final… me ha dado
lástima y todo, fíjate.
Alberto la
miró de soslayo.
- Todavía
estás a tiempo de ir tras Enrique. Creí… que te irías con él.
Impulsivo,
Alberto la abrazó fuertemente contra sí y ella le correspondió.
- Creí que
te perdía… - susurró él en su oído.
- Nunca
jamás. Tú eres el amor de mi vida, el padre de mi bebé, lo eres todo para mí.
- Aún estoy
asimilándolo Cris. Tal vez esa fue la razón por la que se separaron mis padres,
porque él prefería estar… con otro hombre. Lo ha llevado todo en secreto, por
eso yo pensaba que era muy raro.
- Ya, pero
con Enrique llevaba años, mucho más tiempo que él conmigo, ¿lo has pensado?
- Si, y creo
que ahora es cuando va a tener la oportunidad de darse cuenta de las cosas, de
lo que siente y desea o no. Parece mentira que fueran tan egoístas y me privaran
a mí de tu amor, de estar contigo y ser felices.
- ¿Por eso
llevabas esa vida antes? ¿Por eso salías con unas y con otras y no te atabas a
nadie?
Era viernes
por la noche y Enrique salía de trabajar en el restaurante.
Ya llevaba
más de una semana completamente solo, viviendo y trabajando por inercia,
dejándose llevar, perdiendo las esperanzas al mismo ritmo que el movimiento de las
manecillas del reloj, sintiéndose vacío, solo, abandonado…
- Hola, -
saludó desganado.
- Hola
guapetón, ¿dónde te metes últimamente que no te vemos?
- Es que no
salgo Saria.
- Te has
separado de tu mujer entonces ¿no?
- Sí, ¿cómo
lo sabes?
- Porque
casualmente Tifany se encontró con Alberto, y según le dijo mañana celebra no
sé dónde su pedida de mano con tu ex.
- Ah…
- Estás mal
¿no?
- Sí, pero
no es por eso. Les deseo a los dos toda la felicidad del mundo.
- ¿Y entonces
qué te pasa? Sabes que si quieres hablar aquí me tienes.
- Gracias
pero no Saria, ya es… demasiado tarde para mi…
Tras decir
aquello cortó la llamada.
Demasiado
tarde…
Demasiado
tarde para volver a ser feliz, para encontrarle gusto a la vida, para hacer
planes, para ilusionarse, para vivir…
Una idea
fija y letal apareció en su mente, una idea que si la llevaba a cabo acabaría
con aquella soledad, aquella angustia, aquellas esperanzas tan inútiles como
infructuosas. Y entonces se decidió.
Acabaría con
su vida.
¿A quién le
importaba ya?
Enrique
subió hasta los acantilados.
Era una zona
altísima cercana a la ciudad. Había ruinas, una alberca, unas vistas increíbles
del mar y lo más importante en aquellos momentos, una altura tremenda para caer,
reventarse en las rocas de abajo, y dejar de sentir, de sufrir, de estorbar.
Se detuvo
antes de llegar al borde porque las rocas y la vegetación le impedían
continuar. Aquel no era buen sitio para tirarse, buscaría otro más allá.
En silencio
contempló el fabuloso paisaje y pensó, recordó, y las lágrimas surcaron sus
mejillas inevitablemente.
La tremenda
altura, el abismo, las rocas del fondo, el mar, la nada, lo esperaban.
Había
llegado el momento de dar un paso adelante y acabar de una buena vez con
todo.
No esperaba para nada la decisión de Enrique. Lo que no sé es si tendrá valor para tirarse o no. Qué ganas tengo de ver el próximo capítulo para saber si lo hace o no.
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