lunes, 24 de mayo de 2021

Capítulo 21

Enrique llegó a casa por fin. Como tenía la cabeza en otras cosas había estado a punto de perderse al menos en dos ocasiones, pero allí estaba.


La casa lo recibió silenciosa, en penumbra, y al instante notó la falta de aquella presencia femenina que siempre había estado allí.


En silencio, sentado en el sofá, escuchó y no oyó absolutamente nada. Si viniera de una juerga a las tantas de la madrugada, nadie lo esperaría ni le echaría la bronca. Ya no tendría que esconderse, ni mentir, ni disimular. Aquella aburrida vida matrimonial había concluido.


Por un momento recordó aquellos tres días allí, en la cabaña de Rubén…

Recordó las mentiras que había dicho para tratar de disimular y aparentar delante de Cristina y volver a ganarse sus favores, pero absolutamente nada de lo que había dicho le había servido de nada, porque la había perdido, lo había perdido todo…



Cubriéndose la cara con las manos, Enrique rompió a llorar.

“Ríndete y reconoce lo que sientes”, - le había dicho Rubén.

“Por favor Enrique, quédate conmigo”

“Te quiero, te amo, y solo deseo que estés conmigo aquí o donde sea, hacernos el amor y oírte de nuevo gemir de gusto como antes, noche tras noche.”



Dios, ¿por qué puñetas tenía ahora que recordarlo? Aquello era solo una locura, el precio que tuvo que pagar para conseguir a Cristina, solo eso, y detestaba todo aquello, entonces… ¿por qué lloraba?


Al día siguiente Enrique fue al trabajo y recibió una buena regañuza por parte del jefe.

La próxima vez que se ausentara de aquella manera y sin una causa justificada, lo pondría de patitas en la calle.

Él calló y aquel día echó horas extras en el trabajo, para compensar, aunque el jefe seguía mirándolo enfadado.



Ese día y en días sucesivos trabajó y no faltó, pero no estaba allí. Su mente volaba todo el rato, recordaba. Miraba el móvil compulsivamente y luego se llamaba idiota.

No había whatsapps, ni llamadas, nada, y cuando regresaba a casa, la encontraba sola, abandonada, vacía, fría, y una cama enorme lo acogía cada noche.



¿A quién trataba de engañar?

Excepto el trabajo, que había conseguido salvarlo de milagro, lo había perdido todo. Había perdido a su mujer, y a aquella persona que siempre había estado en la sombra, al que había hecho de todo por él, lo había escuchado, acogido, y había calentado su cama como nunca nadie.

Su ausencia, sus silencios, el no recibir llamadas ni mensajes suyos lo estaba matando, así que no tendría más remedio que hacer algo con su vida.



- Bueno, por fin en casa… - Cristina se quedó en silencio un momento, - al final… me ha dado lástima y todo, fíjate.

Alberto la miró de soslayo.

- Todavía estás a tiempo de ir tras Enrique. Creí… que te irías con él.



- ¿En serio piensas que después de todo lo que hemos averiguado me iba a volver a casa con él como si nada hubiera ocurrido? Por Dios Albert, y perdona que te lo recuerde, pero los hemos pillado en la cama, follando, y aunque Enrique diga lo contrario, lo estaba disfrutando como un loco, te lo digo yo.


Impulsivo, Alberto la abrazó fuertemente contra sí y ella le correspondió.

- Creí que te perdía… - susurró él en su oído.

- Nunca jamás. Tú eres el amor de mi vida, el padre de mi bebé, lo eres todo para mí.



- ¿Tú cómo te encuentras cariño? Porque ha debido ser duro… ver a tu padre así, ¿no?


- Aún estoy asimilándolo Cris. Tal vez esa fue la razón por la que se separaron mis padres, porque él prefería estar… con otro hombre. Lo ha llevado todo en secreto, por eso yo pensaba que era muy raro.

- Ya, pero con Enrique llevaba años, mucho más tiempo que él conmigo, ¿lo has pensado?



- Si, y creo que ahora es cuando va a tener la oportunidad de darse cuenta de las cosas, de lo que siente y desea o no. Parece mentira que fueran tan egoístas y me privaran a mí de tu amor, de estar contigo y ser felices.

- ¿Por eso llevabas esa vida antes? ¿Por eso salías con unas y con otras y no te atabas a nadie?



- Exacto, supongo que inconscientemente era para evadirme, pero no te olvidaba jamás, nunca. Siempre te recordaba y aunque estuviera con las mujeres que fuera, luego me sentía vacío y no era aquel tipo de vida la que yo quería. Yo… solo te amaba a ti, así que muchísimas gracias por quedarte conmigo mi amor. 


- No tienes que darme las gracias por hacer lo que mi corazón siempre anheló. ¿Cuántas veces le pedí a Enrique que fuéramos padres y dijo que no? Y te aseguro que aunque no fuera estéril, tampoco habría querido, así que, la perspectiva de estar con el hombre que siempre amé y criar a este bebé nuestro juntos, me encanta. Te quiero.


- Yo también te quiero… - dijo Alberto impulsivo antes de rodearla entre sus brazos y besarla apasionado.


Era viernes por la noche y Enrique salía de trabajar en el restaurante.

Ya llevaba más de una semana completamente solo, viviendo y trabajando por inercia, dejándose llevar, perdiendo las esperanzas al mismo ritmo que el movimiento de las manecillas del reloj, sintiéndose vacío, solo, abandonado…



Los primeros días había mirado compulsivamente su móvil por si él le escribía un whatsapp; durante años y años Rubén siempre había estado ahí, pendiente suya. Lo llamaba, le hablaba por whatsapp, al trabajo, lo esperaba a la salida aunque fuera para verlo unos minutos, lo que fuera, pero de repente, todo aquello se había terminado, Rubén había desaparecido de su vida, y ahora, como un alma en pena, se lamentaba día y noche por todos los insultos y acusaciones falsas que había proferido contra él aquella última noche.


De repente le sonó el móvil y lo sacó ansioso, pero entonces comprobó que solo se trataba de Saria y su alma volvió a caérsele hasta los pies.


- Hola, - saludó desganado.

- Hola guapetón, ¿dónde te metes últimamente que no te vemos?

- Es que no salgo Saria.

- Te has separado de tu mujer entonces ¿no?

- Sí, ¿cómo lo sabes?

- Porque casualmente Tifany se encontró con Alberto, y según le dijo mañana celebra no sé dónde su pedida de mano con tu ex.

- Ah…

- Estás mal ¿no?

- Sí, pero no es por eso. Les deseo a los dos toda la felicidad del mundo.

- ¿Y entonces qué te pasa? Sabes que si quieres hablar aquí me tienes.

- Gracias pero no Saria, ya es… demasiado tarde para mi…



Tras decir aquello cortó la llamada.

Demasiado tarde…

Demasiado tarde para volver a ser feliz, para encontrarle gusto a la vida, para hacer planes, para ilusionarse, para vivir…



Una idea fija y letal apareció en su mente, una idea que si la llevaba a cabo acabaría con aquella soledad, aquella angustia, aquellas esperanzas tan inútiles como infructuosas. Y entonces se decidió.

Acabaría con su vida.

¿A quién le importaba ya?



Enrique subió hasta los acantilados.

Era una zona altísima cercana a la ciudad. Había ruinas, una alberca, unas vistas increíbles del mar y lo más importante en aquellos momentos, una altura tremenda para caer, reventarse en las rocas de abajo, y dejar de sentir, de sufrir, de estorbar.



De todas formas cuando despareciera, nadie lo echaría de menos, ya que ni la persona que antes siempre estuvo detrás de él, lo buscaba ya. ¿Qué más daba?


Enrique avanzó hacia el borde del acantilado. Había un montón de maderos apilados, ya que la gente solía celebrar fiestas allí de vez en cuando, bebían, bailaban y encendían una buena fogata.


Se detuvo antes de llegar al borde porque las rocas y la vegetación le impedían continuar. Aquel no era buen sitio para tirarse, buscaría otro más allá.

En silencio contempló el fabuloso paisaje y pensó, recordó, y las lágrimas surcaron sus mejillas inevitablemente.



La tremenda altura, el abismo, las rocas del fondo, el mar, la nada, lo esperaban.

Había llegado el momento de dar un paso adelante y acabar de una buena vez con todo.  



Continuará

1 comentario:

  1. No esperaba para nada la decisión de Enrique. Lo que no sé es si tendrá valor para tirarse o no. Qué ganas tengo de ver el próximo capítulo para saber si lo hace o no.

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