jueves, 28 de abril de 2016

Capítulo 2

Alberto estuvo hablando con Borja durante bastante rato en la fiesta; se le veía centrado, inteligente y era simpático y ameno. No era un friki ni un loco. Se enteró de que estaba siguiendo los pasos de su madre y estudiaba medicina, lo cual le recordó desafortunadamente a Eva, pero procuró alejar de sí aquellos pensamientos.


Pocos días después Borja se mudó y él se encargó de enseñarle la casa. Cuando por fin entraron en su dormitorio, en seguida reparó en la foto de Iván que había en su mesilla de noche.

En silencio se quedó mirándola un momento.


Luego se volvió hacia él y lo miró.
- ¿Quién es el chico de la foto?
- Perdona pero no tengo ganas de hablar de eso.
- Debe ser alguien muy importante para ti cuando lo tienes en tu mesilla de noche, - le comentó, - es muy atractivo.


- Borja si me disculpas, mejor dile a Atenea que te enseñe su cuarto y el resto de la casa. Hay poco que ver ya, - le dijo serio y deseando quedarse solo.


Él estuvo de acuerdo y en silencio salió.
El recuerdo de Iván era para el tan sagrado que no era capaz de compartirlo con nadie, y cuando Borja había visto su foto y le había hablado de él, había sentido gravitar sobre sí todo el peso del pasado.


Ya a solas se acercó a la mesilla de noche.
Iván lo miraba con sus azules y despampanantes ojos.  Alberto miraba aquella foto suya cada día al levantarse, sabiendo que ya no iría a clase con él como antes, la miraba cada noche antes de dormir, sabiendo que ya nunca más compartirían sueños y goces juntos, y saber todo aquello era tan duro…
Entonces, y a pesar de saber que aquello iba a ser una tortura inútil, sintió el deseo de volver a su antigua casa.


La noche tendía su manto de estrellas sobre la ciudad.
Habían pasado meses y la mala hierba había crecido por doquier.
Alberto miró con pena el aspecto descuidado del exterior de la casa. No había podido evitar volver allí, era algo que necesitaba hacer, algo que su alma le pedía, algo que añoraba, aunque aquello significara pasarlo mal.
En silencio se apoyó en un árbol y tomó aliento antes de entrar.


Cuando lo hizo y encendió la luz contempló el salón en el que tan buenos ratos habían pasado todos, cuando los cinco vivían allí y todo estaba bien.
Aún recordaba cuando Nerea llegó y se sentó allí a charlar con todos. Qué guapa y que alegre era, y hoy ya por desgracia no existía, recordó con tristeza.


Y con melancolía e infinita tristeza también, recordó las de veces en que Iván y él se habían abrazado y besado en aquel mismo sofá.
Aquel día cuando salió corriendo y se estrelló, también murió algo de él, porque ya jamás había vuelto a ser el mismo.


Despacio avanzó y entró en el que había sido oficialmente su cuarto, aquel en el que se metía esperando cada noche a que los demás se acostaran para pasarse al dormitorio de Iván.
Jamás le había gustado aquella situación, pero lo quería tanto que con tal de estar con él hacía lo que fuera, incluso ocultar su amor mutuo al mundo entero.


Y luego, costándole un imperio entró en el dormitorio de Iván y se sentó en la cama. Entonces dos ardientes y silenciosas lágrimas rodaron por sus mejillas.
A pesar del tiempo transcurrido no había logrado olvidarse de él ni arrancar de sí aquel amor que llevaba dentro.


¿Cómo se podía seguir adelante o rehacer la vida de nuevo cuando se había amado tanto durante años?
Su recuerdo lo perseguía, y ahora estando en aquel dormitorio de nuevo cargado de vivencias y momentos mágicos, era peor, porque le daba la sensación de que Iván iba a entrar de un momento a otro, lo iba a rodear entre sus brazos y a hacer que se olvidara del mundo entero si era preciso.


Sin poder evitar seguir llorando, Alberto se tendió en la cama y despacio acarició la colcha roja.
¿Cuántas veces habían hecho el amor allí mismo? ¿Cuántas noches se habían besado hasta la saciedad y se habían dormido íntimamente abrazados?
Jamás había vuelto a ser tan feliz como en aquellos momentos.
De todas formas, - pensó, - si Iván hubiera sobrevivido, a él no le hubiera gustado seguir con él en el mismo plan. Por culpa de su ambición y de vivir ocultamente su amor, él había encontrado su final.
Alberto pensó que él no quería más aquello, que no deseaba volver a ocultarse por nada, y si en el futuro volvía a amar, lo cual le extrañaba, no ocultaría su amor, sino que se lo diría al mundo entero si era preciso.


Se levantó de la cama y, de paso hacia la salida entró en el dormitorio de Lina y Nerea. En el de Eva no pensaba entrar porque aún llevaba clavado dentro en daño que le hizo, así que prefería no pensar siquiera en ella.
¿Y qué decir de la pobre Lina? – pensó tristemente mirando su cama y su pequeño laboratorio, - otra víctima de Eva.


Alberto salió por fin fuera de la casa y se detuvo. Una suave brisa nocturna lo envolvió, y entonces sorpresivamente oyó una voz venida no muy de lejos.
- Alberto… - lo llamaron en voz baja.
Entonces la sorpresa y el estupor se dibujaron en su cara.


Alberto de llevó las manos a la boca sin poder impedir que la sorpresa más enorme se dibujara en su cara.


Allí, ante él, tan incomprensiblemente como real, estaba Lina.


¿Era una aparición o qué? Fuera lo que fuera lo había llamado y lo miraba con una sonrisa. ¡Era increíble!


Encantado de tenerla allí delante, Alberto se acercó a ella con una sonrisa.
- Lina… - apenas le salían las palabras. 


En silencio, ambos se fundieron en un abrazo emotivo.


- Dios mío Lina, que sorpresa tan enorme verte otra vez. Durante todo este tiempo te creía muerta, pensé que te habías ahogado.
- Casi me ahogué cuando me tiró de la barca la hija de puta de Eva, pero afortunadamente alguien pasó por allí después de que ella se fuera, y me rescató.


- Pero si te parece, mejor entremos en la casa y charlamos ¿vale? – añadió.
Alberto estuvo de acuerdo y ambos pasaron al interior.
Lina había vuelto, ella era en cierto modo parte de su pasado, y estaba de nuevo allí con él, y eso lo hacía muy feliz.


Continuará

lunes, 25 de abril de 2016

Segunda parte. Capítulo 1

- Adelante Sr. Liñán, tome asiento por favor, - le dijo la doctora al verlo entrar en su consulta.

Le habían hecho unos análisis y lo habían llamado para recoger los resultados, así que Alberto estaba muy nervioso e inquieto, ya que en principio le habían dicho que había contraído el sida a causa de que la malnacida de Eva le había pinchado con una jeringa llena de sangre infectada. Por culpa de eso él podía morirse, aunque después de perder al amor de su vida, tanto le daba; había perdido un poco las ganas de seguir adelante.


- Sr. Liñán, la hematóloga a la que acudió la Srta. Eva Fernández nos dijo que por supuesto no le había dado una muestra de sangre infectada de sida, pero de todas formas hemos querido asegurarnos para que tanto usted como nosotros nos quedemos tranquilos.


- Lo que intentó hacer la Srta. Fernández fue muy grave y podría haber tenido consecuencias letales, pero he de comunicarle que en su caso está usted perfectamente sano Sr.  Liñán.


Alberto la miró sin poder reaccionar. Había estado tan nervioso y preocupado pensando en que se iba a morir, que ahora no sabía ni que decir.
- ¿Habla usted en serio?


La doctora sonrió.
- Por supuesto Sr. Liñán, no tiene usted sida ni nada en absoluto. Puede irse tranquilo y disfrutar de la vida. Tiene una salud de hierro.


Alberto sonrió tristemente.
Disfrutar de la vida…
¿Cómo? ¿Con quién?
Había estado años con Iván, compartiéndolo todo, haciendo planes de futuro, y ahora él estaba sano, pero solo, infinitamente solo sin él.


Alberto salió de la consulta y en el pasillo se cruzó con un chico rubio que iría a ver a la doctora.


Después de todo, qué puñetas, tenía que alegrarse porque no estaba enfermo ni sentenciado a muerte como él creía, así que seguiría sus estudios y luego Dios diría.


Al día siguiente al salir de clase se fue a casa. Se había mudado por supuesto, pero el sitio en el que vivía ahora no le gustaba ni la mitad que la casa anterior.
Cómo le costaba volver a clase sin tener al Iván…
Al entrar vio a Atenea viendo la tele. Atenea era su nueva compañera de piso y era gótica. La primera vez que la vio le dio un poco de miedo, y ahora todavía sentía bastante respeto.


- ¿Qué pasa Alberto?, ¿todo bien en el médico ayer? –le preguntó ella.


- Si, todo genial gracias a Dios, -le contestó.


- Me alegro, -le dijo ella mientras él se sentaba a su lado.
Alberto no le había contado para qué había ido al médico, no había entrado en detalles. Solo le dijo que fue para hacerse unos análisis rutinarios y listo. El verdadero motivo era demasiado escabroso.


El siguiente viernes al volver de clase, Alberto se encontró con que Atenea había montado una fiesta. Ella estudiaba química, lo cual le recordaba a la pobre Lina, pero estaba claro que a ésta le gustaban más las fiestas que a aquella.


Cuando vio las pintas de algunos de los invitados, Alberto se los quedó mirando con incredulidad. ¿En serio Atenea había invitado a aquella gente?


Para empezar conoció a Willy, un chico flacucho y también gótico como su compañera de piso. Era un poco siniestro.


Y luego estaba una tal Lola, guapa y exuberante. Su escasa ropa dejaba poco a la imaginación.


- Ah, hola Alberto, que bueno que estés ya aquí, -le dijo Atenea mientras el reparaba en la presencia de otra chica más normalita y que luego supo que se llamaba Silvia.


- Menuda fiesta que has montado ¿eh?, y vaya gente… - le comentó.


- Anda, no te quejes que todavía falta por venir uno, y este no es gótico como yo, es pijo como tú, -rió.


- ¿Qué yo soy pijo?
Estaban hablando cuando efectivamente otro chico hizo su aparición.


El recién llegado se quedó mirando a Willy sin poder creer que estaba en la misma fiesta con él. Eran tan distintos…


Luego se acercó a la anfitriona que estaba terminando de hablar con Alberto.
- Mira, - le dijo ella, -este es Borja, el chico del que te he hablado.


- Hola, tu eres Alberto ¿no?
- Si claro, encantado.
- Igualmente. Tú y yo nos vimos hace unos días en la consulta de la doctora Oliveros, ¿no te acuerdas? Salías de allí cuando nos cruzamos.


- Ah sí, ya recuerdo. Es verdad, - contestó recordando al chico rubio con el que se cruzó en el pasillo.


- Es que la doctora es mi madre ¿sabes?, por eso estaba allí.
- Ah, ahora que lo dices te pareces a ella.
- Gracias. ¿Tú vives aquí con Atenea?


- Si, no hace mucho tiempo que me mudé, ¿y tú?
- Lo mío es patético, - dijo poniendo mala cara, - aún vivo en casa con mis padres, así que me dais una envidia que no os la imagináis.
- ¿Y por qué no te mudas aquí, Borja? – sugirió Atenea que había estado escuchando la conversación.
- ¿En serio me queréis aquí? ¿Hay sitio?


- Claro que hay sitio, y si Alberto está de acuerdo, por supuesto que te puedes venir, ¿verdad compi?
- Por mi genial que te vengas, así somos más contra el lado oscuro, jaja, -dijo refiriéndose al estilo de Atenea.
Borja rió también.
-Vale, pues entonces voy a llamar a mis padres para decírselo. Así se van haciendo a la idea, -sonrió.


Mientras Borja hacía aquella llamada de teléfono y Atenea se marcaba un baile, Alberto cogió una copa y le dio un buen trago.
La fiesta continuaba, y la vida obviamente también. Ahora habría uno más en casa, y estaba muy bien, pero a pesar de la música, el baile, la compañía y las copas que se tomara, Alberto sabía que nada en su vida ya sería lo mismo que antes.


Continuará