Anochecía ya
cuando Alberto y Cristina llegaban a la cabaña que poseía el padre de él.
Todo parecía
estar en calma y solo se oían los últimos trinos de los pájaros antes de
acurrucarse en sus nidos para dormir.
- Parece
como si no hubiera nadie Albert, - comentó ella.
- No, mi
padre debe de estar porque mira, ¿ves? El BMW rojo que te dije que tenía.
- Sí, es
verdad. Como está casi escondido entre los árboles apenas se ve.
- Ven,
echemos una ojeada a través de las ventanas.
- Me da la
sensación de que estamos haciendo algo malo Albert.
- Que va
mujer, - rió.
Los dos se
pusieron a mirar a través de diferentes ventanas.
Al haber
oscurecido ya, se encendieron automáticamente las luces del porche.
Alberto miró
desde detrás de aquella ventana la entrada de la casa y parte del salón.
Todo estaba
a oscuras y no se veía absolutamente a nadie.
- Yo no veo
a nadie cariño, - le dijo Cris acercándose.
- Ni yo,
pero estoy seguro de que mi padre debe de estar. Si se hubiera ido, lógicamente
se habría llevado su coche, ¿no crees?
- Claro.
- La casa es
muy cuca, me gusta mucho, - dijo ella.
- Sí, no
está mal. Mi padre siempre suele venir aquí regularmente, lo que no sé es para
qué ni con quien. Él y sus intrigas.
- Lo único
que yo temo es que aparezca de repente y nos eche a patadas, - comentó ella
temerosa, - la otra vez me impresionó. Estaba tan serio…
- Esta casa
se supone que algún día será mía; que se atreva a echarme de aquí.
Los dos
entraron entonces en la cocina, y tampoco había nadie.
- ¿Te gusta
la cocina?
- Sí, me
encanta, es muy rústica.
- Vayamos al
dormitorio, porque en el baño tampoco está.
- Tengo
miedo Albert.
- ¿Pero por
qué mi vida?
- No se… ¿Y
si se enfada?
- Me da
igual. Pienso llegar al fondo de este asunto, porque la otra vez que vinimos me
dio la sensación de que no quería que entráramos, y mi madre parecía ocultar
cosas.
- Tienes
unos padres un poco… raros, sobre todo tu padre.
Salieron de
la cocina y se dirigieron al dormitorio que había en aquella planta.
- ¿Esa
puerta de la derecha a donde va cariño? – preguntó Cristina.
- Al sótano.
- Ah, que
tiene sótano, - se sorprendió, - no me lo esperaba.
Ambos
entraron en el cuarto pero allí tampoco estaba el padre de Albert.
- Qué
dormitorio más típico. Me encanta este estilo rústico.
- Ya, a mí
también.
- Ahora solo
nos queda bajar al sótano, - dijo él.
- Cuando
hemos pasado delante de la puerta me ha dado la sensación de que escuchaba
algo.
- ¿Algo?
¿Como qué?
- No sé,
voces, susurros, gemidos tal vez…
- Pues
vayamos para allá.
- ¿Y qué hay
allí abajo?
- Otro
dormitorio y un baño. Vamos.
Entonces,
cuando llegaron abajo, los dos se que quedaron clavados en el sitio, como si
sus pies hubieran perdido la capacidad de moverse y andar.
El rostro de
Cristina mostró un enfado evidente, y Alberto por su parte no daba crédito.
Jamás en su
vida habría imaginado aquello de su padre.
Cuando han bajado al sótano, sabía que iban a encontrar algo y que nos ibas a dejar con la miel en los labios. Me da, igual que cuando desapareció Enrique, que es él el que está allí y no en buenas condiciones. Ufff, ahora a esperar dos días para saberlo.
ResponderEliminarO Enrique está pasándolo mal o todo lo contrario...No sé que espero encontrar en ese sótano. Intrigada me tienes.
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