domingo, 30 de junio de 2019

Capítulo 3


- La niña será mejor que se venga conmigo, - decía Cecilia en aquellos momentos.
- Maldita sea, ¿ya estás disponiéndolo tu todo como siempre?
- La custodia siempre es para las madres, que somos las que más nos encargamos de los hijos.


- Primero vamos a preguntarle a Lidia, ¿no te parece? Aunque sea pequeña opinará algo, y ten por seguro que si al final decide venirse conmigo la atenderé igual de bien que tú y no le faltará nada, - la miró enfadado.
-Pero…




Guillermo rabioso se echó a llorar.
- Siempre tienes que manejarlo tu todo joder, me has anulado desde el primer día Cecilia, - se lamentó.
Ella lo miró unos momentos en silencio, impresionada por sus palabras.
- Está bien, - concedió, - se hará como tú dices, le preguntaremos a la niña y ella decidirá.




Y la niña decidió irse con su padre.
Algunos meses después Guillermo se encontraba ya en una casa que había alquilado para su hija y para él.



Y estaba siendo muy duro romper con la persona a la que había amado durante años, dejarla ir, terminar con el hogar que ambos habían construido.

Cuando Guillermo volvía del trabajo a casa se quedaba triste y pensativo muchas veces, sobre todo cuando estaba solo o Lidia se había acostado ya.


Sus amigos y compañeros de trabajo le decían que rehiciera su vida con otra persona; sabía que era joven y podría hacerlo, pero para él aún era muy pronto y se sentía derrotado, no podía…


La única alegría de su vida era su niña. Ella iluminaba su decadente vida.


Solo por tenerla junto a él, abrazándolo tantas veces y sintiendo su cariño merecía la pena seguir adelante.



Pero cada día se le hacía más cuesta arriba.
Guillermo estaba cada vez más amargado, se abandonó personalmente, no cuidaba su aspecto, y a su hija mayormente la vestía de chico en muchas ocasiones.



Y luego empezó a beber más de la cuenta; no es que se hubiera convertido en un alcohólico, pero ahora cuando volvía a casa bebía mientras miraba la televisión y muchas veces las botellas se acumulaban en el salón.


Lidia se daba cuenta de todo, no era tonta, e incluso le daba consejos a su padre, pero lo que no había dejado es de quererlo, más aún si cabía.


Cuando ambos se sentaban en el sofá y su progenitor la abrazaba y la trataba con tanto mimo, dulzura y cariño, todas las preocupaciones parecían desaparecer.


En ese momento todo estaba bien. El la miraba con sus ojos azules y ella se sentía protegida, a salvo, en paz…



- Te quiero mucho papá, - le decía ella una y otra vez con su vocecita de niña.
- Y yo también mi vida, no lo olvides nunca ¿vale?
Esos eran los mejores momentos en la vida de ambos.



Pero luego llegaban los fines de semana alternos, esos en los que Lidia se tenía que ir a ver a su madre, y entonces Guillermo lo llevaba fatal, se sentía perdido y amargado sin su niña.


Lidia iba a ver a su mamá, era lógico y la quería, no podía negarlo, pero ella cuando le preguntaba por su padre disimulaba todo lo que podía y le decía que en casa todo iba genial.


Luego en seguida cambiaba de tema y le hablaba del colegio, de sus estudios y de los trabajos que le mandaban hacer.


La vuelta a casa con su papá era lo mejor. Entonces la luz del sol parecía volver a iluminar las oscuridades de la vida de Guillermo.



De noche muchas veces le contaba un cuento y luego la arropaba con ternura.


El beso de buenas noches diario, ese beso en la dulce carita de una criatura que había preferido quedarse con él, que lo quería y se lo demostraba con creces, no tenía precio.


Pero luego volvía a darse cuenta de su triste realidad. Cecilia lo había abandonado, y aunque durante mucho tiempo pensó que tal vez ella lo echaría de menos y volvería, no había sido así.


Para ella su vida continuaba, y según contaba Lidia, estaba muy bien, feliz. El en cambio no superaba aquella separación.


Y cuando la niña dormía y él se encontraba solo, dejaba de disimular, se venía abajo e incluso lloraba muchas veces a solas.


Y en multitud de ocasiones la tristeza se juntaba con el cansancio y con lo que había bebido, y acababa quedándose dormido en el sofá.


Ya nadie lo estaba esperando en la cama, y lo que le dijera Cecilia sobre sus momentos íntimos lo había hundido y destrozado por dentro. Había matado su autoestima.


Continuará

viernes, 28 de junio de 2019

Capítulo 2


Marta no tardó mucho en presentarse en el parque.
- Hola Lidia, - la saludó, - he dejado los deberes sin terminar para venir corriendo.
- Hola Marta, -dijo con voz triste y apenas audible.




- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
- No Marta, no estoy bien, todo está fatal.



- Mis padres están discutiendo como siempre y dicen que se van a divorciar.
- ¿En serio?
- Sí.


- Mi madre se ha puesto a llamar a mi padre inútil, se han insultado y además delante mía como siempre
- Que horror, siempre están de bronca ¿no? 


- Si, siempre. Ella es una mandona y lo malo es que también discutirán sobre quien de los dos se queda conmigo.


- ¿Y tú qué vas a hacer? ¿Con cuál te vas a ir?
- Yo con mi papá.


- Todo lo que mamá le critica es lo que me gusta de él. Papá es muy bueno y tierno conmigo. Lo malo es que… ya no estaremos los tres juntos. Mi familia se ha roto Marta.


- Míralo de este modo Lidia, a partir de ahora celebrarás dos cumpleaños, y dos navidades distintas. Te harán más regalos, - trató de animarla.
- ¿Tú crees?

- Claro, anímate. Vas a seguir viéndolos a los dos, y aunque te fueras con tu madre, tu padre vendría a verte y te llevaría por ahí o a su casa.



- Yo no quiero dejar solo a papá. Lo quiero mucho y él es más cariñoso conmigo.
- Pues como tú quieras. Ojalá tomen en cuenta tu opinión. Yo tengo que irme ¿sabes? Mis padres me esperan. Mañana te veo en el cole.
- Hasta mañana…



Lidia vio de alejarse a su amiga con cierta envidia. Sus padres la esperaban, estaban juntos y no iban a separarse, y cuando se acostara de noche, los dos le darían un beso o tal vez incluso le contaran un cuento.


A ella no. Si su madre se salía con la suya y la llevaba con ella, se pasaría todo día dándole órdenes como siempre, como hacía con su padre. Por eso no quería dejarlo solo.


Seguía allí sentada en el banco del parque pensando en toda la amarga situación de su familia cuando una señora se aproximó.


- ¿Puedo sentarme contigo?

- Si claro.



- Hola, te veo muy triste, por eso me he acercado. ¿Qué te pasa? ¿Me lo quieres contar?
- Mis padres van a divorciarse, -repuso Lidia tristemente, - están discutiendo y todo se ha ido a la mierda.



- Bueno, a lo mejor es algo pasajero y no se separan, no te pongas así.


- Se insultan y se dicen cosas feas. Se van a separar y ya no estaremos los tres juntos, ¿cómo quiere que no me ponga así entonces?


- Tranquila, sé que esa situación es muy difícil, te comprendo. ¿Y tú qué harás si se divorcian? ¿Te irás con tu mamá?


- Ni hablar, yo pienso irme con mi padre que es más bueno. Es muy cariñoso conmigo.



La señora suspiró y le sonrió enigmáticamente, tal vez con un atisbo de tristeza.
-Aprovecha que tienes a tu padre y pasa todo el tiempo que puedas con él, pero no dejes a tu madre. Ella te quiere más que nadie, igual que él.



- Mamá es muy mandona, muy estricta. Siempre está dando órdenes, así que me voy a ir con papá. De ella no quiero saber nada.


- No deberías hablar así, ella es tu madre, lo que pasa es que será muy perfeccionista, y no sabes cómo lo estará pasando. Tienes que apoyarla.


- A papá lo tiene amargado, y a mi muchas veces también. Es muy triste ver como se pelean y se separa tu familia, - dijo Lidia tristemente.



La señora la miró.
- Te comprendo perfectamente.



- Hace un rato me he sentido fatal, - continuó relatando la niña, - ellos allí insultándose sin importarles que yo lo escuchara.


- ¡Sobre todo mamá! ¡Ella es la peor! Insulta a papá y lo llama inútil, por eso me iré con él, me da igual lo que me digan.


Sin dejarle decir más nada a la mujer, Lidia se levantó y se alejó camino de su casa.

Atardecía ya y aún tenía que hacer los deberes, aunque malditas las ganas que tenía.


Mientras se alejaba triste y pensativa, aquella señora la vio de ir preocupada…


Continuará