- Y tanto
que sí. Rubén no sabía cómo mirar a su hijo.
- Es que fue
algo… impactante. Nadie espera ver a su padre… como os vimos allí, ya me
entiendes. ¿Y cómo es que estás aquí? No te esperábamos.
- La última
noche que nos vimos me fui solo a casa. Al día siguiente en el trabajo me echó
la bronca mi jefe; por poco me echa ¿sabes?
- Claro,
pero es que desapareciste durante tres días y no dijiste nada, compréndelo.
- Lo sé, es
normal. El caso es que me quedé solo y… el mundo se me vino encima. Te echaba
de menos a ti, claro, pero con Rubén he estado viéndome desde antes de que tú y
yo empezáramos. Él estaba pendiente mía, me llamaba, me escribía whatsapps, me
esperaba a la salida del curro aunque solo fuera por verme un momento, y todo
eso desapareció de repente. Yo por… disimular delante de ti y ganarme tu
perdón, lo dejé, mentí, ya sabes, y… claro, al no saber nada de él, empecé a
echarlo de menos terriblemente.
- Enrique,
acepta tus deseos, tus sentimientos, no les des la espalda nunca, porque lo
puedes pasar mal.
- Y tan mal.
¿Sabes que me fui a los acantilados con la intención de tirarme desde allí?
- Dios mío,
¿en serio?
- Sí, sentía
que mi vida ya no tenía sentido, que al perder a Rubén lo había perdido todo,
pero al llegar allí arriba me lo encontré; él también estaba igual que yo,
también quería acabar con todo, y en el momento que comprendí lo que estaba a
punto de hacer, me di cuenta de cuánto lo amaba.
Cristina se
levantó y abrazó fuertemente a Enrique.
- No se te
vuelva a ocurrir pensar en quitarte la vida ¿me oyes? No quiero que te pase
nada, quiero que vivas y seas feliz, y si tu felicidad está al lado de mi
suegro, pues que así sea.
- Cuánto me
alegro Enrique. Se te ve hasta más guapo por lo feliz que estás.
- Gracias, y
tú estás preciosa, mucho más esta noche.
- Anda,
bajemos y reunámonos con los demás.
- Bueno qué,
¿habéis terminado de hablar? – dijo Cristina al reunirse con los demás en el
salón.
- Sí, -
contestó Alberto, - todo está bien, ¿y vosotros?
Mientras
Enrique miraba a su amigo aún un poco cortado, ella contestó que todo había ido
genial.
Entonces
sorpresivamente Rubén abrazó a Cristina.
- Con el
permiso de mi hijo, necesito abrazarte y demostrarte que no soy ningún ogro.
Estás preciosa ésta noche. ¿Me perdonas por lo que te dije?
- Eran celos
Cristina, no lo podía remediar. Tú eras la mujer que estaba casada con él y con
quien se acostaba cada noche. Me dejó por ti, y por eso te odiaba, pero todo ha
cambiado ahora y quisiera que nos lleváramos bien. Al fin y al cabo vas a ser
mi nuera.
- Pues por
mí no hay problema.
Mientras
tanto, Enrique se llevó a Alberto aparte y ambos se sentaron.
- ¿Puedo
hablar contigo un instante? – le preguntó Enrique.
- Sí claro.
- Quisiera
pedirte perdón por… haberte quitado a Cristina hace años, por… haberme…
acostado con tu padre para que él te alejara de ella. Lo siento de veras
Alberto.
- Todo eso
ya pasó, y los hechos han demostrado que las aguas siempre vuelven a su cauce;
Cris era para mí, y tu destino era enamorarte de mi padre, ¿no es así?
- Sí,
totalmente. Mi vida sin él… no tiene sentido.
- Solo te
pido una cosa.
- Dime.
- Que cuides
de él, que le seas fiel y no le engañes, ni a ti mismo tampoco, claro.
- Te lo
prometo. Solo quiero estar con él y con nadie más.
- Más vale
que eso sea así o te las verás conmigo, - sonrió, - ¿volvemos a ser amigos de
nuevo?
- Claro, eso
siempre, y tú cuida y sé bueno con Cristina. Ella se merece a alguien que la
quiera de verdad.
- Tenlo por
seguro, - dijo Alberto mientras los dos se levantaban.
- Bueno
gente, - dijo Enrique, - dejaos de charlas y vámonos, que tenemos algo que
celebrar.
- Muchas
cosas, - afirmó Rubén.
- Nuestro
compromiso y el comienzo se vuestra vida juntos, papá.
- Eso, y la
vuestra también. Vamos a ser todos muy felices ya lo veréis.
Cristina,
feliz y animada, lanzó un grito de victoria.
Y tras el
rotundo sí de ella, ambos se besaron.
Por fin iba
a ser suya, por fin había dejado de volar de flor en flor e iba a hacer su nido
donde siempre quiso hacerlo, en los cálidos brazos de la mujer soñada, la mujer
que había amado toda su vida.
Luego hubo
brindis por el amor, el de ellos, el de los padres, y por la vida que ya estaba
en camino y que ilusionaba a todos.
Aquella
noche fue apoteósica: bailaron, rieron, bebieron y disfrutaron. Después se
amaron como nunca antes, con el anhelo felizmente cumplido del deseo de
pertenecerse, de estar juntos y ser uno, de no volver a separarse jamás.