Los hábitos
y costumbres de cada uno habían sido asimilados por el otro, de modo que ya
todo funcionaba como un reloj.
Él veía la
tele mientras ella terminaba de preparar la cena, aunque muchas veces era Teo
el que cocinaba.
Luego cenaban en un ambiente agradable. Lidia había tenido tiempo de aprender algo de cocina mientras vivía con su amiga.
Muchas veces
charlaban y se contaban cómo les había ido el día a cada uno. La idea del
matrimonio planeaba por la mente femenina, y aquella noche decidió decírselo de
nuevo.
- Oye Teo,
¿por qué no nos casamos aunque sea por lo civil?
- Estamos muy bien así, yo no necesito ningún papel para demostrarte que te quiero.
- No es por
demostrar nada cariño, pero ya que nos queremos y estamos juntos, ¿por qué no
hacerlo oficial?, - dijo sin poder evitar que el recuerdo de Ernesto la
aguijoneara por dentro.
- Vamos nena, deja de comerte el coco, - Teo la abrazó, - nos queremos, vivimos juntos. ¿Para qué quieres una boda? Eso la mayor parte de las veces no es más que postureo.
Mientras la besaba Lidia pensó que para ella una boda no sería postureo, sino un compromiso profundo y por amor.
- ¿Nos vamos a la cama mi vida?, - propuso él, - tengo ganas de ti…
Momentos
después Lidia, abierta de piernas encima de Teo, cabalgaba sobre él.
- Sí… eso es
nena, que bien te mueves, y qué tetas tienes cariño…
Luego la
tendió en la cama y se puso sobre ella.
- Ábrete
bien de piernas y deja que te folle. Te la voy a meter hasta el fondo…
Aquel sucio
y descarado lenguaje, sin saber por qué, a Lidia le traía malos recuerdos.
Recuerdos de
su adolescencia, de su ingenuidad y entrega completa a un cabrón sin
sentimientos, recuerdos de Iván.
Entonces,
mientras lo veía moviéndose excitado sobre ella, de pronto Lidia recordó de
nuevo a Ernesto. Él jamás le habría hablado de aquella forma.
Desde que le
dijera que había otra persona en su vida y que no iba a casarse con él, Ernesto
había dejado de llamarla e ir a buscarla al trabajo. Lo aceptó, era su amigo,
pero ya no se veían como antes, y eso, sin saber por qué, dolía.
Pero uno de aquellos días en que Lidia salió antes y regresó a casa, al entrar en el dormitorio, se encontró una sorpresa enorme.
Teo y una
voluptuosa negrita follaban excitadísimos sobre la cama.
Sin saber por qué, de pronto recordó a aquella mujer del sombrero. Ella le había dicho la última vez que si se iba a vivir con Teo se iba a arrepentir. Maldito Teo….
Las lágrimas
comenzaron a inundar los ojos de Lidia, y un dolor enorme atenazó su corazón.
Teo y aquella negrita, ajenos a la presencia de ella, continuaban copulando de forma desinhibida mientras que todas las ilusiones de Lidia se iban derrumbando.
¿Por qué
tenía que sufrir siempre? ¿Por qué la trataba así? Ella se lo daba todo, era
buena con él. ¿Por qué la engañaba con otra? ¿Es que no tenía suficiente con
ella?
- ¡Teo!, -
le gritó.
Automáticamente
él y la negrita salieron de la cama. Ella cogió al vuelo su ropa y salió de
allí más que corriendo.
Desnudo y
perdiendo la erección de la que gozaba momentos antes, miró a Lidia azorado.
- Nena, lo
siento, yo… ¿qué haces tan pronto aquí?
- Eso es lo
único que te importa ¿no? ¿Se puede saber por qué me haces esto Teo? ¡Eres un
cabrón, un hijo de puta!
- Yo… creí que me querías, que teníamos algo especial. Pero… no te ha importado en absoluto meter a otra mujer en nuestra cama.
- Lo siento de veras cariño. Ella… solo es una compañera de trabajo, vino y… se me insinuó, prácticamente se me echó encima, pero tú sabes que solo te quiero a ti, en serio.
idia, triste
y derrotada, suspiró e inclinó la cabeza.
- Eso son
solo excusas Teo. Nadie pone los cuernos a su pareja si no quiere. Si… si tú me
quisieras no… te habrías acostado con ella así que… será mejor que… terminemos
y me vaya.
Fue solo decir aquello y Teo comenzó a suplicarle y a pedirle perdón. Le hizo mil promesas y le aseguró que jamás volvería a suceder nada parecido. Una y otra vez le dijo que la amaba, que no quería perderla, que no lo dejara.
- Está bien,
- le dijo al fin mirándolo más seria y fría que nunca, - te daré otra
oportunidad Teo.
Pero en su
fuero interno no estaba segura de que se la mereciera. Algo se había roto
dentro de ella, la confianza había muerto.
Continuará
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