viernes, 9 de agosto de 2019

Capítulo 17

- ¿Qué tal se te ha dado hoy la pintura Lidia?, - le preguntó Marta al verla entrar en su dormitorio.


- La pintura bien, pero un tío pesadísimo se puso a hablarme y no callaba.


- Y entonces apareció un moreno guapísimo y me salvó.
- ¿Te salvó?

- Si, hizo que el otro se largara, menos mal.


- Bueno y… ¿qué pasó? ¿Charlasteis o qué?

- Si, se llama Teo y tiene unos ojos claros increíbles.


- Vaya, dos chicos en menos de una semana, - rió Marta.

- Ya, pero estando hablando con él vi llegar a Iván. Creí que me daba algo.


- ¿Se acercó? ¿Te dijo algo?

- No, creo que no me vio, pero como Teo me estaba diciendo de ir abajo a tomarnos algo, me fui con él más rápido que corriendo. De todas formas, ¿sabes?, me he dado cuenta de que ya no siento nada por él.


- Eso es bueno Lidia. Olvida a ese cretino.
- Ya lo creo, y teniendo a Teo allí delante fue fácil, - sonrió, - ¿sabes que me ha pedido el número de teléfono para llamarme y quedar?

- Que bien. Espero que lo haga.


Aquella noche a Lidia le tocó trabajar en el club disco, y al  rato vio entrar a Ernesto. Inmediatamente ambos se sonrieron mutuamente.


- Hola Lidia, ¿qué tal estás?

- Muy bien ¿y tú?


- Bien. Ponme una copa anda.
- ¿Qué te sirvo?

- Lo que quieras. Sorpréndeme.


Momentos después la copa estaba servida y Ernesto la miró intrigado.
- ¿Qué pasa? ¿No te fías de mí o qué?

- Que va. Estaba tratando de adivinar qué le habías echado.


- Joder, esto está buenísimo, - dijo tras probarlo, - eres una artista.

- Gracias Ernesto, - le contestó mientras seguía atendiendo a la gente.


- ¿Quieres que espere a que termines aquí y te acompañe? Podríamos charlar y no te irías sola. No quisiera que te pasara nada, - le dijo él.
- Si claro, si no te importa…

- Que va. Esperar por ti siempre merece la pena.


Muy a su pesar Lidia se quedó algo impresionada. No estaba acostumbrada a que le dirigieran cumplidos así. Desde que Iván la insultara y le llamara zorra y puta, tal vez se había infravalorado a sí misma y no esperaba un trato como el que le daba aquel chico. Continuaba pareciendo un poco pardillo, pero se veía que era un buen tío.


Ernesto muy a menudo se la quedaba mirando pensativo, y Lidia continuaba haciendo su trabajo sin detenerse. No quería pararse a pensar qué veía en aquella mirada.


Durante un buen rato él estuvo bailando, haciendo tiempo hasta que ella por fin terminó. Luego pasearon, charlaron y quedaron en verse por la mañana.


Las citas con Ernesto comenzaron a sucederse de forma natural. Eran citas normales, sin más pretensiones que estar juntos, charlar y compartir alguna actividad. A veces iban a un parque y jugaban tranquilamente al ajedrez.


- ¿Por qué me miras de ese modo Ernesto?, - le preguntó ella.

- Es que… me tienes asombrado. Sirves copas de maravilla, pintas muy bien, juegas genial al ajedrez y…


- Además de todo eso eres preciosa, eres una luchadora y me encantas.


- Muchas gracias Ernesto, - le sonrió, - nadie jamás en mi vida me ha hecho sentirme mejor que tú. Gracias por… valorarme tanto.

- Es que es cierto.


- Vaya, creo que estás a punto de hacerme jaque mate, - dijo él mirando la partida, - no soy tan bueno como creía.


- Tal vez no, pero eres bueno para otras cosas, por ejemplo para subirme el ánimo y hacerme sentir muy bien.
- ¿En serio?

- Sí Ernesto, eres un cielo.


Continuará

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