viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 3

Envuelto en su rutina diaria, Roberto no dejaba de recordar a aquella chica.
¿Por qué iría al lago? ¿realmente le gustaba pescar? ¿había sido una coincidencia?

Debía serlo porque después de lo desagradable que se había puesto con ella por lo del coche, nadie en su sano juicio iría detrás de el. Era una solemne tontería pensarlo siquiera.


De todas formas no podía olvidar sus extraños ojos de mirada cautivadora, sus labios rojos, las curvas de su cuerpo...


Varios días después volvió al lago a pescar. No podía resistir la tentación de probar suerte. ¿Se había vuelto loco? - pensó para sí, - estaba deseando volver a ver a una pija rica que ni siquiera sabía conducir bien, ni pescar y que encima había ridiculizado a su Toyota.


Pocos minutos después, cuando comenzó a oír pisadas en el camino, se le hizo un nudo en la garganta.


¿Sería ella tal vez?


Estaba deseando volver la cabeza para averiguarlo, pero si hacía eso, su honor quedaría por los suelos.


Los suaves pasos siguieron avanzando. Roberto estaba casi seguro de que era ella de nuevo, pero cuando sintió que "algo" comenzaba a despertarse entre sus piernas con solo pensar en ella, se aterrorizó.


Armándose de valor volvió un poco la cabeza y efectivamente, era la pelirroja. ¿Cual sería su nombre?
- Hola, - le dijo al pasar.
- Hola, - respondió el.


Esta vez se puso a pescar en otra parte del lago, pero igualmente podía verla, ese era el caso.


Ahora que ella estaba casi de espaldas y no lo veía, Roberto se recreó mirándola; menudas piernas tenía, y ese culito tan bien delineado por aquellos pantaloncitos cortos... ponía cardíaco a cualquiera.


El curso de sus tórridos pensamientos fue interrumpido cuando la vio pescar un pez de buen tamaño. Vaya, menos mal que se estrenaba, - pensó.


Pero para su sorpresa, tras guardar el pez, la chica se dirigió hacia donde estaba el.


- Hola, - lo saludó ella.
Roberto tuvo oportunidad de contemplar la generosa parte delantera de la chica tanto como la trasera; su corazón latía a mil.
- Ho...hola- titubeó nervioso.


- Es que he visto que tienes mucha práctica en esto de pescar y me gustaría consultarte acerca de los cebos, - le dijo ella.
- Ah, si, es que pescar me encanta y hace bastante tiempo que lo hago. Me gusta, me relaja.


- A mi también. Y dime, ¿que cebos usas? - quiso saber ella.
- Para empezar dime que le pones tu.
- ¿Yo? - ella se encogió un poco de hombros ante una respuesta que para ella era mas que obvia, - pues lombrices, gusanos, lo que me dieron en la tienda.


- Error, con eso no consigues nada, - afirmó el convencido.
- Pero si el hombre de la tienda me dijo que...
- Yo les pongo rábanos, a los peces les gusta mucho, sobre todo ahora en primavera, pero también les encanta el queso de cabrales, y con el de tetilla flipan, si lo sabré yo... Pero por encima de todo, lo que mas les gusta es la mortadela chóped. Con eso consigues hasta el pez letal.


Tras un momentáneo titubeo, ambos estallaron en risas incontenibles.


- Rábanos, queso de cabrales, de tetilla, chóped... ¿Te estás quedando conmigo? - preguntó ella aún riendo.



 El la contempló sonriente, la acarició con la mirada. Luego suspiró.
- Ojala me quedara contigo para siempre, - murmuró con un metal de voz diferente.


Entonces ambos, como si fuera de común acuerdo, se abrazaron estrechamente; Roberto sentía una mano de ella acariciando su espalda, otra su nuca, enredada en su cabello, y el entonces la abrazó aún mas fuerte y acarició posesivamente la espalda femenina.


Se separaron un momento; ella se llevó la mano al pecho tratando de acallar los fuertes latidos, el suspiraba, ardía en un deseo incontenible.


Así que, sin poderlo evitar se abrazaron de nuevo y con un gemido ronco y ansioso, unieron sus labios suavemente al principio, deleitándose en acariciárselos mutuamente.


Después intensificaron el beso, comenzaron a entreabrir sus bocas, a  sentir la punta de la lengua de cada uno dispuesta a asaltar la boca del otro.


Pero entonces se separaron unos momentos. Aún estaban abrazados, se miraban cautivados, como presos de un hechizo extraño y loco.


Sus ojos hablaron poco tiempo porque la impaciencia y el deseo eran demasiado grandes para poder contenerlos y los consumía. Volvieron a besarse pero esta vez sin contención ninguna; sus bocas abiertas se fundieron en una y sus lenguas ardientes y juguetonas invadieron la aterciopelada boca del otro, libando, deseando fundirse, poseerse...
Durante varios minutos solo supieron besarse, acariciarse, no podían parar.


Pero de pronto comenzaron a caer unos fuertes goterones de lluvia. Se separaron y Roberto miró hacia el cielo encapotado.
- Está lloviendo... - murmuró.


- Si, - ella extendió una mano en la cual cayeron rápidamente los goterones, - es verdad.


- Lo siento, tengo que irme, - dijo la pelirroja de pronto.
Y entonces echó a correr hacia el camino de salida.


Roberto se quedó allí parado viéndola de ir mientras la lluvia lo empapaba.
- Ni siquiera se su nombre... - murmuró.


Continuará




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