Dejó el plato en la encimera. Seguramente no debería estar haciendo aquello todavía ya que su hijo era suficientemente mayorcito, pero era su padre, solo lo tenía a el, y si Clara viviera estaba seguro de que le haría igualmente el desayuno todas las mañanas, así que Eduardo no quería que careciera de nada, ni siquiera de las atenciones propias de una madre.
Eduardo fue al dormitorio de su hijo y, efectivamente lo encontró durmiendo.
- Roberto, - lo llamó, - levántate que ya está listo el desayuno.
- Ya voy, - respondió el con voz adormilada mientras se levantaba.
Momentos después los dos
desayunaban juntos.
- Papá, ya te he dicho muchas
veces que no tienes por que levantarte tan temprano para hacerme el desayuno.
Yo me levantaría antes para hacérmelo, - le dijo Roberto.
- Bah, tonterías, me encanta
desayunar contigo.
- Bueno dime, ¿que vas a
hacer esta mañana? ¿Te reunirás en el parque con alguno de tus amigos?
- Si han puesto ya el
festival de primavera iré a gastarme todo lo que tengo besuqueando a las chicas
del puesto de besos, y luego me llevaré a la mas guapa a la granja de Nicolás.
Me ha dicho que tiene un pajar digno de un buen revolcón.
Roberto lo miró serio.
- Vamos papá, estas de coña
¿no?
- Pues claro, ¿para que preguntas si ya lo sabes?
Si es que...
Riéndose de las cosas de su padre, Roberto se fue
momentos después hacia el trabajo. Tenía un Toyota Prius casi nuevecito, el
cual había comprado con mucho esfuerzo y se sentía súper orgulloso de el.
No tardó en llegar al trabajo, pero ya iba algunos
minutos tarde, así que corrió hacia la puerta.
Una vez dentro se dirigió hacia el ascensor que lo
llevaría hacia la redacción del Moonlight Chronicle, el periódico para el cual
trabajaba. Entró y subió hasta el piso indicado.
Pero justo cuando salía por la puerta del ascensor,
esta se empezó a cerrar aprisionándolo, y no era la primera vez que aquel
cacharro de ascensor le hacía la faena. Al final acabó en el suelo y todo.
Tratando de recuperar la dignidad perdida, se
enderezó y entró con paso elegante en la redacción.
- Buenos días chicos, -
saludó a los demás.
- Vaya, el señorito solo
llega con 5 minutos de retraso, - dijo el muchacho del fondo en tono irónico y
guasón - ¿Te caíste de la cama o qué?
- Bésame el culo ¿quieres? -
respondió Roberto con humor.
- Olga, - se dirigió a la secretaria del jefe, -
¿puedo hablar un momento con el Sr. Zafra?
- Ahora mejor que no Roberto, está muy ocupado esta
mañana. Entra mas tarde ¿vale? - respondió ella.
Olga Luján.
Roberto la observó mientras
se sentaba ante su ordenador. Ella era desde hacía mucho tiempo la secretaria
de Don Santiago Zafra, director de aquel periódico. Era delgaducha y casi
carente de atractivo, por lo menos a el no le ponía nada de nada, y además
tenía pocas tetas, sobre todo en comparación con la rubia y exuberante Lidia,
otra compañera de Roberto.
Eso si, lo que era innegable es que Olga era la
eficiencia personificada. No podía existir otra secretaria tan buena como ella,
y por eso estaba allí.
Y esta era la antes citada, Lidia López. Guapa,
rubia, exuberante, coqueta y muchas cosas mas.
Casi siempre traía minifaldas de vértigo y Roberto
estaba seguro de que debía tener silicona en las tetas. A pesar de todo y de
que alguna que otra vez se le insinuara, a Roberto no le gustaba Lidia, no era
su prototipo de mujer.
Al que si parecía molarle un pegote era a Alonso,
el que ocupaba la mesa del fondo.
Alonso era el típico guaperas culoperas que las
pone cachondas a todas. Era simpático y extrovertido y Roberto y el eran
bastante amigos.
En mas de una ocasión lo pilló enrollándose con
Lidia en el cuarto de baño, y hasta llegó a salvarles el culo para que no los
pillara el jefe.
Este era su lugar de trabajo. A pesar de como era
cada uno, hacían un buen equipo, y Alonso era uno de los mejores de allí.
Antes de marcharse de la
redacción, Roberto pasó al despacho del jefe.
- Buenas Sr. Zafra, ¿tiene un
momento?
- Espera, - dijo alzando el dedo índice, - es un
segundo...
- Ya, - dijo al momento dejando de atender el
ordenador. - Dime.
- Verá Sr. Zafra, es que esta
mañana las puertas del ascensor han vuelto a fallar y se me han cerrado encima.
- ¿Y has vuelto a caerte de
bruces al suelo? - preguntó el jefe.
Roberto se removió incómodo y
algo avergonzado.
- Bueno... si, me caí... otra
vez, - repuso bajando la mirada.
- No te preocupes Roberto, -
sonrió bonachonamente el jefe, - llamaré para que lo arreglen y no volverá a
pasar, ¿vale?
El asintió satisfecho y,
dando la media vuelta salió del despacho.
Justo entonces Don Santiago Zafra dejó escapar la
risa que había estado reprimiendo delante de Roberto. Este chico era un caso.
Roberto salió de la redacción y fue hacia el
parking donde había dejado su coche.
Entonces al llegar allí vio un descapotable pegado
a la parte trasera de su Toyota.
¡Maldita sea! ¿Quien le había podido dar aquel
golpe a su coche? Estaba prácticamente nuevo y lo tenía impoluto. ¿Quien había
sido el desaprensivo que hizo aquella faena?
Continuará
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