Una pelirroja fue hacia
Roberto con expresión apurada.
- Oh, lo siento mucho. Dios,
que apuro...
- ¿Es usted la dueña del
descapotable que se ha empotrado contra mi coche? - quiso saber el.
- No se ha empotrado, solo ha
sido un desafortunado roce, y si, yo soy la dueña, - contestó ella.
- ¡Maldita sea! ¿En que piensa cuando va
conduciendo? Esto no es tan estrecho ¿sabe? Se puede pasar perfectamente sin fastidiar
a los demás coches, - estalló Roberto iracundo.
- Tranquilo, ya le he dicho
que lo siento.
- Si claro, eso es muy fácil
decirlo ahora, pero el daño está hecho, y me ha costado un montón poder pagarme
este coche ¿sabe? Mujer tenía que ser.
Ante aquel comentario
machista, la pelirroja lo miró enfadada.
- A lo mejor es que su cochecito
es tan pequeño e insignificante que ni lo vi.
- ¿En serio? - Roberto
también estaba muy enfadado, y mas después de oírla hablar así de su Toyota.
- Dígame, - contraatacó el,
¿donde consiguió su carnet de conducir? ¿en el festival, en la feria local o en
la máquina de la garra para sacar premios?
- Que sepa que soy una excelente conductora, y
tengo el carnet hace bastante tiempo, - se defendió ella.
- Y no se preocupe por su cochecito. Le daré mi
seguro para que se lo arreglen ¿conforme?
- Como se puede ser tan ceporro, - murmuró.
- La he oído, y me parece increíble que encima de
que me estropea el coche me insulta.
La pelirroja bajó la cabeza
algo avergonzada.
- Ya le he dicho que lo
siento, - murmuró.
- Está bien, - soltó Roberto
a regañadientes, - déme su seguro para que me arregle el...
- El arañazo, - terminó ella
por el.
Una vez concluido el papeleo, ambos se quedaron
mirando en silencio el uno al otro. Roberto no sabía que le ocurría, pero no
podía dejar de mirar el cabello cobrizo de aquella desagradable mujer, ni sus
ojos de color indefinido, ni aquellos labios rojos...
Ambos se aturdieron y cogieron sus coches. El la
vio de ir en su flamante descapotable rojo. Menudo cochazo tenía la nena, -
pensó el.
Cuando se subió por fin a su Toyota, fue la primera
vez que no se sintió orgulloso de el, y mas después de ver aquel descapotable.
Momentos después, de malas pulgas llegó a casa.
- Hola, - lo saludó su padre sentado en su mecedora
favorita, - has tardado un poco mas ¿no?
- No me hables papá, - dijo Roberto dejándose caer
en el sofá. - Hoy desde luego no es mi día.
- A ver, cuéntame que te ha pasado, - dijo Eduardo
yendo a sentarse junto a su hijo en el sofá.
- Primero se me cerraron las puertas del ascensor y
volví a caerme, - relató Roberto mientras su padre sonreía con humor, - y ahora
al ir al parking a por mi coche, otro coche había chocado con el.
- ¿Con el Toyota?
- Si papá, resulta que una niña pija que no sabe ni
papa de conducir, le dio por detrás. ¿Te lo puedes creer?
- Y cuando me puse como una fiera encima se
ofendió. Dijo que mi coche era tan pequeño que ni lo había visto.
- Bueno, supongo que los dos os alterasteis y
dijisteis cosas de mas. ¿Te dio el seguro para el arreglo?
Roberto se quedó pensativo, callado, mirando un
punto inexistente.
Era como si no estuviera
allí. Recordaba...
- Roberto, ¿me oyes?
- Ah si, perdona. ¿Que
decías?
- Digo que si te dio el
seguro. ¿Donde estabas?
Roberto no contestó la ultima
pregunta.
- Si, al final me dio el
seguro, era lo mínimo. Y encima de que no sabe conducir tiene un descapotable
que te cagas. Debe ser una niña de papá.
- Eso es envidia Roberto, le
tienes envidia porque tiene un coche mejor y mas caro que tu.
- Déjate de rollos papá, esa
pija no debería tener ese cochazo conduciendo como conduce.
- Sea por lo que sea lo
tiene, así que olvídalo. Venga, vamos a comer.
Aquella tarde, cuando dejó de llover, Roberto
aprovechó para ir a practicar su hobby favorito:
La pesca.
Allí, en medio de la
naturaleza y con una caña de pescar en la mano, el lograba relajarse y sentirse
bien.
Se sentía tan feliz y a gusto cuando empezó a oír
pasos acercándose.
¿Quien demonios venía a romper su armonía y su
soledad? El se sentía feliz cuando estaba pescando solo y relajado.
Por el rabillo del ojo Roberto
vio a la pelirroja del descapotable.
- Tierra, trágame, - pensó para sí mientras
sostenía fuertemente la caña, - voy a hacerme el despistado.
Al llegar a donde el estaba,
la pelirroja se detuvo un instante.
- Hola, - lo saludó.
Roberto tragó saliva y
procuró recordar el arañazo del coche y no sus labios sensuales ni sus senos
turgentes.
- Eh... - carraspeó, - hola,
- murmuró serio y sin volver la vista.
- Bueno, - pensó Roberto, - se ha estropeado la
tarde, pero al menos tengo el consuelo de haber pescado algo.
La chica se puso a pescar en la otra parte del
lago, justo en frente, y el apretó los labios mortificado. Si al menos se
hubiera puesto detrás de un arbusto, se habría hecho a la idea de que no había
venido.
De todas formas Roberto no podía evitar mirarla. No
pescaba nada, lo cual le daba a entender que no tenía práctica en aquello, pero
las piernas que dejaban ver aquellos pantaloncitos cortos eran de vértigo.
Un rato después y quizás
aburrida por no pescar nada o porque se hacía tarde, dejó la pesca y salió
corriendo hacia el camino de salida.
Roberto no pudo evitar
volverse y quedársela mirando.
Continuará
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