Entre bromas y risas a causa de la incipiente borrachera de Cristina, ambos subieron al piso de arriba. Ella pensó que él la instalaría en otro cuarto, pero en cambio entró en el suyo y la ayudó a quitarse la ropa y a acostarse. Luego Albert se acostó junto a ella.
- Mmm…
cielos, qué bien hueles, - dijo rodeándola entre sus brazos.
- Te… te
estás aprovechando de… de mi porque estoy bo… borracha, - rió.
- Jamás voy
a aprovecharme de ti cielo, es solo que tenerte una noche aquí, en mi cama,
junto a mí, es un sueño hecho realidad.
- Anda ya… -
volvió a reír.
- Tú… te
fuiste al… al extranjero y… me dejaste… - dijo sacando cosas del pasado.
- Fue mi
padre el que me obligó nena.
- Debería…
haberme acostado en… otra cama.
- No, - él
la estrechó contra su cuerpo acariciándola, - no quiero hablar ahora de lo que
pasó. Estamos juntos en mi cama, y soy muy feliz Cris…
- Albert…
Entonces él
giró en el lecho y su boca cubrió la suya apoderándose de ella.
La sorpresa
inicial de Cristina fue sustituida por una especie de trance hipnótico. Aquel
hombre siempre la había vuelto loca, no sabía por qué, pero después de que él
se fuera y lo perdiera, se casó con Enrique y ahora éste no tenía tiempo para
ella. Albert había vuelto, estaba allí, a su lado, besándola de forma experta y
subyugante.
- Joder
Albert… - ella montó sobre el cuerpo de él, - me vuelves loca.
- Y tú a mí,
mi vida, siempre… - susurró en voz baja y seductora, - podría estar besándote
por el resto de mi vida sin cansarme…
- Oh Albert…
- gimió ella besándolo apretadamente, - qué… guapo eres, cuánto me gustas.
- Y tú a mi…
- Mi… mi amor…
Emocionado
hasta las lágrimas, Alberto la besó profunda e insistentemente.
Ella había
dicho que él era su amor, ¡lo había dicho!
- ¿Quieres
que hagamos el amor? – susurró él cerca de su boca.
- No Albert,
ni siquiera debería estar… aquí besándote, pero… no puedo evitarlo.
- No te
preocupes cielo mío, no ocurrirá nada que tú no quieras que pase. Me conformo
con tenerte junto a mí.
Habían
dormido juntos, muchas veces abrazados, sintiéndose felices por el simple hecho
de rozar al otro, de saber que estaba allí al lado.
De madrugada
ya, Cristina se despertó, y se sorprendió al ver allí a su lado, dormido, a
Albert.
Rápidamente
se levantó y se vistió. Él al escucharla también salió de la cama y se puso el
pijama.
- Siento…
haberte despertado Albert. Si hubiera dormido en el otro cuarto, esto no habría
ocurrido. Me siento… avergonzada.
Él sonrió.
- ¿Pero por
qué cielo? No ha pasado absolutamente nada de lo que te debas arrepentir.
- Pero… está
mal tener un marido y… besuquear a otro.
- Cris, él
lleva días y días haciendo su vida. Hasta te dejó plantada ayer y no te avisó.
Tú tienes derecho a vivir, a ser feliz, a amar y que te correspondan.
Ella sabía
que él tenía razón, y también sabía que si seguía sentada allí en su cama,
junto a él y mirando aquellos ojos de mirada profunda, aquellos labios
enloquecedores, se liaría la manta a la cabeza y cometería una locura.
- Lo… lo
siento Albert pero… tengo que irme ya. Gracias por todo.
- De nada, -
susurró serio.
Entonces
ella se levantó y se fue.
La noche
anterior cuando ella llegó, su casa pareció cobrar vida repentinamente; se
llenó de confidencias, risas, juegos, abrazos, caricias, besos profundos y
enloquecedores. Ahora parecía volver a estar muerta, de cuerpo presente, y el
allí, solo, velándola, dándose cuenta de que se estaba volviendo a enamorar, y
ésta vez ella no era libre y él corría el peligro de salir muy tocado y
perjudicado.
Aunque él
estuviera pendiente de ella, salieran juntos a donde fuera o pasaran veladas
geniales como la de la noche anterior, al final ella siempre iría a su casa en
busca de Enrique, un marido que no la merecía en absoluto.
Cristina
llegó a casa con el tiempo justo para cambiarse y meterse en la cama antes de
que Enrique llegara. Por supuesto se hizo la dormida, pero su mente era como
una máquina bien engrasada a la que habían puesto en funcionamiento, y ya no
podía parar.
Y allí había
estado, acostada junto a su marido, el hombre con el que llevaba cinco años
casada, y sintiéndolo un extraño, añorando de forma bestial a Albert, y
deseando mandarlo todo al infierno, y correr a su casa en busca de él.
- ¿Qué pasa?
- Nada. Lo
hemos pasado bien ¿verdad?
Él se
encogió de hombros.
- Bueno,
solo hemos almorzado juntos, que por cierto, la salsa de la lasaña de
langostinos al pesto estaba fatal hecha. Tuve que morderme la lengua para no
decirle nada al camarero o peor, llamar al chef, pero la hubiera liado.
- Si
Enrique, mejor calladitos, - trató de sonreír.
Él se puso
de pie y ella se le acercó.
- Espera…
- ¿Qué
quieres? Hoy estás muy rara.
- ¿Es raro
querer estar con mi marido? ¿Cuánto hace que no hacemos el amor Enrique?
Pero justo
cuando él le iba a contestar, le sonó el móvil.
- Hola,
dime.
Cristina
trató de tener paciencia.
Durante un
momento Enrique guardó silencio mientras le hablaban.
- Ya. Esto…
hablaremos en otro momento ¿de acuerdo?
Cristina lo
miraba incapaz de creer que lo que comenzaba a sospechar fuera cierto.
En cuanto él
terminó de hablar, antes de arrepentirse, Cris se le acercó y acarició su
mejilla.
- Cariño,
vamos a hacerlo, anda…
Pero ya su
disposición, su actitud y hasta su mirada habían cambiado.
Él entonces
detuvo la caricia.
- Lo siento
pero… ahora no puedo.
Ella agarró
sus manos.
- Espera
Enrique, ¿qué ocurre? ¿Qué hay de malo en mí? ¿Es que… ya no te gusto?
- No digas
tonterías. Tengo que irme.
- No, eso no
es cierto. Todavía tienes tiempo y podemos estar juntos.
- Lo siento
pero… ahora no. Hasta la noche cariño.
Cruzó la
habitación y se fue.
Ni un beso,
ni un abrazo, ni tampoco quedarse a hablar de las cosas, y muchísimo menos
hacer el amor. Y la noche anterior ella había rehusado hacerlo con Albert por
fidelidad a un marido que no se comportaba como tal y ya no parecía ni
desearla.
En su
interior, Cristina notó que algo se rompía, que la venda caía al suelo y podía
ver por fin, y no deseaba continuar así, de esa manera, sintiéndose
continuamente sola y rechazada. Era hora de empezar a vivir.
Continuará
Enrique es un energúmenos, estúpido y cegato. A parte de egoista y un cerdo malnacido. Cris, la pobrecilla, lo está pasando mal y él lo único que hace es alejarla más y más. Al final la perderá y se arrepentirá de su error, pero el karma es sabio y él pagará por tdo lo mal que se está portando con ella.
ResponderEliminarTodavía hay cosas que se tienen que saber sobre Enrique, tiene cosas ocultas que ya se desvelarán. Muchas gracias por pasarte y comentar.
EliminarMenos mal que Cris está reaccionando y la llamada que ha recibido Enrique la ha dejado mosca pero lo que no se puede imaginar es lo que realmente está haciendo su marido. Qué ganas tengo de que se entere de todo.
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