- Cariño voy
a hacer una macedonia de frutas ¿vale? Últimamente creo que he cogido algún
kilito y eso no puede ser.
- Anda
mujer, pero si estás perfecta así. No me gusta tener a mi lado en la cama a un
esqueleto.
- Muy
gracioso. ¿A qué hora entras a trabajar?
- Bueno,
todavía no. A las doce.
- Bien,
entonces tenemos tiempo de charlar.
Cristina estaba de espaldas y no vio la
expresión algo fastidiada de Enrique.
Cuando
terminaron de desayunar, ella se acercó a él y besó su mejilla cariñosamente.
- Ven al
sofá mi amor, que hay algo que quiero comentarte.
Enrique la
siguió mientras mudamente se imaginaba el tema que ella iba a sacar.
- Cariño, ya
llevamos varios años casados y yo quisiera ser madre. Como yo no tomo la
píldora ni tu usas preservativos y no me quedo embarazada, algo debe estar
pasando ¿no crees?
Lo que se
temía.
Enrique puso
una cara que dejaba ver a todas luces que el tema le incomodaba. Bueno, era la
misma cara que ponía cada vez que ella había tocado el dichoso temita.
- Yo estoy
bien así contigo Cristina. ¿Para qué vamos a complicarnos la vida con un mocoso
que esté llorando y cagándose todo el santo día?
Cristina se
quedó como siempre, sin respuesta alguna.
- ¿No decías
que aún tenías tiempo? – le preguntó sin poder evitar la ironía.
- Si llego
antes el jefe estará más contento conmigo, créeme.
- Ya…
Cristina se
quedó en silencio, pensativa, sintiendo lo de otras tantas veces en que había
tocado el tema de los niños. Como siempre, él se evadía, se escurría y pasaba
de seguir hablando.
Enrique al
parecer no quería niños, ni siquiera deseaba oír hablar de ellos.
¿Por qué? –
se preguntaba a sí misma.
La respuesta
a aquella pregunta la ignoraba, puesto que él siempre se negaba a hablar del
tema, así que su deseo de ser madre se quedaría solo en eso, en deseos
insatisfechos y sueños utópicos.
Las manos
masculinas se posaron en el cuello de Anastasia mientras la miraba serio y
concentrado y su duro miembro la penetraba lentamente.
- No irás a
ahogarme ¿verdad cielo? – preguntó ella con un tono divertido.
Por toda
respuesta él se inclinó y comenzó a lamer y besar el cuello femenino.
- Prefiero
comerte, saborearte y…
- Mmmm… si,
bésame. No sabes cómo me pones… - susurró seductoramente ella.
Mientras
ambos se besaban en profundidad y con insistencia, él la elevó a las estrellas.
Cuando
hubieron terminado, Anastasia se vistió y lo miró sonriente.
- Me ha encantado
Alberto, como siempre.
- Y a mí,
pero si me perdonas, hemos estado de juerga toda la noche y estoy muy cansado
cielo.
- Nos
veremos otro día ¿no? – preguntó ella.
- Sí claro,
- dijo con un tono descuidado que encendía el interés de las mujeres, - llámame.
Mucho más
tarde cuando ya se había levantado, duchado y vestido, sonó su móvil.
- Hola
Saria, ¿qué tal estás guapa?
- Muy bien.
¿Qué te parece si nos tomamos unas copas esta noche? Es sábado y…
- Y tu
cuerpo lo sabe, - concluyó él la frase riendo.
Al otro lado
del teléfono se oyó también la risa de ella.
- He pensado
que podríamos ir a La Guarida a tomarnos algo antes de… tú ya sabes…
- Veo que lo
tienes todo planeado y calculado ¿no?
- Si, más o
menos.
- ¿Y no te
interesa más ir al grano?
- No, tengo
ganas de que nos tomemos algo y charlemos. ¿Te pasa algo?
El tono de su voz le decía que la actitud de
él era diferente.
- No que va.
Nos vemos en La Guarida a las diez ¿te parece?
Tras aceptar
ella y cortar la llamada, Alberto se quedó pensativo.
Otra noche
de sexo salvaje con una chica exuberante, y daba igual la chica que fuera. Era
una más, no sentía nada, no había absolutamente nada.
Durante unos
largos segundos, pareció estar en otro sitio, rememorando otra época, cuando su
corazón galopaba con solo agarrar una mano…
Aquella
noche a las diez se reunió con Saria en La Guarida. Era un pub tranquilo, así
que se sentaron y se pusieron a charlar. Bueno, la que charló más fue ella:
sobre su trabajo, sobre un compañero que la acosaba con miradas ansiosas, sobre
su familia, las reformas que quería hacer en su casa…
La historia
de Alberto ya la sabía Saria: él era hijo único, sus padres se divorciaron
cuando él apenas tenía dos años, y en la actualidad trabajaba como abogado en
un bufete. Luego en su tiempo libre frecuentaba a muchas mujeres, amigas con
derecho a roce con las que no se comprometía, lo cual había hecho que su fama
de soltero de oro se consolidara, y su eterna falta de interés había hecho que
muchas chicas lo persiguieran como locas deseando ganarse su corazón, pero…
¿tenía corazón Alberto Díaz?
- Bueno ¿y
tú qué te cuentas? – le preguntó ella.
- Poca cosa.
La vida de un abogado es muy aburrida.
- Si claro,
me rio yo. Anda y vamos a la barra que quiero pedir algo para comer. No he
cenado. ¿Y tú?
- Yo si
cené. Me tomaré una cerveza.
Ambos se
sentaron en taburetes junto a la barra y pidieron lo acordado.
- Vaya, -
exclamó él, - pues sí que tenías hambre.
- Almorcé
muy temprano hoy, - explicó ella, - y además quiero tener energías para el
postre, - insinuó.
Él la miró
serio y en silencio durante un momento. Luego suspiró.
- Sí mujer,
sí…
¿Irse a casa
solo? ¿Ponerse a pensar, tal vez a recordar? Ni de coña.
- No te
preocupes que no me pasa nada. Ahora nos vamos a mi casa y te doy el postre, -
sonrió alejando de sí los fantasmas del pasado.
Saria era
una hembra seductora, fogosa y ardiente.
En cuanto
llegaron a la casa de Alberto y se desnudaron, subieron a la cama y ella montó
sobre el cuerpo masculino.
Él la miraba
serio, en silencio, pensativo.
- Eh cielo,
estoy aquí, - susurró ella, - yo sí estoy aquí, contigo, así que haz a un lado
todo lo que te atormenta y hazme el amor como si no hubiera un mañana, ¿de
acuerdo?
Tras unos
momentos él se levantó y ella hizo lo mismo. Luego lo abrazó y lo besó.
- Ha sido
muy rápido, - susurró cerca de su boca, - me ha sabido a poco, muy poco…
- Lo siento.
¿No te gustó?
- Sí,
demasiado. ¿No quieres que me quede? Puedo hacerlo.
Ante el
silencio de él, ella sonrió.
- No hace
falta que digas nada, se la respuesta, ¿y sabes qué?
- No, dime.
- Por tu
bien, deberías olvidar a la hija de puta que te dejó así. Si yo te conquistara
como ella lo hizo, no me iría de tu lado, así que mándala a la mierda de una
puñetera vez y enamórate, a ser posible de mí.
Alberto la
soltó y se sentó en su cama muy serio.
- Anda
lárgate, - le dijo con cara de pocos amigos, - será mejor.
Ella se
vistió.
- Nos vemos
guapo, - se despidió caminando hacia la puerta.
Cuando se
quedó solo, su mente era un caos, un montón de recuerdos que no quería ni podía
olvidar. Y la estúpida de Saria la había llamado hija de puta.
Maldita sea…
El primer capítulo y ya está muy interesante, sobre todo la historia de Alberto que sé que tendrá que ver con la primera pareja aunque no se me ocurre qué será.
ResponderEliminarGracias Merche, este capítulo es la primera toma de contacto, ya luego verás como van saliendo las cosas a la luz. Queda mucha tela que cortar.
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