miércoles, 14 de abril de 2021

Capítulo 1

- Cariño voy a hacer una macedonia de frutas ¿vale? Últimamente creo que he cogido algún kilito y eso no puede ser.

- Anda mujer, pero si estás perfecta así. No me gusta tener a mi lado en la cama a un esqueleto.



- Muy gracioso. ¿A qué hora entras a trabajar?

- Bueno, todavía no. A las doce.

- Bien, entonces tenemos tiempo de charlar.

  Cristina estaba de espaldas y no vio la expresión algo fastidiada de Enrique.



Cuando terminaron de desayunar, ella se acercó a él y besó su mejilla cariñosamente.

- Ven al sofá mi amor, que hay algo que quiero comentarte.



Enrique la siguió mientras mudamente se imaginaba el tema que ella iba a sacar.

- Cariño, ya llevamos varios años casados y yo quisiera ser madre. Como yo no tomo la píldora ni tu usas preservativos y no me quedo embarazada, algo debe estar pasando ¿no crees?

Lo que se temía.

Enrique puso una cara que dejaba ver a todas luces que el tema le incomodaba. Bueno, era la misma cara que ponía cada vez que ella había tocado el dichoso temita.

- Yo estoy bien así contigo Cristina. ¿Para qué vamos a complicarnos la vida con un mocoso que esté llorando y cagándose todo el santo día?



- Anda no exageres. Sería maravilloso tener un bebé. Lo cuidaríamos entre los dos. Por eso te digo que vayamos al médico para que nos vea, a ver si alguno de los dos tiene un problema o algo.


- Lo siento, tengo que prepararme para irme al trabajo, - dijo de repente poniéndose de pie mientras avanzaba hacia el baño.


Cristina se quedó como siempre, sin respuesta alguna.

- ¿No decías que aún tenías tiempo? – le preguntó sin poder evitar la ironía.

- Si llego antes el jefe estará más contento conmigo, créeme.

- Ya…



Cristina se quedó en silencio, pensativa, sintiendo lo de otras tantas veces en que había tocado el tema de los niños. Como siempre, él se evadía, se escurría y pasaba de seguir hablando.

Enrique al parecer no quería niños, ni siquiera deseaba oír hablar de ellos.

¿Por qué? – se preguntaba a sí misma.

La respuesta a aquella pregunta la ignoraba, puesto que él siempre se negaba a hablar del tema, así que su deseo de ser madre se quedaría solo en eso, en deseos insatisfechos y sueños utópicos.



Las manos masculinas se posaron en el cuello de Anastasia mientras la miraba serio y concentrado y su duro miembro la penetraba lentamente.

- No irás a ahogarme ¿verdad cielo? – preguntó ella con un tono divertido.



Por toda respuesta él se inclinó y comenzó a lamer y besar el cuello femenino.

- Prefiero comerte, saborearte y…



- Mmmm… si, bésame. No sabes cómo me pones… - susurró seductoramente ella.

Mientras ambos se besaban en profundidad y con insistencia, él la elevó a las estrellas.



Cuando hubieron terminado, Anastasia se vistió y lo miró sonriente.

- Me ha encantado Alberto, como siempre.

- Y a mí, pero si me perdonas, hemos estado de juerga toda la noche y estoy muy cansado cielo.

- Nos veremos otro día ¿no? – preguntó ella.

- Sí claro, - dijo con un tono descuidado que encendía el interés de las mujeres, - llámame.



Y acto seguido se metió en la cama y se dispuso a dormir. 


Mucho más tarde cuando ya se había levantado, duchado y vestido, sonó su móvil.

- Hola Saria, ¿qué tal estás guapa?



- Muy bien. ¿Qué te parece si nos tomamos unas copas esta noche? Es sábado y…

- Y tu cuerpo lo sabe, - concluyó él la frase riendo.

Al otro lado del teléfono se oyó también la risa de ella.

- He pensado que podríamos ir a La Guarida a tomarnos algo antes de… tú ya sabes…



- Veo que lo tienes todo planeado y calculado ¿no?

- Si, más o menos.

- ¿Y no te interesa más ir al grano?

- No, tengo ganas de que nos tomemos algo y charlemos. ¿Te pasa algo?

 El tono de su voz le decía que la actitud de él era diferente.

- No que va. Nos vemos en La Guarida a las diez ¿te parece?



Tras aceptar ella y cortar la llamada, Alberto se quedó pensativo.

Otra noche de sexo salvaje con una chica exuberante, y daba igual la chica que fuera. Era una más, no sentía nada, no había absolutamente nada.

Durante unos largos segundos, pareció estar en otro sitio, rememorando otra época, cuando su corazón galopaba con solo agarrar una mano…



Aquella noche a las diez se reunió con Saria en La Guarida. Era un pub tranquilo, así que se sentaron y se pusieron a charlar. Bueno, la que charló más fue ella: sobre su trabajo, sobre un compañero que la acosaba con miradas ansiosas, sobre su familia, las reformas que quería hacer en su casa…

La historia de Alberto ya la sabía Saria: él era hijo único, sus padres se divorciaron cuando él apenas tenía dos años, y en la actualidad trabajaba como abogado en un bufete. Luego en su tiempo libre frecuentaba a muchas mujeres, amigas con derecho a roce con las que no se comprometía, lo cual había hecho que su fama de soltero de oro se consolidara, y su eterna falta de interés había hecho que muchas chicas lo persiguieran como locas deseando ganarse su corazón, pero… ¿tenía corazón Alberto Díaz?



- Bueno ¿y tú qué te cuentas? – le preguntó ella.

- Poca cosa. La vida de un abogado es muy aburrida.

- Si claro, me rio yo. Anda y vamos a la barra que quiero pedir algo para comer. No he cenado. ¿Y tú?

- Yo si cené. Me tomaré una cerveza. 



Ambos se sentaron en taburetes junto a la barra y pidieron lo acordado.

- Vaya, - exclamó él, - pues sí que tenías hambre.

- Almorcé muy temprano hoy, - explicó ella, - y además quiero tener energías para el postre, - insinuó.



- Vas a darme el postre ¿no, Alberto? – lo miró.


Él la miró serio y en silencio durante un momento. Luego suspiró.

- Sí mujer, sí…



- Te noto un poco… raro últimamente. Si no quieres hacerlo dímelo. A lo mejor prefieres irte a tu casa solito un sábado por la noche.


¿Irse a casa solo? ¿Ponerse a pensar, tal vez a recordar? Ni de coña.

- No te preocupes que no me pasa nada. Ahora nos vamos a mi casa y te doy el postre, - sonrió alejando de sí los fantasmas del pasado.



Saria era una hembra seductora, fogosa y ardiente.

En cuanto llegaron a la casa de Alberto y se desnudaron, subieron a la cama y ella montó sobre el cuerpo masculino.

Él la miraba serio, en silencio, pensativo.

- Eh cielo, estoy aquí, - susurró ella, - yo sí estoy aquí, contigo, así que haz a un lado todo lo que te atormenta y hazme el amor como si no hubiera un mañana, ¿de acuerdo?



Después la boca abierta de Saria cayó sobre la suya y la poseyó besándolo con maestría, con una pericia tal que encendió todos los sentidos masculinos.


Alberto giró con ella en la cama, montó sobre su cuerpo y, mientras la besaba, la penetró a fondo una y mil veces.


Momentos después ambos llegaban a la cima y gemían desinhibidos a causa del profundo placer.


Tras unos momentos él se levantó y ella hizo lo mismo. Luego lo abrazó y lo besó.

- Ha sido muy rápido, - susurró cerca de su boca, - me ha sabido a poco, muy poco…

- Lo siento. ¿No te gustó?

- Sí, demasiado. ¿No quieres que me quede? Puedo hacerlo.



Ante el silencio de él, ella sonrió.

- No hace falta que digas nada, se la respuesta, ¿y sabes qué?

- No, dime.

- Por tu bien, deberías olvidar a la hija de puta que te dejó así. Si yo te conquistara como ella lo hizo, no me iría de tu lado, así que mándala a la mierda de una puñetera vez y enamórate, a ser posible de mí.



Alberto la soltó y se sentó en su cama muy serio.

- Anda lárgate, - le dijo con cara de pocos amigos, - será mejor.

Ella se vistió.

- Nos vemos guapo, - se despidió caminando hacia la puerta.



Cuando se quedó solo, su mente era un caos, un montón de recuerdos que no quería ni podía olvidar. Y la estúpida de Saria la había llamado hija de puta.

Maldita sea…




Continuará

2 comentarios:

  1. El primer capítulo y ya está muy interesante, sobre todo la historia de Alberto que sé que tendrá que ver con la primera pareja aunque no se me ocurre qué será.

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    1. Gracias Merche, este capítulo es la primera toma de contacto, ya luego verás como van saliendo las cosas a la luz. Queda mucha tela que cortar.

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