- Hola
Albert, buenos días.
- Hola
preciosa. Es que anoche me quedé algo preocupado por Enrique. ¿Vino pronto?
- No. Tardó
bastante.
- ¿En serio?
¿Y qué te dijo?
- Escucha, es
fin de semana y Enrique seguramente también estará liado hoy en el trabajo.
¿Por qué no quedamos y nos tomamos algo por ahí? – le propuso.
Ella se
quedó en silencio unos interminables segundos, pareció dudar, como si estuviera
escogiendo las palabras.
- No creo
que sea buena idea Alberto. Cuando Enrique venga seguramente nos iremos a cenar
por ahí. Los fines de semana no me gusta meterme mucho en la cocina.
- Ya, y él
vendrá harto, seguro, - estaba convencido de que Cris no se imaginaba de qué
vendría harto su marido.
- Seguro.
Alberto
suspiró.
- Bueno pues
nada, ya me llegaré un día ¿vale? A ver si lo pillo en casa.
- De
acuerdo. Adiós.
Tras cortar
la llamada, Alberto se quedó serio, en silencio, sintiendo rabia, coraje,
indignación y un montón de cosas más.
Desde que
volvió de estudiar en el extranjero y se encontró con que Cris se había casado
con Enrique, se había conformado pensando en que al menos ella era feliz,
aunque fuera estando con otro y no con él como le hubiera gustado, pero ahora,
el hecho de saber que ella lo esperaba en casa como una esposa fiel, mientras
él estaba por ahí con unas y con otras, lo enfurecía.
No habrían
pasado más de unos minutos cuando sonó el móvil de Alberto.
- ¿Sí?-
contestó serio.
- Hola
Alberto, ¿por qué te fuiste ayer así tan de repente? No te imaginas lo que te
perdiste tío.
- Me lo
imagino. Ya te dije que me abriría, que yo iba por libre.
- Ya, pero
es que ni las chicas se explicaban por qué estabas así y no quisiste
participar. Me las follé a las dos ¿sabes? – explicó entusiasmado.
- Qué bien,
- murmuró todo lo indiferente que le salió.
- Hoy hemos
quedado ¿sabes? Y me van a presentar a otras amigas, por eso te llamo, para que
te vengas.
- Lo siento
pero paso.
- Anda tío,
no me digas eso.
- Te lo
digo. Yo voy a otro rollo. Ya probé el sexo grupal y no me gusta nada.
- Oye, ¿te
pasa algo?
- No. Tengo
algo de prisa, simplemente.
- Vale, pues
tú te lo pierdes colega.
- Genial…
Cuando se
cortó la comunicación, Alberto no pudo evitar soltar un taco.
Justo una
semana después, Alberto se presentó por la tarde en casa de Cristina.
Había pasado
toda aquella semana preocupado, pensando en cómo estarían las cosas tanto para
Enrique como para ella.
- Hola Cris,
- le sonrió.
El sutil
velo de tristeza que él captó en ella cambió cuando le sonrió al saludarlo.
- Hola, ¿qué
tal?
- Bien ¿y
tú?
- Bueno…
tirando.
- ¿Y
Enrique?
Su cara se
entristeció inevitablemente.
- Aún no ha
venido…
- Te noto
triste Cris, ¿quieres contármelo?
- No creo
que…
- Nena, nos
conocemos hace muchos años. Sé que te pasa algo, y créeme que se siente uno
mejor cuando se desahoga.
- ¿Salisteis
a cenar la semana pasada como me dijiste? – le preguntó él sabiendo
anticipadamente la respuesta.
Ella era
incapaz de disimular su tristeza, por eso volvía la cara tratando de ocultarla.
- Cris…
- Eso lo
habría considerado normal si solo hubiera sido un día o dos, - continuó, - pero
resulta que lleva así toda la semana, llegando a las tantas, y ni siquiera me
da explicaciones. Llega, se ducha, se acuesta y… se acabó.
- Y… ¿nada
más?
- Bueno, ¿y
tú piensas pasarte toda la vida esperando a que él venga temprano y te dedique tiempo?
- Bueno, yo…
- Ya sé cómo
tú eres cielo, pero voy a recordarte que tú eres una mujer preciosa,
inteligente; tienes tu trabajo, tu independencia económica, y si te lo
propusieras tendrías a un montón de tíos dispuestos a llevarte a cenar, a tomar
una copa o lo que fuera.
- Ya pero
yo… siempre pensé que el matrimonio era otra cosa. No me cuadra mucho el irme
por ahí con otro hombre que no sea mi marido. Igual te parezco muy antigua.
- Eres
genial Cris, te conozco, y yo pienso como tú, pero tampoco me parece justo que,
mientras Enrique llega tarde todos los días y no te dedica tiempo a ti, tú
estés aquí viendo pasar la vida, esperando algo que no sabes a ciencia cierta
si llegará. Tú te mereces otra cosa ¿no crees? Y creo que es justo que empieces
a mirar por ti misma, no solo por él.
- Ya, tienes
razón.
- Hagamos
una cosa ¿vale?
- ¿El qué?
- Sal
conmigo esta noche. Divirtámonos y no pienses en nada, solo en vivir el
momento. Yo estoy aquí nena, y si tú quieres, siempre lo voy a estar.
Durante unos
interminables momentos ella lo miró con sus ojos color miel.
Lo que
Albert había dicho era verdad: Enrique no estaba allí con ella, pero él sí, y
ella tenía derecho a vivir.
- Está bien,
salgamos, - concedió, - me cambio y nos vamos ¿de acuerdo?
Bueno, pues la cosa va avanzando. Estoy deseando que Cris se entere de lo que hace su marido pero creo que no va a ser por Alberto, él no va a querer contarle algo tan fuerte que le va a hacer sufrir mucho.
ResponderEliminar