jueves, 22 de abril de 2021

Capítulo 5

A la mañana siguiente, cuando Cristina aún estaba en el cuarto de baño, sonó su móvil, y al ir a cogerlo vio que quien llamaba era Alberto.


- Hola Albert, buenos días.

- Hola preciosa. Es que anoche me quedé algo preocupado por Enrique. ¿Vino pronto?

- No. Tardó bastante.

- ¿En serio? ¿Y qué te dijo?



- No te preocupes, fueron cosas del trabajo. A veces hay más gente en el restaurante y se complica la cosa, - dijo ella restándole importancia al asunto.


- Escucha, es fin de semana y Enrique seguramente también estará liado hoy en el trabajo. ¿Por qué no quedamos y nos tomamos algo por ahí? – le propuso.

Ella se quedó en silencio unos interminables segundos, pareció dudar, como si estuviera escogiendo las palabras.

- No creo que sea buena idea Alberto. Cuando Enrique venga seguramente nos iremos a cenar por ahí. Los fines de semana no me gusta meterme mucho en la cocina.

- Ya, y él vendrá harto, seguro, - estaba convencido de que Cris no se imaginaba de qué vendría harto su marido.

- Seguro.

Alberto suspiró.

- Bueno pues nada, ya me llegaré un día ¿vale? A ver si lo pillo en casa.

- De acuerdo. Adiós.



Tras cortar la llamada, Alberto se quedó serio, en silencio, sintiendo rabia, coraje, indignación y un montón de cosas más.

Desde que volvió de estudiar en el extranjero y se encontró con que Cris se había casado con Enrique, se había conformado pensando en que al menos ella era feliz, aunque fuera estando con otro y no con él como le hubiera gustado, pero ahora, el hecho de saber que ella lo esperaba en casa como una esposa fiel, mientras él estaba por ahí con unas y con otras, lo enfurecía.



Había intentado quedar con ella, porque después de lo que ocurrió el día anterior en el club, estaba seguro de que Enrique repetiría, y al menos ella hubiera salido con él a cualquier sitio en lugar de quedarse en casita esperando a su marido, pero Cris era tan leal que seguramente le parecía incorrecto quedar con otro hombre que no fuera su pareja. Y una mujer así, tan íntegra y fiel, estaba casada con el gilipollas de Enrique, un tipo que no le había importado desnudarse en el club ni follarse a quien fuera.


No habrían pasado más de unos minutos cuando sonó el móvil de Alberto.

- ¿Sí?- contestó serio.

- Hola Alberto, ¿por qué te fuiste ayer así tan de repente? No te imaginas lo que te perdiste tío.

- Me lo imagino. Ya te dije que me abriría, que yo iba por libre.

- Ya, pero es que ni las chicas se explicaban por qué estabas así y no quisiste participar. Me las follé a las dos ¿sabes? – explicó entusiasmado.



- Qué bien, - murmuró todo lo indiferente que le salió.

- Hoy hemos quedado ¿sabes? Y me van a presentar a otras amigas, por eso te llamo, para que te vengas.

- Lo siento pero paso.

- Anda tío, no me digas eso.

- Te lo digo. Yo voy a otro rollo. Ya probé el sexo grupal y no me gusta nada.

- Oye, ¿te pasa algo?

- No. Tengo algo de prisa, simplemente.

- Vale, pues tú te lo pierdes colega.

- Genial…

Cuando se cortó la comunicación, Alberto no pudo evitar soltar un taco.



Justo una semana después, Alberto se presentó por la tarde en casa de Cristina.

Había pasado toda aquella semana preocupado, pensando en cómo estarían las cosas tanto para Enrique como para ella.

- Hola Cris, - le sonrió.



El sutil velo de tristeza que él captó en ella cambió cuando le sonrió al saludarlo.

- Hola, ¿qué tal?

- Bien ¿y tú?



- Bueno… tirando.

- ¿Y Enrique?

Su cara se entristeció inevitablemente.

- Aún no ha venido…



- Te noto triste Cris, ¿quieres contármelo?

- No creo que…

- Nena, nos conocemos hace muchos años. Sé que te pasa algo, y créeme que se siente uno mejor cuando se desahoga.



- Ven pasa, - le dijo precediéndolo hasta el salón.


- ¿Salisteis a cenar la semana pasada como me dijiste? – le preguntó él sabiendo anticipadamente la respuesta.

Ella era incapaz de disimular su tristeza, por eso volvía la cara tratando de ocultarla.

- Cris…



- No Albert no, no salimos a cenar. Me pasé casi toda la noche aquí esperándolo y vino ya de madrugada. Según dijo se quedó con algunos compañeros de trabajo y se tomaron unas copas.


- Eso lo habría considerado normal si solo hubiera sido un día o dos, - continuó, - pero resulta que lleva así toda la semana, llegando a las tantas, y ni siquiera me da explicaciones. Llega, se ducha, se acuesta y… se acabó.

- Y… ¿nada más?



- No Albert, - repuso triste, - ni me toca ni hacemos el amor. Llega… demasiado cansado o qué se yo. Al principio pensé que todo era normal pero ahora ya… no sé.


- Bueno, ¿y tú piensas pasarte toda la vida esperando a que él venga temprano y te dedique tiempo?

- Bueno, yo…

- Ya sé cómo tú eres cielo, pero voy a recordarte que tú eres una mujer preciosa, inteligente; tienes tu trabajo, tu independencia económica, y si te lo propusieras tendrías a un montón de tíos dispuestos a llevarte a cenar, a tomar una copa o lo que fuera.

- Ya pero yo… siempre pensé que el matrimonio era otra cosa. No me cuadra mucho el irme por ahí con otro hombre que no sea mi marido. Igual te parezco muy antigua.

- Eres genial Cris, te conozco, y yo pienso como tú, pero tampoco me parece justo que, mientras Enrique llega tarde todos los días y no te dedica tiempo a ti, tú estés aquí viendo pasar la vida, esperando algo que no sabes a ciencia cierta si llegará. Tú te mereces otra cosa ¿no crees? Y creo que es justo que empieces a mirar por ti misma, no solo por él.

- Ya, tienes razón.



- Hagamos una cosa ¿vale?

- ¿El qué?

- Sal conmigo esta noche. Divirtámonos y no pienses en nada, solo en vivir el momento. Yo estoy aquí nena, y si tú quieres, siempre lo voy a estar.



Durante unos interminables momentos ella lo miró con sus ojos color miel.

Lo que Albert había dicho era verdad: Enrique no estaba allí con ella, pero él sí, y ella tenía derecho a vivir.

- Está bien, salgamos, - concedió, - me cambio y nos vamos ¿de acuerdo?




Continuará

1 comentario:

  1. Bueno, pues la cosa va avanzando. Estoy deseando que Cris se entere de lo que hace su marido pero creo que no va a ser por Alberto, él no va a querer contarle algo tan fuerte que le va a hacer sufrir mucho.

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