Cristina no se lo pensó dos veces. Aquella misma tarde se presentó en casa de Albert.
Iba
inquieta, nerviosa, pensando en la posible reacción adversa de él. Al fin y al
cabo se había ido corriendo para su casa en lugar de quedarse a su lado, pero
es que ella estaba casada, y él tenía que entenderlo ¿no?
Pero por
otro lado, para Enrique solo era un mueble, un florero, y no merecía en
realidad sus atenciones ni su fidelidad. ¿Por qué sería tan complicado todo
aquello?
A pesar de
ver apagadas todas las luces de la casa, Cristina llamó al timbre y obviamente
nadie le abrió. Albert no estaba.
En el
momento en que fue consciente de esto, de que él bien podía estar en el trabajo
pero que también podría haberse ido por ahí con alguien, un miedo atroz se
apoderó de ella.
¿Y si no
venía hasta tarde? ¿Y si pasaba de ella?
Junto a
Albert se había sentido tan feliz, tan relajada, tan cuidada e incluso mimada,
que el pensamiento de que podría haber perdido todo eso por un marido que
pasaba de ella, la ponía de los nervios, la sacaba de sus casillas.
Empecinada
en encontrarse con él, en recuperar su amistad y su complicidad, Cristina se
sentó junto a la entrada. Lo esperaría el tiempo que hiciera falta; él merecía
la pena.
- Hola Cris,
no te esperaba, - le dijo él.
Ella lo miró
en silencio, sintiéndose tan mal que, cuando lo saludó, su voz sonó quebrada.
- Hola
Albert…
Entonces, de
forma irreprimible se acercó y lo abrazó fuertemente.
- Sé que no
lo merezco Albert pero… perdóname por favor.
- Eh cielo,
¿qué te ocurre?
El simple
hecho de sentirse estrechada contra él, oler su perfume y escuchar sus
cariñosas palabras, la convenció aún más de que necesitaba a aquel hombre en su
vida.
- Cuando me
fui de aquí y llegué a casa, Enrique aún no había llegado.
- ¿Me lo
dices en serio? – se asombró, dadas la horas que eran cuando se fue.
- Sí Albert.
Me vino bien porque no quería que se diera cuenta de que yo había salido. Hoy
lo convencí para que fuéramos a almorzar juntos, y luego, como tenía tiempo
hasta la hora de entrar a trabajar pues…
- ¿Qué? –
preguntó él al ver que ella se detenía.
Cristina lo
miró compungida y mortificada.
- Albert, yo
no dejaba de acordarme de ti, no te me ibas de la cabeza, y me sentía culpable
por… haber dormido contigo y… habernos besado. Necesitaba… hacer lo que fuera
para olvidarte ¿comprendes? Dejar de sentirme una… mujer infiel.
- Bueno y…
¿qué pasó?
Ella
suspiró.
- Le
propuse… hacer el amor. Hace yo no sé cuánto tiempo que no lo hacemos, pero
antes de que me contestara lo llamaron al móvil y se puso a hablar con alguien.
Cuando cortó la llamada, ya estaba diferente, lo noté distinto, y me dijo que
ahora no podía. Después se fue, mucho antes de tiempo. Albert yo… creo que
Enrique me engaña; debe de tener una amante.
Una o un
montón, - pensó para sí Alberto, pero ahora lo importante no era eso, lo que
contaba es que ella se estaba dando cuenta de las cosas, que estaba allí, que
pensaba en él.
- Si Enrique
no quiere hacerlo contigo, dos cosas: primera, que seguramente sea porque tiene
alguien más con quien hacerlo, y segundo, es gilipollas.
- Oh Albert…
- ¿Te duele
perderlo a él o qué?
- ¿Bromeas?
Cuando me ha dicho que no y se ha largado sin ni siquiera darme un beso se me
ha caído la venda, y cuando hace un rato he llegado aquí y tú no estabas yo… he
sentido un miedo atroz.
Él la miró
con una sonrisa dulce.
- ¿En serio
te has acordado de mí?
- No te me
vas de la cabeza Albert, no… no quiero perderte por nada.
- No vas a
perderme mi vida, ¿y sabes? Yo tampoco quiero perderte a ti.
- Nunca
Albert, eres lo mejor y más bonito que tengo. Contigo soy más feliz que en toda
mi vida.
- ¿Quieres
que vayamos a algún lado?
- Sí, donde
tú quieras mi amor.
- No me voy
a ir a ningún lado. Cuando Enrique hoy me rechazó y se largó antes de tiempo
después de haber hablado seguramente con su amante, supe que te necesito en mi
vida.
-¿De veras?
- Sí mi
amor.
- Me encanta
pensar que lo soy, - susurró mirándola encandilado, - pero tengo miedo de
soñar.
- Pues sueña
Albert, sueña. ¿Dónde vamos ahora?
- ¿Te
apetece que vayamos a casa?
La emoción
la inundó cuando se dio cuenta de que nombraba su casa como si ya fuera
definitiva y realmente la suya también, y no la que compartía con Enrique.
Si aquello
era un sueño, no quería despertar.
- Bueno, se
está haciendo tarde y… tal vez tengas que irte ¿no? – dijo él con el miedo
atenazándolo por dentro.
- ¿Tú quieres
que me vaya?
- Yo no
Cris, nunca, jamás.
- Yo tampoco
mi vida. Quiero quedarme aquí, a tu lado, toda la noche.
Continuará