- Bueno, pues ya estamos aquí, - dijo Abel al llegar frente al restaurante, - ¿habías venido alguna vez a éste sitio?
- Que va, es la primera vez. Por cierto, - dijo ella mirándolo, - estás guapísimo ¿lo sabías?
- ¿En serio
te parece que estoy guapo? – a Abel le parecía mentira que la chica que tanto
lo había ignorado al principio, ahora le
dijera que lo encontraba atractivo.
- Por
supuesto Abel, y no es que estés guapo, ya eres guapo y me encantan esos ojos
verdes que tienes.
- Me vas a
sacar los colores, - sonrió, - anda, vamos a entrar.
Ambos entraron en el restaurante y él pidió una mesa para dos.
Cuando ambos ya estuvieron sentados a la mesa, ella cogió automáticamente el menú y se puso a mirarlo. Abel en silencio la observaba.
- Virginia, me da la sensación de que estás huyendo de algo, - le dijo él dando en el clavo.
- ¿Qué te
hace pensar eso Abel? – sonrió para disimular.
¿Qué tenía
aquel hombre que la intuía tan bien? – se preguntó a sí misma.
- Escucha,
estoy aquí, soy tu amigo, tu antiguo compañero. Si no quieres hablar del tema
vale, pero que sepas que estoy a tu lado.
- ¿Qué te
hace pensar que estoy huyendo de algo o… de alguien?
- No sé,
intuición. Tú me propusiste salir a cenar, parecías deseosa de… airearte,
distraerte, no sé…
Virginia
suspiró.
- Abel,
aprecio muchísimo tus… observaciones, de verdad que sí. ¿Te parece que ahora
pidamos la cena?
Él captó el mensaje y se puso a mirar el menú en silencio. Estaba prácticamente convencido de que a ella le ocurría algo, pero si no estaba preparada para hablar de ello, él no iba a forzarla en absoluto.
- ¿Te has
enfadado Abel? – le dijo ella con su dulce voz, - lo último que quisiera en la
vida es que tú te enfadaras conmigo, en serio.
Él sonrió.
- No
preciosa, tranquila, no estoy enfadado contigo ni mucho menos.
En ese
momento se acercó el camarero y Virginia volvió a mirar el menú.
- La carne
aquí es excelente ¿sabes? – le dijo él.
- Ah ¿sí? ¿Y
qué has pedido tú?
- Entrecot
de ternera.
- Pues entonces yo pediré lo mismo, - ella miró al camarero mientras lo decía, - me fío de mi amigo.
Virginia se quedó un instante pensativa; junto a Abel se sentía tranquila, relajada, él la trataba bien y además era su amigo, y eso, no sabía por qué, le gustaba mucho.
- ¿Te fías de mí Virginia? – le preguntó él con una sonrisa.
- Absolutamente, me siento muy bien contigo. Eres… muy especial y agradable.
Momentos después apareció el camarero con sus platos. El entrecot olía maravillosamente y ella le agradeció a Abel por haberla aconsejado.
Ambos se pusieron a comer mientras charlaban y disfrutaban de una cena amena y relajada. Los ojos masculinos se clavaban a menudo en ella.
Y Virginia no podía evitar mirarlo a su vez. Era tan dulce, tan absolutamente diferente a César que le parecía mentira poder estar allí cenando con él sin ser insultada o agredida de una forma u otra.
- Bueno, -
ambos se pusieron de pie tras terminar de cenar y pagar, - ¿quieres que vayamos
a algún sitio a tomar una copa? – propuso él.
Ella se echó
a temblar pensando en que César ya estaría en casa preguntándose dónde diablos
se habría metido, así que no era plan de poner las cosas peor de lo que ya
estaban.
- Me
encantaría pero… me es imposible, tengo que irme, - le dijo doliéndole en el
alma.
- Yo también
lo siento, - le sonrió dulcemente, - me habría encantado poder disfrutar un
rato más de tu compañía.
- Y a mí
Abel, te lo aseguro.
Entonces él,
en un impulso, la abrazó estrechamente, y ella se aferró a él.
- Ya sabes
que estoy aquí para lo que necesites ¿de acuerdo?
- Sí… -
contestó a la vez que le costaba no mandarlo todo al infierno e irse con él.
Rápidamente,
para no darse tiempo a dar marcha atrás, Virginia se separó de Abel y avanzó
derecha hacia la puerta.
No volvió la vista atrás, pero instintivamente
supo que los verdes ojos masculinos la perseguían hasta la salida.
Temía que César llegara a casa antes de que ella saliera. No quiero ni imaginar lo que pasará cuando vuelva.
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