jueves, 1 de octubre de 2020

Capítulo 3

 

La FrikiCon estaba en la ciudad. No es que ella fuera muy amante de toda aquella tecnología, pero los juegos y los ordenadores estaban muy bien, tenía que reconocerlo.

Se detuvo y miró el cohete espacial, y el otro a medio construir; ojalá pudiera entrar en ese cohete que tenía en frente, tirar para arriba y no regresar jamás a este planeta.


Bah, los sueños eran tan gratis como inútiles. Su vida era la que era y no había solución ni escapatoria alguna, tenía que aceptarlo, pero cuánto costaba…


De pronto al fondo, junto al cohete a medio terminar, Virginia vio a un chico. Aquel pelo…  ¿De qué le sonaba aquella cara?


El chico se puso de perfil y ella lo observó: su chamarreta, sus vaqueros, aquel tipazo… que va, no podía ser, era imposible.


Entonces aquel joven dio media vuelta y comenzó a alejarse, y algo, no supo qué, la hizo ponerse en movimiento. 


Comenzó a seguirlo mientras se llamaba idiota a sí misma, pero sentía que tenía que verle la cara, comprobar que estaba equivocada.


- ¡Espera! – le dijo cuando ya salían de la FrikiCon.

Entonces él se detuvo. ¿Qué excusa iba a decirle a aquel extraño? ¿Qué lo había confundido con alguien?


Sintiéndose ridícula, Virginia avanzó mirándolo.

- Perdona pero es que creí que eras…


- Dios… - ella lo miró impactada y sorprendida, - ¿tu… tu eres Abel Lorca?


- ¡Bingo! Es increíble que te acuerdes incluso de mi apellido. Hola Virginia, ¿qué tal estás?

- Pues… ahora no salgo de mi asombro, - tartamudeó, - tú… ¿tenías los ojos verdes? – le preguntó como una idiota mirando una y otra vez su guapo rostro.


- De toda la vida. Los tenía medio ocultos detrás de aquellas gafas espantosas, ¿te acuerdas?

- Sí claro, - ella seguía mirándolo de arriba abajo una y otra vez, - Dios santo, me cuesta creer que tú seas Abel.

- El gordito cuatro ojos, - sonrió él.

Virginia sintió que se ruborizaba, sintió vergüenza realmente, vergüenza de ella misma, de su pasado, de su comportamiento con aquel chaval. Los años habían pasado y ella ya no era la misma, pero la culpa por aquel comportamiento suyo aún la llevaba encima.

- Estás… estás genial Abel, en serio. ¿Cómo conseguiste ese tipazo? – le dijo tratando de alejar de sí aquellos pensamientos negativos.


- Es lo que tiene ir al gimnasio y entrenar duro, - sonrió, - mucho cardio, pesas, en fin, ya sabes.


- Luego me operé de la vista y adiós gafas. ¿Y tú qué? ¿Estudiaste arte como querías?


Virginia se puso repentinamente seria.

- No… al final no pude. Mis… mis padres se divorciaron, él se casó con otra mujer, y aunque me pasó el dinero necesario para haber ido a la universidad, mi madre dijo que estudiar arte no llevaba a ningún sitio, que eso solo era para bohemios perdedores y chiflados, así que… al final no fui… a la universidad. 


- Que pena, con la ilusión que te hacía. Me cuesta creer que al final no fueras.


- Todo cambió y se trastocó. Pero no hablemos de mí, - dijo deseando cambiar de tema, - ¿y tú qué tal?


- Yo sí fui a la universidad ¿sabes? Soy abogado y trabajo en el bufete de un amigo.


- Al principio me costó por lo que ocurrió en mi casa pero luego los estudios, los compañeros y tal, me sirvieron de terapia.

- ¿Lo que ocurrió en tu casa? ¿A qué te refieres Abel?


- ¿Recuerdas el último día que nos vimos en aquella galería de arte?

- Sí claro.

- Pues aquel mismo día le dio un infarto a mi padre y falleció. 


- Vaya, lo siento muchísimo. Debió ser muy duro para vosotros.


Virginia no podía dejar de pensar que justo después de haberlo despreciado ella, incluso riéndose de él, Abel tuvo que enfrentarse nada menos que con la muerte de su padre.

- ¿Y tu madre qué tal está?


- Ahora bien, pero al principio cogió una depresión. Mi padre y ella se adoraban, y perderlo ha sido muy duro para ella. 


- Fíjate como fue la cosa que en un solo día se le puso el pelo gris, casi blanco, y eso que es joven todavía.


- Pobrecilla. La gente que se quiere tanto no debería de perderse nunca, - dijo pensando en la diferencia entre los padres de Abel y los suyos propios.


- Supongo que es ley de vida… Tu madre daría lo que fuera por estar con tu padre y no puede, y los míos, que están vivos, no se soportan y están divorciados.


- No te vengas abajo ahora Virginia.

- ¿Sigues viviendo en la misma casa?, - le preguntó ella.

- Sí. ¿Y tú?

- Yo… creo que vivo en frente tuya. ¿Por qué no apuntas mi número? Así podremos estar en contacto, - sugirió ella.


Abel apuntó el número que ella le dio. En otro tiempo aquello le habría parecido un auténtico sueño hecho realidad; Virginia San Juan mirándolo más de dos veces y dándole el número de su móvil.


Pero estaba claro que ella por los motivos que fuera, tal vez a raíz de la separación de sus padres, había cambiado, ya no parecía ser la niña orgullosa y despótica que se creía por encima de los demás.


- Bueno, pues ya guardé tu número y te mandé un saludo; así tendrás también mi teléfono, - le dijo él, - Virginia, me ha encantado volverte a ver ¿sabes? No quisiera que perdieras la alegría que tenías antes.


- Eres muy perceptivo Abel, tal vez demasiado.

- Ya sabes que si un día quieres hablar, aquí me tienes. Sé escuchar.


- Gracias. Mira, ya recibí tu whatsapp, - dijo cambiando de tema.

¿Qué tenía aquel chico que removía en ella todos sus recuerdos, sus vivencias y hasta sus heridas?


- Bueno, pues hasta la próxima, - le dijo él sonriente.

¿Por qué tenían que despedirse? – pensó Virginia. Y lo más importante, ¿por qué tenía ella que volver a casa?


- Espero que nos veamos pronto y no pasen años, como desde la última vez, - le dijo ella, - Abel, me ha encantado volverte a ver, de verdad. Eres un chico… encantador y… además muy guapo. Siento… no haberme dado cuenta antes…


- Muchas gracias Virginia. Esas palabras tuyas son para mí como un regalo. Tú… siempre has sido preciosa y ahora más.


- Gracias Abel. Volveremos a vernos pronto ¿vale?

Él asintió y se marchó.


Ella comenzó a dirigirse lentamente a casa mientras pensaba en aquel sorpresivo encuentro. ¿Quién le hubiera dicho que después de años volvería a ver de nuevo a Abel Lorca? Se había reído tantas veces de él, criticándolo con sus amigas… Ahora ellas ya no estaban en su vida, y él se había convertido en un chico encantador, en todo un abogado guapísimo por cierto.

Virginia apretó el móvil mientras recordaba su whatsapp. Aquel encuentro no quedaría en el olvido, ya no. 


Continuará

1 comentario:

  1. He leído los tres capítulos seguidos y me gusta mucho la historia. Ya tengo ganas de ver el próximo.

    ResponderEliminar