sábado, 3 de octubre de 2020

Capítulo 4

 Virginia no se fue a su casa directamente después de todo, sino a casa de su madre para verla. Su progenitora vivía en una mansión bastante llamativa por cierto. Ella vivió allí hasta poco después que sus padres se divorciaran, justo cuando a su madre se le ocurrió la genial idea de presentarle al empresario César Cifuentes.

Recordando épocas y errores pasados, Virginia  atravesó el arco de flores de la entrada, y se dirigió a la puerta.


Su madre era una mujer bastante difícil, lo sabía, así que iba moralmente preparada. Elisa San Juan no era en absoluto la típica madre cariñosa que te llama todos los días, te atiborra de comida cada vez que vas y te pide que la llames cuando llegues a casa.


- Hola mamá, - la saludó.

Ella estaba sentada en uno de los sofás de la lujosa entrada.

- Hola Virginia, - le contestó mirándola con una sonrisa lánguida, - ¿qué tal?


- Vengo de la FrikiCon. Casi nunca voy, y quería echarle un vistazo, y luego en vez de irme directamente a casa me he venido aquí a verte.


- Me cuesta muchísimo entender que prefieras estar aquí conmigo a irte a tu casa y estar con alguien como César.

Virginia sintió que un escalofrío le subía por la columna vertebral, pero no dijo nada sobre lo que pensaba.


- ¿Sabes que en la FrikiCon me he encontrado a Abel Lorca después de un puñado de años? – le dijo sentándose a su lado, - no sé si te acordarás de él; era un compañero del instituto, gordito y con gafas.

- Ah sí, - dijo despectiva, - aquel chico feo y vulgar que iba detrás tuya.

- ¿Feo dices? – Virginia la miró, - mamá, Abel ahora ya no usa gafas y tiene un tipazo que ni te lo imaginas. Me ha costado reconocerlo, darme cuenta de que realmente era él.


- Y encima fue a la universidad y ahora es abogado, a pesar de que a su padre le diera un infarto y muriera. Nos hemos saludado y es… es un chico guapo y encantador, bueno, siempre lo fue. ¿Y qué soy yo mamá? No soy nada, ni siquiera fui a la universidad, y eso que papá dejó el dinero para ello, pero tú…


- Yo te lo estoy guardando para evitar que seas idiota y te vayas a estudiar esa estupidez de carrera. Arte…  ¿Quién vive del arte hoy día? Los pintores solo triunfan cuando ya están en la tumba.


- Pero es mi vida, mi decisión mamá, - protestó.

- Tú eres mi hija y yo tengo la obligación de evitar que desperdicies tu vida estudiando esa memez. Dices que no eres nada, pero te equivocas. Eres la pareja nada menos que de César Cifuentes, un empresario de prestigio.


- Mamá, tú no conoces a César, - le dijo seria, - a lo mejor nadie lo conoce.

- Qué tontería. ¿Y qué quieres decir con eso?

- Quiero decir que no deseo seguir con él. Quiero dejarlo e irme a la universidad. Estudiar arte, pintar, dar clases, montar una exposición, y quiero el dinero de mi padre, me pertenece.


- Si se te ocurre dejar a César no verás un céntimo del dinero de tu padre ¿me oyes?, - le dijo la madre enfadada, - él te quiere, desea estar contigo; ¿qué quieres? ¿quieres verte sola y abandonada como yo?


- Te recuerdo que tu padre me dejó y se largó con su abogada, se casó con ella incluso.  Y si tú dejas a alguien tan rico, guapo e influyente como César, te verás sola y sin dinero. ¿De qué vas a vivir? Porque yo no te pienso dar nada.

- Si me dejaras ir a la universidad podría ganarme la vida, soy una inútil por tu culpa, porque el dinero que me dejó papá es mío ¿entiendes?, - replicó Virginia.


- Parece mentira que me culpes a mí de tus problemas. Mientras no te cases con César ni tengáis hijos me quedaré con el dinero que te dejó tu padre ¿me comprendes? Lo considero un justo pago por haberme abandonado y haberse ido con otra.


- No vas a ayudarme a salir del hoyo, ¿no mamá?, - la miró con una sonrisa triste que más bien era una mueca.


- César no es bueno ¿sabes? Y yo me siento atrapada en una cárcel de oro. Quiero ser independiente y libre, tener mi dinero, mis estudios, mi trabajo, no depender de él ¿me entiendes?


- Ayúdame mamá por favor, dame lo que me dejó papá.


- Eres una maldita egoísta, - le contestó su madre, - no te importa César, ni yo ni nadie, solo el puto dinero. Siempre vienes pidiendo lo mismo, dinero, dinero…


- Virginia se puso de pie y miró triste a su progenitora.

- Me voy mamá. Siento haberte molestado. Que tengas un buen día ¿vale?


Se alejó cabizbaja, seguida por la enfadada mirada de su madre.


Lo curioso del caso es que ella ya sabía desde antes las respuestas que le iba a dar su madre, cuál iba a ser su actitud al respecto. Entonces, ¿por qué insistía? Aquella era una lucha perdida de antemano.



Continuará

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho el capítulo. Lo que no entiendo por qué no ha ido a un abogado ya que es mayor de edad y el dinero que le dejó su padre le pertenece. A ver si se lo cuenta a Abel que es abogado y le ayuda a conseguirlo.

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