jueves, 8 de octubre de 2020

Capítulo 6

 

Virginia estuvo al acecho todo el día siguiente, por lo menos durante las horas en las que César no estaba en casa.

Su deseo de volar y ser libre le recordó al cohete que vio en la FrikiCon, y naturalmente se acordó de Abel. Él le había dicho que si un día quería hablar, que contara con él, que sabía escuchar. Virginia no había olvidado aquella frase, y aunque no estaba segura de hablarle de César o contarle lo sórdida que era su relación, de lo que sí tenía ganas era de relajarse, charlar con alguien que no la insultara ni le faltara al respeto y pasar un buen rato con un amigo.

 

En cuanto Virginia vio de llegar a Abel, lo llamó. Podría haberle mandado un whatsapp o llamarlo por teléfono, pero le daba corte, no sabía por qué. Ahora trataría de fingir que lo había visto por casualidad, y asunto arreglado.


 Abel oyó su llamada, sonrió y dando media vuelta se dirigió hacia ella.


- Hola Virginia, ¿qué tal?

- Bien, estaba en el jardín y te he visto, - mintió.


Entonces, siguiendo un impulso repentino, lo abrazó y Abel le correspondió. ¿Por qué tenía la sensación de que no tenía nada que ver con el hombre con el que compartía su vida?


- Estás muy guapa Virginia, y tu casa es preciosa.

- Gracias.

Le dieron ganas de añadir que la casa no le pertenecía en absoluto. Era de César. A ella solo le permitía vivir allí.


- Escucha, he estado pensando en una cosa, - le dijo ella, - ¿por qué no nos vamos a cenar un día de estos? Para celebrar nuestro encuentro después de… no sé cuántos años, ¿qué te parece? – le dijo entusiasmada.


Él la miró algo más serio y pensativo.

- ¿De verdad me estás diciendo que quieres que cenemos tú y yo juntos?

- Claro Abel, somos amigos ¿no?


- Sí, por supuesto, pero es que pensaba que… esto en el pasado no habría ocurrido ni de casualidad, - bromeó.


- Las cosas han cambiado mucho Abel, todos hemos cambiado, creo yo, pero si no te apetece… no pasa nada, en serio, - le dijo Virginia sin comprender por qué se le había puesto un nudo en la garganta.

- ¿Bromeas? Pues claro que me apetece muchísimo cenar contigo, - le dijo él mirándola.


- Aparte de celebrar nuestro reencuentro después de muchos años, celebraremos que uno de mis sueños se ha hecho realidad.

- Oh Abel, ¿hablas en serio?

- Por supuesto guapísima. Cenar contigo será todo un honor. Charlaremos, tomaremos una buena cena y nos olvidaremos de todo lo demás, ¿te parece?

- Sí, sí por supuesto.

- ¿Qué te parece pasado mañana? ¿Nos vemos aquí a esta hora? – propuso él.


Virginia estuvo de acuerdo, se despidieron y Abel se fue a su casa.

Ella se quedó un momento allí, parada en la acera delante de su casa, pensativa.

¿Por qué tuvo miedo de que él le dijera que no? Después de cómo lo trató cuando estaban en el instituto, habría sido lo lógico. Pero no, Abel era diferente, era tan diametralmente distinto a César…

Tal vez por eso lo había buscado, porque necesitaba relajarse y disfrutar de la compañía de alguien que de seguro la respetaría. En su casa se asfixiaba y estaba harta de los malos tratos.


Dos días después, Virginia estaba lista para salir a cenar.

Se había recogido el pelo, ya que su padre siempre le había dicho que le favorecía mucho. A César en cambio no le gustaba nada; decía que parecía una abuela, un carcamal. 


Se miró en el espejo y contempló su imagen. Sonrió para sí misma tratando de olvidar las constantes críticas de su pareja.

Aquella blusa de encaje le encantaba, le recordaba en cierto modo a algunos trajes de novia. Jamás había querido ponérsela yendo con César, no fuera a ser que él pensara que ella deseaba casarse con él.


En aquel momento sonó el móvil de Virginia. En un principio pensó que tal vez sería Abel, pero luego comprobó que se trataba de su madre.


- Hola mamá.

- Hola Virginia. Te llamo para invitarte a cenar esta noche, - le dijo su progenitora.


- Oh, lo siento, he quedado para cenar con Abel, mi antiguo compañero del instituto, te acuerdas ¿no? – le dijo entusiasmada por haber podido rechazar la invitación.

Cada vez que se reunía con su madre había una discusión, y desde que la última vez quedara patente que, pudiendo ayudarla no pensaba hacerlo, a Virginia se le habían quitado las ganas de pasar tiempo con ella, esa era la verdad.


- Ah, - la voz de la madre sonó gélida, - de modo que prefieres cenar con un abogado de pacotilla, un tipo insignificante, en lugar de cenar conmigo. ¿Y César qué opina?

- Él no tiene nada que decir, de hecho ni lo sabe siquiera. Soy libre ¿sabes?, y solo voy a cenar con un amigo. Ya había quedado con él, por eso te he dicho que no.

Su madre guardó silencio.

- Y ahora tendrás que perdonarme pero me tengo que ir. Hasta otro día mamá.

La conversación se cortó.


Elisa automáticamente marcó el número del novio de su hija.

- Hola César, soy yo, Elisa, la madre de Virginia.

- Ah hola. ¿Qué tal estás?

- Bien. Tú me imagino que aún estarás en el trabajo ¿no?

- Sí, ¿cómo lo sabes?

- Porque he hablado con mi hija.


- Escucha César, - le dijo seria, - acabo de enterarme de algo que creo que te interesa y debes saber.

- ¿Qué pasa?

- Virginia ha quedado para ir a cenar esta noche con un antiguo compañero de instituto. Dice que es libre, así que mientras tú trabajas, ella se divierte con otro. Solo quería que lo supieras.




Continuará

1 comentario:

  1. Me lo estaba imaginando. A quién se le ocurre decírselo a la madre. Sabía que se lo diría a César. Espero que salga antes de que él llegue a casa.

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