Virginia se
puso en seguida a pintar. Después de tanto tiempo le hacía tanta ilusión…
Le parecía
mentira estar en aquel lugar paradisíaco, tan tranquila y relajada y junto a
alguien que no solo le permitía pintar, sino que le había facilitado un
caballete. Bueno, en realidad nadie tenía derecho a prohibirle o permitirle
hacer algo, pero después de tantos años sometida a César, sus prohibiciones y
sus órdenes, ya estaba acostumbrada a no ser completamente libre.
- Después si quieres podemos ir a un mercadillo que hay cerca y comprarte algo de ropa, - sugirió Abel mientras ambos comían la estupenda ensalada que había preparado mientras ella pintaba.
- Ah vale,
estupendo, - le sonrió, - qué buena está la ensalada.
- Me alegro
que te guste. ¿Te encuentras bien?
- Me parece
mentira poder estar tan agusto y relajada.
- Has debido vivir en un auténtico infierno. No quiero ni imaginármelo. Ojalá pudiera hacer que lo olvidaras todo Virginia.
- Creo que
voy a necesitar tiempo pero… aquí a tu lado, todo será más fácil. Me preocupa
lo que vaya a decirte tu novia; no tengo derecho a acapararte.
- Tranquila,
no te preocupes por eso ahora, - le dijo mientras pensaba que más pronto que
tarde tendría que hablar con su pareja.
Aquella
tarde, tras venir del mercadillo de comprar alguna ropa para Virginia, ambos se
pusieron los bañadores y Abel dio un gran salto para sumergirse de cabeza en el
agua.
- Seguro que
tú no sabes hacer esto Virginia. ¡¡¡Allá voyyyyy!!!
- Observa y aprende chaval, - dijo ella saltando también, - ¿pensabas que no podría?
El agua era turquesa y cristalina, estaba estupenda, y ambos se salpicaron mutuamente entre risas y juegos.
- Qué bien
se está aquí ¿verdad? Esto es relajante.
- Sí, me
encanta, lo que pasa es que aún tengo miedo Abel.
- Estoy aquí maravillosamente bien pero pensando en la hora que es, si habrá regresado ya César a casa, y comenzará a enfadarse porque yo no estoy.
- Me… da la sensación de que él va a entrar por esa puerta y… me va a arrastrar de los pelos. Aún tengo miedo Abel.
- Eso no sucederá preciosa. Ese hombre no tiene ni idea de donde estamos ni tiene forma de averiguarlo, así que relájate ¿vale? Quiero que disfrutes y te olvides de todo.
Tras salir del agua, ambos se ducharon y se cambiaron de ropa. Mientras él se sentaba en una tumbona y contemplaba la maravillosa puesta de sol y cómo ella pintaba su cuadro, Virginia disfrutaba del placer de poder usar unos pinceles. César jamás entendería aquello, pero claro, él no era un artista como ella.
Se detuvo ante el cuadro y lo contempló. No estaba quedando mal pero después de años de no poder practicar…
El sol se
estaba ocultando en el horizonte y Abel se metió dentro para usar un poco el
ordenador.
César ya
estaría en casa preguntándose dónde demonios se habría metido ella, y cuando
llamara a su madre, ésta no podría decirle absolutamente nada, con lo cual
seguiría con las dudas y enfureciéndose a medida que avanzaran los minutos.
- Abel, sé que es tempranísimo, pero estoy cansada y voy a echarme, ¿no te importa? - le dijo entrando en casa y acercándose a él.
- Para nada nena, hoy has pasado por algo bastante difícil en el hospital y tienes que recuperarte. No te preocupes. ¿De veras no te importa que… a la noche me acueste a tu lado? – quiso saber él.
- Que va, en
absoluto. Incluso… me sentiré más segura estando contigo en la cama..., - dijo
vergonzosa, - lo malo es que en el mercadillo se me ha olvidado comprarme un
camisón o algo para dormir.
- Si quieres
puedes usar una de mis camisas.
- ¿No te
importa?
- Que va
mujer, - sonrió.
- Eres un
cielo Abel. Hasta luego o hasta mañana, - se despidió.
Virginia se puso una de las camisas de él y se metió en la cama mientras pensaba en su amigo.
¿Cómo podían
ser tan diametralmente opuestos aquellos dos hombres?
Vivir con
César era una auténtica pesadilla, y en cambio Abel era un encanto: cariñoso,
generoso, dulce…
Quién le
habría dicho cuando era adolescente, que aquel chico gordito y con gafas era un
auténtico tesoro escondido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario