martes, 6 de octubre de 2020

Capítulo 5

   César Cifuentes era un empresario de éxito. Había sido emprendedor desde muy joven y, de comenzar montando una simple tienda de ordenadores y cosas de informática, ahora poseía toda una cadena de tiendas, varias academias de informática, centros comerciales, lugares de ocio…

  Mucha gente se había preguntado que de donde había sacado el dinero para montar todo aquello. Al fin y al cabo también tenía infinidad de empleados a los que pagar.

 

Tal vez por eso, porque lo tenía todo, César era un hombre que solía mirar por encima del hombro a los demás, y a pesar de podérselo permitir, en casa no tenía un montón de gente a su servicio, si acaso una mujer que venía varias veces a la semana a limpiar. De hecho, la misma Virginia se encargaba de hacer la compra y la comida. Era increíble.

Cuando ella se había quejado a él, César le había dicho que de esa manera era menos inútil y que en el fondo le estaba haciendo un favor. Por supuesto César no le ayudaba en absoluto; decía que él venía de trabajar, y Virginia se preguntaba una y otra vez como se podía cansar si solo estaba sentado en su despacho. Al igual que su madre, César tampoco había querido oír hablar del tema de la universidad ni de un posible trabajo para ella. Al parecer la quería allí, en casa, dependiendo absolutamente de él, y eso era algo que cada día podía soportar menos.

Cuando Virginia llegó a casa, él ya estaba allí, acababa de aparcar su BMW. Ella en cambio había tenido que coger el autobús porque obviamente no tenía coche. Aquello también era algo que le parecía increíble pero no decía nada.

- Sabes que me gusta encontrarte ya en casa cuando llego, - le dijo él con mala cara, - ¿dónde te has metido?


- Hola César, - le dijo con un leve tono irónico al ver que ni siquiera la había saludado, - vengo de casa de mi madre.

- Muy bien, pues ponte a hacer la cena que tengo hambre, - le ordenó.


Le dieron ganas de cuadrarse militarmente y contestar a la orden, pero en cambio calló y se fue a la cocina; no tenía ganas de discutir.


Un rato después, Virginia avisó que ya estaba la cena terminada.

- ¿Qué has hecho? – le preguntó él.


- Macarrones con queso. Espero que te guste.

Ella rogó en silencio que así fuera, porque si no le lloverían las quejas y los reproches.

- ¿Te gusta? – le preguntó casi sin atreverse.

- Sí, anda come, que esta noche tengo ganas de marcha de la buena. A ver cómo te comportas.


Y efectivamente. Nada más terminar de cenar y recoger la cocina, ambos se ducharon y luego se fueron directamente a la cama. 


Él la echó bocabajo sin contemplaciones, y sin más preámbulos se puso sobre ella y la penetró.


- Por favor César, no me hagas daño… - suplicó con cara de dolor.

Sin tener preliminares ni usar ningún gel que facilitara la lubricación, el sexo con aquel hombre era más bien una tortura para Virginia.


- Cállate puta y chúpamela.

- No…

- ¡Te he dicho que me hagas una mamada zorra!


Por la fuerza, César introdujo su miembro erecto en la boca de ella, pero como no le había dado tiempo a abrir del todo la boca, sus dientes rozaron el pene masculino.


- ¡Maldita puta imbécil! – dijo sacándola y dándole a ella una bofetada en pleno rostro, - ¡me has hecho daño con los dientes aposta!


- ¡No! No César de verdad, es que no me ha dado tiempo y…

Pero él no atendía a razones y volvió a abofetearla varias veces.


- Y ahora te juro por todos mis muertos que me la vas a chupar bien, - le dijo, - ¡abre la boca puta!

A pesar de las arcadas, Virginia obedeció.


Después él le dio la vuelta, la apoyó sobre la cama inmovilizándola, y volvió a penetrarla con ferocidad.


Pero a continuación fue más allá. César parecía sentir la necesidad de inmovilizarla, subyugarla, dominarla hasta límites insospechados.


Hundiéndose una y otra vez en sus profundidades sin miramientos ni delicadeza, le puso un pie sobre su cabeza, aplastándola.

- César por favor, déjame, me haces daño… - suplicó con las lágrimas en los ojos.

La única relación íntima que había tenido ella en su vida había sido con aquel malnacido, pero por poca experiencia que tuviera, Virginia estaba segura que hacer el amor no era aquello, ni siquiera el sexo sin amor entre dos personas que se atraen se parecería a lo que habitualmente le hacía él.


César continuó moviendo las caderas y penetrándola contundentemente, como si le fuera la vida en ello. 


El sudor empapaba ambos cuerpos y aquello no parecía tener fin, y mientras él la insultaba degradándola y haciéndola sentir miserable y perdida, continuaba con sus duros movimientos de pelvis e incluso introdujo un par de dedos en su boca.


Después de repente la puso boca arriba y se echó sobre ella.

- Abrázame, ¡vamos!, - le ordenó.

Virginia obedeció sin ganas y dejó que él terminara aquel degradante y asqueroso acto, porque de seguro que eso no era amor; ni él le decía que la amaba ni tampoco se preocupaba por demostrárselo.


Cuando hubieron terminado, Virginia se duchó, se puso su pijama y salió del cuarto. Entonces el la miró.

- ¿Eso es todo lo que tienes que ponerte? ¿Un estúpido e insulso pijamita?

- Es mi pijama, así que déjame en paz de una vez, - estaba harta y se atrevió a contestarle.


- ¡No se te ocurra volver a contestarme de esa manera! ¿Me oyes imbécil? – le gritó él.


- ¿Es que acaso no sabes lo que es la lencería? ¿No eres capaz de usar un camisón bonito para atraer a un hombre en la cama? La próxima vez que me repliques te juro que te daré una paliza que no olvidarás. Ni tu padre va a reconocerte, así que ya lo sabes. 


Virginia no contestó, no le salían las palabras, pero creía a pies juntillas en que era muy capaz de cumplir su amenaza. Aún le dolían los bofetones que le había dado en la cara, y de sus partes íntimas mejor no hablar.


A punto de echarse a llorar de nuevo, tuvo que reconocer que aquella situación no podía continuar así. Él no la quería, la maltrataba tanto verbal como físicamente, la menospreciaba y ridiculizaba. No la ayudaba a prosperar en la vida porque deseaba que dependiera totalmente de él, que estuviera sometida a él, y su madre, que podría ayudarla, como estaba obsesionada con el abandono de su padre, tampoco quería que dejara a César. Conclusión, no amaba a ese hombre pero estaba atada a él, como presa sin delito, sin escapatoria posible. Si pudiera volar…

Entonces, de repente al pensar eso, recordó algo.



Continuará

1 comentario:

  1. Se me ocurren montones de adjetivos para describir al tipo éste pero son demasiado fuertes para ponerlos. No tengo claro si están casados o son pareja pero, de todas formas, saldría por la puerta corriendo y no volvería a esa casa. Me he puesto negra con las cosas que le ha hecho el h.p. de César.

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