jueves, 27 de octubre de 2016

Capítulo 6

Miriam entró en casa y se fue decidida hacia las escaleras. Tenía muy claro lo que iba a hacer, y lo haría ahora mismo.  Al pasar junto a los dos hermanos, obviamente interrumpieron la conversación.
- Ah, hola Miriam, - dijo Rosa visiblemente sorprendida.

- ¿Te pasa algo? – quiso saber Alfredo.


Pero ella, sin decir ni media palabra continuó subiendo las escaleras.
Rosa se dio cuenta de que lloraba.
- Mierda… - murmuró pensando que acababan de meter la pata hasta el fondo.


Los dos hermanos subieron la escalera rápidamente detrás de ella.
- Miriam por favor, espera, -le dijo Rosa, - ¿qué… qué te ha pasado?
- ¿De verdad necesitas preguntarlo? – dijo sin volverse, - lo sé todo, así que ahora mismo recogeré mis cosas y me iré.


Dicho esto entró en su dormitorio y comenzó a sacar sus cosas. Rosa la siguió.
- Miriam por favor, vamos a calmarnos ¿vale? No puedes irte ahora, sola en medio de la noche. Lo… que hice fue solo una broma mujer, - trató de disculparse nerviosa.


- ¿Una broma?,  ¿solo una broma Rosa?, - se volvió y la miró, - ¿jugar con los sentimientos de la gente es una broma?, ¿hacer daño es una broma divertida?, ¿te lo parece?
- Yo solo…
- Tu solo querías reírte a costa mía, y supongo que el también, claro, - dijo con pesar, - pero yo lo he estado viendo y… los sentimientos han entrado en juego, pero a quién le importa ¿verdad Rosa?


- No te vayas Miriam por favor, lo siento… - Rosa la había seguido hasta la planta baja, pero ella, sin volver la vista atrás abrió la puerta y salió para siempre.


Poco rato después logró localizar una pensión y alquilar una habitación. Era muy sencilla, ya que con lo que ganaba no podía pagarse otra cosa, pero por lo menos estaba limpia y no quedaba muy lejos de la librería.


Entonces, ya a solas, se derrumbó. Sentándose sobre la cama dejó que las lágrimas fluyesen libremente.


Estaba sola, completamente sola y se sentía perdida. No sabía quién era ni si tenía casa o familia, y la única persona que había conocido en el hospital acababa de gastarle una broma para reírse de ella, sin importarle en absoluto si sus sentimientos entraban en juego y era herida.


Y eso era lo que más le dolía; él la había visto a diario, habían salido juntos, hasta el punto de llegar a enamorarla, y todo por una broma, por una maldita broma pesada con la que él, Rosa e incluso su hermano Alfredo se estarían riendo en ese mismo momento.


A la mañana siguiente, a poco de llegar al trabajo, entró un chico moreno en la tienda.
- Miriam, - la llamó.


- ¿Si?, ¿desea algo?
- ¿No me reconoces?
Su corazón se había puesto a latir como un loco, pero ella se sentía tan mal desde la noche anterior, que apenas si se había fijado.


- Miriam, soy yo. Mi nombre auténtico es Fabio y este es el aspecto real que tengo. Rosa me llamó anoche y me dijo que te habías enterado de todo.
- Ya, os reísteis mucho a mi costa ¿no?
- Por supuesto que no nena, no digas eso.
- ¡No me llames nena!
- Miriam, anoche te dije que hoy te recogería y que había cosas de las que quería hablar contigo ¿recuerdas? Y era de eso, esto empezó como una simple broma pero luego…


- Me temo que ya es demasiado tarde, así que puedes irte. Tú accediste a gastarme esa absurda broma pesada, de modo que para mí ya estás de más.


- Miriam por favor, estaba deseando hablar contigo y contártelo todo, y también quitarme aquella peluca y las lentillas de color marrón, que han sido una auténtica pesadilla. Yo… lo que te dije anoche no era ninguna broma cariño, era real.


- Adiós mmm… como te llames, - dijo ella alejándose.
Fabio permaneció un momento allí sintiéndose más gilipollas que en toda su vida.
- Volveré Miriam, - dijo antes de marcharse.


Cuando más tarde salió del trabajo y volvió a su pensión, Miriam miró el cuadro de Kiko, su sim. Se lo había llevado cuando se marchó de casa de Rosa.


Mientras lo contemplaba sin verlo en realidad, dos ardientes lágrimas rodaron por sus mejillas.


Nadie, ni siquiera Fabio sabía cuánto le había costado decirle adiós, renunciar a él.


Miriam se sentó en la cama recordándolo. Tenía los ojos claros y era moreno…
Claro, por eso le extrañaban sus cejas negras en comparación con el pelo rubio.  Ahora, y esto era lo malo, le gustaba aún más que antes con aquel aspecto falso.


A pesar de lo que él dijera, él tal vez fingió sus sentimientos hacia ella, pero ella no, ella se sentía hecha polvo porque lo amaba y había tenido que renunciar a él.


Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario