Miriam entró
en casa y se fue decidida hacia las escaleras. Tenía muy claro lo que iba a
hacer, y lo haría ahora mismo. Al pasar
junto a los dos hermanos, obviamente interrumpieron la conversación.
- Ah, hola
Miriam, - dijo Rosa visiblemente sorprendida.
- ¿Te pasa
algo? – quiso saber Alfredo.
Pero ella,
sin decir ni media palabra continuó subiendo las escaleras.
Rosa se dio
cuenta de que lloraba.
- Mierda… -
murmuró pensando que acababan de meter la pata hasta el fondo.
Los dos
hermanos subieron la escalera rápidamente detrás de ella.
- Miriam por
favor, espera, -le dijo Rosa, - ¿qué… qué te ha pasado?
- ¿De verdad
necesitas preguntarlo? – dijo sin volverse, - lo sé todo, así que ahora mismo
recogeré mis cosas y me iré.
Dicho esto
entró en su dormitorio y comenzó a sacar sus cosas. Rosa la siguió.
- Miriam por
favor, vamos a calmarnos ¿vale? No puedes irte ahora, sola en medio de la
noche. Lo… que hice fue solo una broma mujer, - trató de disculparse nerviosa.
- ¿Una broma?, ¿solo una broma Rosa?, - se volvió y la miró,
- ¿jugar con los sentimientos de la gente es una broma?, ¿hacer daño es una
broma divertida?, ¿te lo parece?
- Yo solo…
- Tu solo
querías reírte a costa mía, y supongo que el también, claro, - dijo con pesar,
- pero yo lo he estado viendo y… los sentimientos han entrado en juego, pero a
quién le importa ¿verdad Rosa?
- No
te vayas Miriam por favor, lo siento… - Rosa la había seguido hasta la planta
baja, pero ella, sin volver la vista atrás abrió la puerta y salió para
siempre.
Poco
rato después logró localizar una pensión y alquilar una habitación. Era muy
sencilla, ya que con lo que ganaba no podía pagarse otra cosa, pero por lo
menos estaba limpia y no quedaba muy lejos de la librería.
Entonces,
ya a solas, se derrumbó. Sentándose sobre la cama dejó que las lágrimas
fluyesen libremente.
Estaba
sola, completamente sola y se sentía perdida. No sabía quién era ni si tenía
casa o familia, y la única persona que había conocido en el hospital acababa de
gastarle una broma para reírse de ella, sin importarle en absoluto si sus
sentimientos entraban en juego y era herida.
Y eso
era lo que más le dolía; él la había visto a diario, habían salido juntos,
hasta el punto de llegar a enamorarla, y todo por una broma, por una maldita
broma pesada con la que él, Rosa e incluso su hermano Alfredo se estarían
riendo en ese mismo momento.
A la mañana
siguiente, a poco de llegar al trabajo, entró un chico moreno en la tienda.
- Miriam, -
la llamó.
- ¿Si?, ¿desea
algo?
- ¿No me
reconoces?
Su corazón
se había puesto a latir como un loco, pero ella se sentía tan mal desde la
noche anterior, que apenas si se había fijado.
- Miriam,
soy yo. Mi nombre auténtico es Fabio y este es el aspecto real que tengo. Rosa
me llamó anoche y me dijo que te habías enterado de todo.
- Ya, os
reísteis mucho a mi costa ¿no?
- Por
supuesto que no nena, no digas eso.
- ¡No me
llames nena!
- Miriam,
anoche te dije que hoy te recogería y que había cosas de las que quería hablar
contigo ¿recuerdas? Y era de eso, esto empezó como una simple broma pero luego…
- Me
temo que ya es demasiado tarde, así que puedes irte. Tú accediste a gastarme
esa absurda broma pesada, de modo que para mí ya estás de más.
-
Miriam por favor, estaba deseando hablar contigo y contártelo todo, y también
quitarme aquella peluca y las lentillas de color marrón, que han sido una
auténtica pesadilla. Yo… lo que te dije anoche no era ninguna broma cariño, era
real.
- Adiós mmm…
como te llames, - dijo ella alejándose.
Fabio
permaneció un momento allí sintiéndose más gilipollas que en toda su vida.
- Volveré
Miriam, - dijo antes de marcharse.
Cuando
más tarde salió del trabajo y volvió a su pensión, Miriam miró el cuadro de
Kiko, su sim. Se lo había llevado cuando se marchó de casa de Rosa.
Mientras
lo contemplaba sin verlo en realidad, dos ardientes lágrimas rodaron por sus
mejillas.
Nadie,
ni siquiera Fabio sabía cuánto le había costado decirle adiós, renunciar a él.
Miriam se
sentó en la cama recordándolo. Tenía los ojos claros y era moreno…
Claro, por
eso le extrañaban sus cejas negras en comparación con el pelo rubio. Ahora, y esto era lo malo, le gustaba aún más
que antes con aquel aspecto falso.
A
pesar de lo que él dijera, él tal vez fingió sus sentimientos hacia ella, pero
ella no, ella se sentía hecha polvo porque lo amaba y había tenido que
renunciar a él.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario