El siguió recogiéndola a la salida del trabajo. Iban a pasear o al cine, a la playa incluso o lo que encartara. De todas formas, ella seguía siendo reservada con él, no se abría ni se daba por completo. El seguía provocando en ella sensaciones inquietantes y que la alteraban, y aunque se resistía, ya se estaba acostumbrando a verlo cada vez que salía de trabajar.
- Hola
cariño, - la saludó él.
- Hola, qué
persistente eres ¿eh?
- Yo
siempre.
- ¿Te
encuentras bien? - le preguntó ella.
- ¿En serio
te preocupas por mí?
- No es eso,
es que como te he visto tan serio…
Por un
momento Miriam pensó en la posibilidad de que el no volviera a recogerla a la
salida del trabajo, y la sensación que experimentó no le gustó.
- No es eso
¿eh? Anda, dime que te preocupas por mí, aunque solo sea un poquito.
- Bueno… ya
sabes que sí. ¿Tú estás bien?
- Por supuesto,
- dijo agarrándola de las manos, - ¿cómo podría estar mal estando contigo? Eso
es imposible.
- ¿Nos
vamos? – propuso ella algo nerviosa.
Aquel
día fueron a una sala donde no habían estado nunca. Había actuaciones
habitualmente, pero ellos subieron a la planta de arriba.
Entonces se
pusieron a jugar a una de las maquinitas.
- Jo, tu
juegas mucho mejor que yo. Eso no vale, - se quejó Miriam.
- Será
porque he practicado más. ¿Tú nunca habías jugado a esto?
- Por lo mal
que lo hago, creo que no.
Ella ya le
había hablado a el sobre su amnesia como consecuencia del accidente.
De pronto él
movió los controles rápidamente, dio un grito, y exclamó:
- ¡¡¡Bien!!!,
te gané.
- Eso
fue pan comido, jugando contra mi… - dijo Miriam cuando los dos se sentaron en
uno de los sillones que había allí.
Luego
el de forma natural, le echó el brazo sobre los hombros y la acercó a sí. A
través de los días, la confianza había ido aumentando entre los dos.
- No sabes
lo bien que me siento a tu lado Miriam, en serio, - le dijo él mirándola.
- Sí lo sé,
yo… yo también me siento igual.
- Cariño, -
sonrió él mirándola embobado, - siempre sospeché que sentías lo mismo que yo.
Dime que no me dejarás nunca.
- Sabes que
no. Tú ya eres muy especial para mí.
- Ven aquí
mi vida, si no te beso ya me muero…
Sin
poderse resistir, ambos se acercaron y sus labios entraron en contacto. Miriam
sintió un pellizco en el estómago, como si una música celestial tocara para
ellos, como si levitara y estuviera fuera de este mundo.
Mientras él
la abrazaba y ambos se besaban con más intensidad, ella comprendió que él era
todo su mundo, y que lo que había tratado de evitar, había sucedido: se había
enamorado por completo.
Sus
bocas se abrieron, y Miriam dejó que la sensual lengua masculina invadiera su
boca, lamiera su lengua, se adueñara de ella y de sus sentidos.
De
pronto, en el torbellino del amor y el deseo en el que se hallaban inmersos, se
separaron y, a corta distancia, ambos se miraron el uno al otro.
- Miriam
yo… te quiero, - le confesó el bajito y con una emoción que le desbordaba por
los ojos.
- Yo
también. Tenía miedo de que sucediera pero… ocurrió. Esto es una locura.
- Estamos
los dos locos cariño, - le dijo él, - yo por ti y tú por mí.
- Dime que nunca
me dejarás, por favor… Ya no sabría qué hacer sin ti.
- Nunca ¿me
oyes? Jamás te dejaré, créeme.
- Te creo,
confío en ti.
Él se la
quedó mirando pensativo durante unos momentos.
- Mañana te
recogeré como siempre e iremos a un sitio tranquilo. Hay… cosas de las que
quiero hablar contigo.
Aquella
misma noche, al llegar a casa e ir acercándose a la puerta de entrada, vio a
través del cristal a Rosa hablando con su hermano Alfredo. Lo que escuchó la
dejó parada donde estaba.
- ¿Qué clase
de broma dices que le has hecho? – escuchó preguntar a él.
- Un amigo mío se ha disfrazado de su sim, se
ha hecho pasar por él y la está conquistando, ¿te imaginas?
Los dos
rieron.
- Por lo
menos a ver si ahora deja de obsesionarse con ese sim suyo.
- Esa es la
cosa, - dijo Rosa, - por lo menos ahora sale más y está entretenida.
- ¿Y qué ha
hecho tu amigo para parecerse? – quiso saber él.
- Eso ha
sido lo mejor; se puso una peluca y hasta lentillas marrones, - ella soltó la
carcajada, - cuando lo vi, apenas podía creerlo. Está auténtico.
Los dos
volvieron a reír mientras Miriam sentía que se derrumbaba.
Todo había
sido una broma, una cruel broma de Rosa y del chico que la había enamorado.
Había estado
saliendo con ella disfrazado, la había conquistado solo para reírse de ella
junto con su compañera de piso. Ella se lo contaría a sus amigas enfermeras en
el hospital igual que se lo estaba contando ahora a su hermano, y se reirían a
su costa, y aquel chico también.
Miriam
sintió que lágrimas ardientes surcaban sus mejillas.
Justo cuando
se enamoraba de verdad y reconocía quererlo con locura, se enteraba de que él
solo estaba fingiendo, fingiendo ser quien no era, fingiendo amarla, y haciendo
añicos su amor y sus sueños.
Continuará
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