lunes, 25 de abril de 2016

Segunda parte. Capítulo 1

- Adelante Sr. Liñán, tome asiento por favor, - le dijo la doctora al verlo entrar en su consulta.

Le habían hecho unos análisis y lo habían llamado para recoger los resultados, así que Alberto estaba muy nervioso e inquieto, ya que en principio le habían dicho que había contraído el sida a causa de que la malnacida de Eva le había pinchado con una jeringa llena de sangre infectada. Por culpa de eso él podía morirse, aunque después de perder al amor de su vida, tanto le daba; había perdido un poco las ganas de seguir adelante.


- Sr. Liñán, la hematóloga a la que acudió la Srta. Eva Fernández nos dijo que por supuesto no le había dado una muestra de sangre infectada de sida, pero de todas formas hemos querido asegurarnos para que tanto usted como nosotros nos quedemos tranquilos.


- Lo que intentó hacer la Srta. Fernández fue muy grave y podría haber tenido consecuencias letales, pero he de comunicarle que en su caso está usted perfectamente sano Sr.  Liñán.


Alberto la miró sin poder reaccionar. Había estado tan nervioso y preocupado pensando en que se iba a morir, que ahora no sabía ni que decir.
- ¿Habla usted en serio?


La doctora sonrió.
- Por supuesto Sr. Liñán, no tiene usted sida ni nada en absoluto. Puede irse tranquilo y disfrutar de la vida. Tiene una salud de hierro.


Alberto sonrió tristemente.
Disfrutar de la vida…
¿Cómo? ¿Con quién?
Había estado años con Iván, compartiéndolo todo, haciendo planes de futuro, y ahora él estaba sano, pero solo, infinitamente solo sin él.


Alberto salió de la consulta y en el pasillo se cruzó con un chico rubio que iría a ver a la doctora.


Después de todo, qué puñetas, tenía que alegrarse porque no estaba enfermo ni sentenciado a muerte como él creía, así que seguiría sus estudios y luego Dios diría.


Al día siguiente al salir de clase se fue a casa. Se había mudado por supuesto, pero el sitio en el que vivía ahora no le gustaba ni la mitad que la casa anterior.
Cómo le costaba volver a clase sin tener al Iván…
Al entrar vio a Atenea viendo la tele. Atenea era su nueva compañera de piso y era gótica. La primera vez que la vio le dio un poco de miedo, y ahora todavía sentía bastante respeto.


- ¿Qué pasa Alberto?, ¿todo bien en el médico ayer? –le preguntó ella.


- Si, todo genial gracias a Dios, -le contestó.


- Me alegro, -le dijo ella mientras él se sentaba a su lado.
Alberto no le había contado para qué había ido al médico, no había entrado en detalles. Solo le dijo que fue para hacerse unos análisis rutinarios y listo. El verdadero motivo era demasiado escabroso.


El siguiente viernes al volver de clase, Alberto se encontró con que Atenea había montado una fiesta. Ella estudiaba química, lo cual le recordaba a la pobre Lina, pero estaba claro que a ésta le gustaban más las fiestas que a aquella.


Cuando vio las pintas de algunos de los invitados, Alberto se los quedó mirando con incredulidad. ¿En serio Atenea había invitado a aquella gente?


Para empezar conoció a Willy, un chico flacucho y también gótico como su compañera de piso. Era un poco siniestro.


Y luego estaba una tal Lola, guapa y exuberante. Su escasa ropa dejaba poco a la imaginación.


- Ah, hola Alberto, que bueno que estés ya aquí, -le dijo Atenea mientras el reparaba en la presencia de otra chica más normalita y que luego supo que se llamaba Silvia.


- Menuda fiesta que has montado ¿eh?, y vaya gente… - le comentó.


- Anda, no te quejes que todavía falta por venir uno, y este no es gótico como yo, es pijo como tú, -rió.


- ¿Qué yo soy pijo?
Estaban hablando cuando efectivamente otro chico hizo su aparición.


El recién llegado se quedó mirando a Willy sin poder creer que estaba en la misma fiesta con él. Eran tan distintos…


Luego se acercó a la anfitriona que estaba terminando de hablar con Alberto.
- Mira, - le dijo ella, -este es Borja, el chico del que te he hablado.


- Hola, tu eres Alberto ¿no?
- Si claro, encantado.
- Igualmente. Tú y yo nos vimos hace unos días en la consulta de la doctora Oliveros, ¿no te acuerdas? Salías de allí cuando nos cruzamos.


- Ah sí, ya recuerdo. Es verdad, - contestó recordando al chico rubio con el que se cruzó en el pasillo.


- Es que la doctora es mi madre ¿sabes?, por eso estaba allí.
- Ah, ahora que lo dices te pareces a ella.
- Gracias. ¿Tú vives aquí con Atenea?


- Si, no hace mucho tiempo que me mudé, ¿y tú?
- Lo mío es patético, - dijo poniendo mala cara, - aún vivo en casa con mis padres, así que me dais una envidia que no os la imagináis.
- ¿Y por qué no te mudas aquí, Borja? – sugirió Atenea que había estado escuchando la conversación.
- ¿En serio me queréis aquí? ¿Hay sitio?


- Claro que hay sitio, y si Alberto está de acuerdo, por supuesto que te puedes venir, ¿verdad compi?
- Por mi genial que te vengas, así somos más contra el lado oscuro, jaja, -dijo refiriéndose al estilo de Atenea.
Borja rió también.
-Vale, pues entonces voy a llamar a mis padres para decírselo. Así se van haciendo a la idea, -sonrió.


Mientras Borja hacía aquella llamada de teléfono y Atenea se marcaba un baile, Alberto cogió una copa y le dio un buen trago.
La fiesta continuaba, y la vida obviamente también. Ahora habría uno más en casa, y estaba muy bien, pero a pesar de la música, el baile, la compañía y las copas que se tomara, Alberto sabía que nada en su vida ya sería lo mismo que antes.


Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario