- Adelante
Sr. Liñán, tome asiento por favor, - le dijo la doctora al verlo entrar en su
consulta.
Le habían
hecho unos análisis y lo habían llamado para recoger los resultados, así que
Alberto estaba muy nervioso e inquieto, ya que en principio le habían dicho que
había contraído el sida a causa de que la malnacida de Eva le había pinchado
con una jeringa llena de sangre infectada. Por culpa de eso él podía morirse,
aunque después de perder al amor de su vida, tanto le daba; había perdido un
poco las ganas de seguir adelante.
- Sr.
Liñán, la hematóloga a la que acudió la Srta. Eva Fernández nos dijo que por
supuesto no le había dado una muestra de sangre infectada de sida, pero de
todas formas hemos querido asegurarnos para que tanto usted como nosotros nos
quedemos tranquilos.
- Lo
que intentó hacer la Srta. Fernández fue muy grave y podría haber tenido
consecuencias letales, pero he de comunicarle que en su caso está usted
perfectamente sano Sr. Liñán.
Alberto la
miró sin poder reaccionar. Había estado tan nervioso y preocupado pensando en
que se iba a morir, que ahora no sabía ni que decir.
- ¿Habla
usted en serio?
La doctora
sonrió.
- Por
supuesto Sr. Liñán, no tiene usted sida ni nada en absoluto. Puede irse
tranquilo y disfrutar de la vida. Tiene una salud de hierro.
Alberto
sonrió tristemente.
Disfrutar de
la vida…
¿Cómo? ¿Con quién?
Había estado
años con Iván, compartiéndolo todo, haciendo planes de futuro, y ahora él
estaba sano, pero solo, infinitamente solo sin él.
Alberto
salió de la consulta y en el pasillo se cruzó con un chico rubio que iría a ver
a la doctora.
Después
de todo, qué puñetas, tenía que alegrarse porque no estaba enfermo ni
sentenciado a muerte como él creía, así que seguiría sus estudios y luego Dios
diría.
Al día
siguiente al salir de clase se fue a casa. Se había mudado por supuesto, pero
el sitio en el que vivía ahora no le gustaba ni la mitad que la casa anterior.
Cómo le
costaba volver a clase sin tener al Iván…
Al entrar
vio a Atenea viendo la tele. Atenea era su nueva compañera de piso y era
gótica. La primera vez que la vio le dio un poco de miedo, y ahora todavía
sentía bastante respeto.
- ¿Qué
pasa Alberto?, ¿todo bien en el médico ayer? –le preguntó ella.
- Si,
todo genial gracias a Dios, -le contestó.
- Me alegro,
-le dijo ella mientras él se sentaba a su lado.
Alberto no
le había contado para qué había ido al médico, no había entrado en detalles.
Solo le dijo que fue para hacerse unos análisis rutinarios y listo. El verdadero
motivo era demasiado escabroso.
El
siguiente viernes al volver de clase, Alberto se encontró con que Atenea había
montado una fiesta. Ella estudiaba química, lo cual le recordaba a la pobre
Lina, pero estaba claro que a ésta le gustaban más las fiestas que a aquella.
Cuando
vio las pintas de algunos de los invitados, Alberto se los quedó mirando con
incredulidad. ¿En serio Atenea había invitado a aquella gente?
Para
empezar conoció a Willy, un chico flacucho y también gótico como su compañera de
piso. Era un poco siniestro.
Y
luego estaba una tal Lola, guapa y exuberante. Su escasa ropa dejaba poco a la
imaginación.
- Ah,
hola Alberto, que bueno que estés ya aquí, -le dijo Atenea mientras el reparaba
en la presencia de otra chica más normalita y que luego supo que se llamaba
Silvia.
-
Menuda fiesta que has montado ¿eh?, y vaya gente… - le comentó.
-
Anda, no te quejes que todavía falta por venir uno, y este no es gótico como
yo, es pijo como tú, -rió.
- ¿Qué yo
soy pijo?
Estaban hablando
cuando efectivamente otro chico hizo su aparición.
El
recién llegado se quedó mirando a Willy sin poder creer que estaba en la misma
fiesta con él. Eran tan distintos…
Luego se
acercó a la anfitriona que estaba terminando de hablar con Alberto.
- Mira, - le
dijo ella, -este es Borja, el chico del que te he hablado.
- Hola, tu
eres Alberto ¿no?
- Si claro,
encantado.
-
Igualmente. Tú y yo nos vimos hace unos días en la consulta de la doctora
Oliveros, ¿no te acuerdas? Salías de allí cuando nos cruzamos.
- Ah
sí, ya recuerdo. Es verdad, - contestó recordando al chico rubio con el que se
cruzó en el pasillo.
- Es que la
doctora es mi madre ¿sabes?, por eso estaba allí.
- Ah, ahora
que lo dices te pareces a ella.
- Gracias.
¿Tú vives aquí con Atenea?
- Si, no
hace mucho tiempo que me mudé, ¿y tú?
- Lo mío es
patético, - dijo poniendo mala cara, - aún vivo en casa con mis padres, así que
me dais una envidia que no os la imagináis.
- ¿Y por qué
no te mudas aquí, Borja? – sugirió Atenea que había estado escuchando la
conversación.
- ¿En serio
me queréis aquí? ¿Hay sitio?
- Claro que
hay sitio, y si Alberto está de acuerdo, por supuesto que te puedes venir,
¿verdad compi?
- Por mi
genial que te vengas, así somos más contra el lado oscuro, jaja, -dijo
refiriéndose al estilo de Atenea.
Borja rió
también.
-Vale, pues
entonces voy a llamar a mis padres para decírselo. Así se van haciendo a la
idea, -sonrió.
Mientras
Borja hacía aquella llamada de teléfono y Atenea se marcaba un baile, Alberto
cogió una copa y le dio un buen trago.
La fiesta
continuaba, y la vida obviamente también. Ahora habría uno más en casa, y
estaba muy bien, pero a pesar de la música, el baile, la compañía y las copas
que se tomara, Alberto sabía que nada en su vida ya sería lo mismo que antes.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario