sábado, 23 de abril de 2016

Epílogo

La noche tendía su manto de estrellas sobre la ciudad.
Habían pasado meses y la mala hierba había crecido por doquier.
Alberto miró con pena el aspecto descuidado del exterior de la casa. No había podido evitar volver allí, era algo que necesitaba hacer, algo que su alma le pedía, algo que añoraba, aunque aquello significara pasarlo mal.

En silencio se apoyó en un árbol y tomó aliento antes de entrar.


Cuando lo hizo y encendió la luz contempló el salón en el que tan buenos ratos habían pasado todos, cuando los cinco vivían allí y todo estaba bien.
Aún recordaba cuando Nerea llegó y se sentó allí a charlar con todos. Qué guapa y que alegre era, y hoy ya por desgracia no existía, recordó con tristeza.


Y con melancolía e infinita tristeza también, recordó las de veces en que Iván y él se habían abrazado y besado en aquel mismo sofá.
Aquel día cuando salió corriendo y se estrelló, también murió algo de él, porque ya jamás había vuelto a ser el mismo.


Despacio avanzó y entró en el que había sido oficialmente su cuarto, aquel en el que se metía esperando cada noche a que los demás se acostaran para pasarse al dormitorio de Iván.
Jamás le había gustado aquella situación, pero lo quería tanto que con tal de estar con él hacía lo que fuera, incluso ocultar su amor mutuo al mundo entero.


Y luego, costándole un imperio entró en el dormitorio de Iván y se sentó en la cama. Entonces dos ardientes y silenciosas lágrimas rodaron por sus mejillas.
A pesar del tiempo transcurrido no había logrado olvidarse de él ni arrancar de sí aquel amor que llevaba dentro.


¿Cómo se podía seguir adelante o rehacer la vida de nuevo cuando se había amado tanto durante años?
Su recuerdo lo perseguía, y ahora estando en aquel dormitorio de nuevo cargado de vivencias y momentos mágicos, era peor, porque le daba la sensación de que Iván iba a entrar de un momento a otro, lo iba a rodear entre sus brazos y a hacer que se olvidara del mundo entero si era preciso.


Sin poder evitar seguir llorando, Alberto se tendió en la cama y despacio acarició la colcha roja.
¿Cuántas veces habían hecho el amor allí mismo? ¿Cuántas noches se habían besado hasta la saciedad y se habían dormido íntimamente abrazados?
Jamás había vuelto a ser tan feliz como en aquellos momentos.
De todas formas, - pensó, - si Iván hubiera sobrevivido, a él no le hubiera gustado seguir con él en el mismo plan. Por culpa de su ambición y de vivir ocultamente su amor, él había encontrado su final.
Alberto pensó que él no quería más aquello, que no deseaba volver a ocultarse por nada, y si en el futuro volvía a amar, lo cual le extrañaba, no ocultaría su amor, sino que se lo diría al mundo entero si era preciso.


Se levantó de la cama y, de paso hacia la salida entró en el dormitorio de Lina y Nerea. En el de Eva no pensaba entrar porque aún llevaba clavado dentro en daño que le hizo, así que prefería no pensar siquiera en ella.
¿Y qué decir de la pobre Lina? – pensó tristemente mirando su cama y su pequeño laboratorio, - otra víctima de Eva.


Alberto salió por fin fuera de la casa y se detuvo. Una suave brisa nocturna lo envolvió, y entonces sorpresivamente oyó una voz venida no muy de lejos.
- Alberto… - lo llamaron en voz baja.
Entonces la sorpresa y el estupor se dibujaron en su cara.


Continuará

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