La noche
tendía su manto de estrellas sobre la ciudad.
Habían
pasado meses y la mala hierba había crecido por doquier.
Alberto miró
con pena el aspecto descuidado del exterior de la casa. No había podido evitar
volver allí, era algo que necesitaba hacer, algo que su alma le pedía, algo que
añoraba, aunque aquello significara pasarlo mal.
En silencio
se apoyó en un árbol y tomó aliento antes de entrar.
Cuando lo
hizo y encendió la luz contempló el salón en el que tan buenos ratos habían
pasado todos, cuando los cinco vivían allí y todo estaba bien.
Aún
recordaba cuando Nerea llegó y se sentó allí a charlar con todos. Qué guapa y
que alegre era, y hoy ya por desgracia no existía, recordó con tristeza.
Y con
melancolía e infinita tristeza también, recordó las de veces en que Iván y él
se habían abrazado y besado en aquel mismo sofá.
Aquel día
cuando salió corriendo y se estrelló, también murió algo de él, porque ya jamás
había vuelto a ser el mismo.
Despacio
avanzó y entró en el que había sido oficialmente su cuarto, aquel en el que se
metía esperando cada noche a que los demás se acostaran para pasarse al
dormitorio de Iván.
Jamás le
había gustado aquella situación, pero lo quería tanto que con tal de estar con
él hacía lo que fuera, incluso ocultar su amor mutuo al mundo entero.
Y luego,
costándole un imperio entró en el dormitorio de Iván y se sentó en la cama.
Entonces dos ardientes y silenciosas lágrimas rodaron por sus mejillas.
A pesar del
tiempo transcurrido no había logrado olvidarse de él ni arrancar de sí aquel
amor que llevaba dentro.
¿Cómo se
podía seguir adelante o rehacer la vida de nuevo cuando se había amado tanto
durante años?
Su recuerdo
lo perseguía, y ahora estando en aquel dormitorio de nuevo cargado de vivencias
y momentos mágicos, era peor, porque le daba la sensación de que Iván iba a
entrar de un momento a otro, lo iba a rodear entre sus brazos y a hacer que se
olvidara del mundo entero si era preciso.
Sin poder
evitar seguir llorando, Alberto se tendió en la cama y despacio acarició la
colcha roja.
¿Cuántas
veces habían hecho el amor allí mismo? ¿Cuántas noches se habían besado hasta
la saciedad y se habían dormido íntimamente abrazados?
Jamás había
vuelto a ser tan feliz como en aquellos momentos.
De todas
formas, - pensó, - si Iván hubiera sobrevivido, a él no le hubiera gustado
seguir con él en el mismo plan. Por culpa de su ambición y de vivir ocultamente
su amor, él había encontrado su final.
Alberto
pensó que él no quería más aquello, que no deseaba volver a ocultarse por nada,
y si en el futuro volvía a amar, lo cual le extrañaba, no ocultaría su amor,
sino que se lo diría al mundo entero si era preciso.
Se levantó
de la cama y, de paso hacia la salida entró en el dormitorio de Lina y Nerea.
En el de Eva no pensaba entrar porque aún llevaba clavado dentro en daño que le
hizo, así que prefería no pensar siquiera en ella.
¿Y qué decir
de la pobre Lina? – pensó tristemente mirando su cama y su pequeño laboratorio,
- otra víctima de Eva.
Alberto
salió por fin fuera de la casa y se detuvo. Una suave brisa nocturna lo
envolvió, y entonces sorpresivamente oyó una voz venida no muy de lejos.
- Alberto… -
lo llamaron en voz baja.
Entonces la
sorpresa y el estupor se dibujaron en su cara.
Continuará
Jo menudo cambio,resulta que Alberto no a fallecido,que sorpresa!!
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