Pocos días
después Borja se mudó y él se encargó de enseñarle la casa. Cuando por fin
entraron en su dormitorio, en seguida reparó en la foto de Iván que había en su
mesilla de noche.
En silencio
se quedó mirándola un momento.
Luego se
volvió hacia él y lo miró.
- ¿Quién es
el chico de la foto?
- Perdona
pero no tengo ganas de hablar de eso.
- Debe ser
alguien muy importante para ti cuando lo tienes en tu mesilla de noche, - le
comentó, - es muy atractivo.
-
Borja si me disculpas, mejor dile a Atenea que te enseñe su cuarto y el resto
de la casa. Hay poco que ver ya, - le dijo serio y deseando quedarse solo.
Él estuvo de
acuerdo y en silencio salió.
El recuerdo
de Iván era para el tan sagrado que no era capaz de compartirlo con nadie, y
cuando Borja había visto su foto y le había hablado de él, había sentido
gravitar sobre sí todo el peso del pasado.
Ya a solas
se acercó a la mesilla de noche.
Iván lo
miraba con sus azules y despampanantes ojos.
Alberto miraba aquella foto suya cada día al levantarse, sabiendo que ya
no iría a clase con él como antes, la miraba cada noche antes de dormir,
sabiendo que ya nunca más compartirían sueños y goces juntos, y saber todo
aquello era tan duro…
Entonces, y
a pesar de saber que aquello iba a ser una tortura inútil, sintió el deseo de
volver a su antigua casa.
La noche
tendía su manto de estrellas sobre la ciudad.
Habían
pasado meses y la mala hierba había crecido por doquier.
Alberto miró
con pena el aspecto descuidado del exterior de la casa. No había podido evitar
volver allí, era algo que necesitaba hacer, algo que su alma le pedía, algo que
añoraba, aunque aquello significara pasarlo mal.
En silencio
se apoyó en un árbol y tomó aliento antes de entrar.
Cuando lo
hizo y encendió la luz contempló el salón en el que tan buenos ratos habían
pasado todos, cuando los cinco vivían allí y todo estaba bien.
Aún
recordaba cuando Nerea llegó y se sentó allí a charlar con todos. Qué guapa y
que alegre era, y hoy ya por desgracia no existía, recordó con tristeza.
Y con
melancolía e infinita tristeza también, recordó las de veces en que Iván y él
se habían abrazado y besado en aquel mismo sofá.
Aquel día
cuando salió corriendo y se estrelló, también murió algo de él, porque ya jamás
había vuelto a ser el mismo.
Despacio
avanzó y entró en el que había sido oficialmente su cuarto, aquel en el que se
metía esperando cada noche a que los demás se acostaran para pasarse al
dormitorio de Iván.
Jamás le
había gustado aquella situación, pero lo quería tanto que con tal de estar con
él hacía lo que fuera, incluso ocultar su amor mutuo al mundo entero.
Y luego,
costándole un imperio entró en el dormitorio de Iván y se sentó en la cama.
Entonces dos ardientes y silenciosas lágrimas rodaron por sus mejillas.
A pesar del
tiempo transcurrido no había logrado olvidarse de él ni arrancar de sí aquel
amor que llevaba dentro.
¿Cómo se
podía seguir adelante o rehacer la vida de nuevo cuando se había amado tanto
durante años?
Su recuerdo
lo perseguía, y ahora estando en aquel dormitorio de nuevo cargado de vivencias
y momentos mágicos, era peor, porque le daba la sensación de que Iván iba a
entrar de un momento a otro, lo iba a rodear entre sus brazos y a hacer que se
olvidara del mundo entero si era preciso.
Sin poder
evitar seguir llorando, Alberto se tendió en la cama y despacio acarició la
colcha roja.
¿Cuántas
veces habían hecho el amor allí mismo? ¿Cuántas noches se habían besado hasta
la saciedad y se habían dormido íntimamente abrazados?
Jamás había
vuelto a ser tan feliz como en aquellos momentos.
De todas
formas, - pensó, - si Iván hubiera sobrevivido, a él no le hubiera gustado
seguir con él en el mismo plan. Por culpa de su ambición y de vivir ocultamente
su amor, él había encontrado su final.
Alberto
pensó que él no quería más aquello, que no deseaba volver a ocultarse por nada,
y si en el futuro volvía a amar, lo cual le extrañaba, no ocultaría su amor,
sino que se lo diría al mundo entero si era preciso.
Se levantó
de la cama y, de paso hacia la salida entró en el dormitorio de Lina y Nerea.
En el de Eva no pensaba entrar porque aún llevaba clavado dentro en daño que le
hizo, así que prefería no pensar siquiera en ella.
¿Y qué decir
de la pobre Lina? – pensó tristemente mirando su cama y su pequeño laboratorio,
- otra víctima de Eva.
Alberto
salió por fin fuera de la casa y se detuvo. Una suave brisa nocturna lo
envolvió, y entonces sorpresivamente oyó una voz venida no muy de lejos.
- Alberto… -
lo llamaron en voz baja.
Entonces la
sorpresa y el estupor se dibujaron en su cara.
Alberto
de llevó las manos a la boca sin poder impedir que la sorpresa más enorme se
dibujara en su cara.
Allí,
ante él, tan incomprensiblemente como real, estaba Lina.
¿Era
una aparición o qué? Fuera lo que fuera lo había llamado y lo miraba con una
sonrisa. ¡Era increíble!
Encantado de
tenerla allí delante, Alberto se acercó a ella con una sonrisa.
- Lina… -
apenas le salían las palabras.
En
silencio, ambos se fundieron en un abrazo emotivo.
- Dios mío
Lina, que sorpresa tan enorme verte otra vez. Durante todo este tiempo te creía
muerta, pensé que te habías ahogado.
- Casi me
ahogué cuando me tiró de la barca la hija de puta de Eva, pero afortunadamente
alguien pasó por allí después de que ella se fuera, y me rescató.
- Pero si te
parece, mejor entremos en la casa y charlamos ¿vale? – añadió.
Alberto
estuvo de acuerdo y ambos pasaron al interior.
Lina había
vuelto, ella era en cierto modo parte de su pasado, y estaba de nuevo allí con
él, y eso lo hacía muy feliz.
Continuará