- Ah, vaya, lo lamento.
Esperaba que aceptaras tomarte una copa o un aperitivo conmigo.
Ella suspiró.
- Lo siento de veras, pero
tengo algo de prisa. Muchísimas gracias por enseñarme tu casa; es preciosa.
- No tanto como tu, - dijo el
con voz algo baja y ronca mientras la miraba fijamente.
Ella lo oyó y su corazón se
alteró haciendo lo que le daba la gana, que es lo que últimamente hacía.
Helen, tras despedirse, se
fue rápidamente.
Cuando llegó a casa, a la
seguridad de su hogar, su corazón todavía latía alocado.
Por Dios bendito, ¿que
demonios le pasaba con ese hombre? ¿que tenía que la alteraba de aquella forma?
Ella era una mujer casada, no podía pensar en otro hombre y menos de la forma
en que lo había hecho estando allí, en su dormitorio; en lugar de mirar el
cuadro que le vendió, había mirado la ancha cama y se había imaginado...
¡Basta, basta ya! - trató de
serenarse y olvidar.
En cuanto llegó David, Helen se apresuró a
abrazarlo y besarlo con ímpetu. Quería volver a sentirse bien con su
conciencia, borrar con aquellos besos las fantasías locas que había tenido y
que la hacían sentirse profundamente culpable.
- Hey, ¿que te pasa cariño? - sonrió el algo
extrañado por aquella impetuosidad.
- Nada, que te he echado de menos y tenía ganas de
que volvieras. ¿Vamos a salir esta noche? Anda di que si...
- Ese escote tuyo me está
poniendo cardíaco Helen, - le dijo David con una sonrisa guasona cuando se
disponían a entrar aquella noche en una sala de fiestas.
- Anda ya. ¿Este sitio no es
demasiado pijo?
- ¿Y que mas da? - contestó el mientras se
disponían a hacer burbujas de chocolate, - seamos pijos por una noche.
Durante un rato estuvieron haciendo pompas y
explotándolas.
Luego fueron a la pista y se pusieron a bailar.
- Mira que estar aquí esa
señora mayor y bailando en bañador... - comentó Helen.
- Eres una criticona cariño,
- le dijo el sonriendo, - ¿no sabes que aquí hay un jacuzzi?
- Pues no, no conocía este
sitio.
A la mañana siguiente, antes de irse para la
galería, Helen llamó a David al trabajo.
Tras saludarlo, Helen le dijo
que aquella noche prepararía una cena especial.
- ¿Una velada romántica? -
preguntó el.
- Si, muy muy especial. No
tardes ¿vale cariño?
- Descuida.
Pero las horas fueron pasando y David no regresaba.
Helen fue al comedor y contempló la mesa puesta, la
vela que había encendido para crear un ambiente íntimo y romántico. Se había
pasado horas en la cocina reparando una receta especial y muy buena.
Horas después apareció David.
- Buenas noches Helen. Lo
siento cariño pero...
- ¿Que ocurre David? Te llamé esta mañana y te dije
que te prepararía una cena especial, ¡me he pasado toda la tarde cocinando para
que me dejaras plantada la cena!
- ¡Nunca estás donde debes,
la otra noche cuando me llamó la policía y tuve que ir sola de madrugada a la
galería, esta noche también! ¿Y cuantas mas David? ¿me lo puedes decir?
- Te lo he dicho muchísimas veces Helen, tengo
compromisos, reuniones de trabajo, cosas que no puedo eludir. Gracias a eso
comemos ¿sabes? No se si te has dado cuenta.
- ¿Estás insinuando que yo no aporto nada? ¿Es eso
lo que estás tratando de decir? - dijo sintiéndose ofendida y muy dolida.
- No cariño, perdóname, no es eso. Hablemos con
tranquilidad las cosas ¿vale? - dijo el con tono conciliador.
- Mañana te prometo que
vendré y nos tomaremos esa cena, ¿de acuerdo?
- ¿Seguro?
- Si, prometido. Anda, ven
aquí.
Entonces la estrechó entre sus brazos y besó su
boca.
Pero un día después se repetía la misma escena de
la noche anterior.
Helen se pasó horas sentada esperando la vuelta de
David, sintiéndose engañada, frustrada, impotente y muy triste.
Entonces, sin pensárselo dos
veces, cogió las llaves y salió de casa.
Ya era de noche y estaba
harta de esperar. Tampoco sabía a donde iba, pero poco importaba. No seguiría
esperando a David ni una noche más.
Continuará
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