La noche era clara y
despejada, y el cielo estaba lleno de estrellas.
El potente coche de Nelson se
alejaba raudo de la casa de Helen con ellos dos dentro.
Solo había tenido que recibir
la llamada de Nel para acudir.
Después de que David no le
diera ni la mas mínima explicación de por qué había pasado toda la noche fuera,
y encima le soltara una grosería, apenas habían hablado mas que monosílabos y
frases como "¿me pasas la sal?" o el "hasta luego" que le
acababa de soltar el hacía un momento.
El coche comenzó a atravesar
toda la ciudad.
Helen sentía que su vida se
estaba desmoronando a pasos agigantados; ¿en que estaban quedando los cinco
años que llevaba con David? El hacía su vida y la ignoraba, y por su parte
Nelson había entrado en la suya y lo había trastocado todo.
Cuando dieron la última curva
avistaron la casa de Nel.
Sabía que la llevaba allí
pero poco le importaba. Quería estar con el, con aquel hombre que la
enloquecía, le dedicaba su tiempo, sus besos, y le daba todo lo que ya su
marido no le proporcionaba.
Momentos después, ya dentro de la casa, el preparó
unas bebidas y las dejó en una bandeja sobre la mesa de centro.
Ambos, en silencio cogieron
cada uno su copa.
- Anoche David ni volvió a
casa ¿sabes Nel? - le dijo ella, - y esta noche volvió a salir sin darme
tampoco ni la mas mínima explicación.
- Escucha Helen, esta noche
es de los dos, tuya y mía, así que vamos a hacer una cosa.
- Ya, dejaré de hablar de
David, perdón, - se excusó.
- No tienes que pedir perdón
mi amor, es que hablar de tu marido ahora solo nos estropeará la noche a los
dos, y no quiero que nada ni nadie estropee algo tan maravilloso como lo que
tenemos tu y yo, ¿entiendes?
- Si.
- Anda, vamos a brindar.
Tras brindar por ambos y beber de sus copas, Nelson
encendió el equipo de música y se pusieron a bailar una balada.
La música suave los envolvió
y los dos se mecieron al compás.
- ¿Te alegras de estar aquí
conmigo? ¿Estás mas tranquila? - le preguntó el.
- Si, tu lo cambias todo Nelson, haces que se me
olviden y se disipen los... malos momentos. Eres muy especial.
- Tu si que lo eres, - le dijo el agarrando sus
manos y acercando su boca a la de ella. Antes de besarla, Helen sintió que la
estremecía toda entera.
Sus labios se unieron suavemente, con cortos besos
que los encendían a pasos agigantados.
Tanto que, momentos después
ambos estaban en el dormitorio e, impetuosos, se echaban en la cama.
- Nel, yo no he estado con
otro hombre jamás pero... tu me vuelves loca.
- ¿Y crees que tu a mi no?
Estaba deseando tenerte aquí... y quisiera que te quedaras toda la vida.
Las ropas de los dos fueron
arrojadas lejos con el impulsivo deseo de tocarse, de estar juntos sin
fronteras de ningún tipo.
Entonces Nelson la envolvió
entre sus brazos y ambos se miraron el uno al otro hechizados, como
hipnotizados e inmersos en el deseo que estaban anhelando consumar.
- Oh Helen, como te dije la
primera vez que estuviste en este dormitorio, eres absolutamente preciosa, - le
dijo mientras una de sus manos acariciaba su cintura, la curva de su cadera.
Después el inclinó la cabeza
y suavemente comenzó a besar su cuello, su escote, descendiendo lentamente
hasta que sus labios atraparon uno de sus pezones. Entonces lo lamió, lo
succionó y lo mordió delicadamente. Helen sin proponérselo iba excitándose cada
vez más.
- Nel, haces que todo sea tan
especial... - murmuró.
- Es que es especial. ¿Te
gusta, mi vida?
El había dejado de lamer el
centro de su pecho para contestarle, así que ahora estaba deseando que
continuara.
- Me gusta todo lo que me
haces, - susurró.
Entonces el, con un simple movimiento se situó
sobre ella y continuó besándola y acariciándola. Al sentir todo el cuerpo
masculino sobre el suyo, Helen se encendió de deseo, y aún así, en el fondo se
su ser, todavía pensó que estaba desnuda y acostada con otro hombre que no era
su marido, que lo estaba engañando. Se sentía avergonzada del deseo que sentía,
pero no podía evitarlo. Quería a aquel hombre, y quería estar con el, que
entrara en ella y la poseyera.
Nelson se situó entre las
piernas de ella que automáticamente se abrieron anhelando un contacto mas
fuerte y mayor. Entonces alzó la cabeza y la miró.
- Te quiero Helen, te
adoro...
- Y yo a ti Nel.
Mientras hablaban, ella sintió
como el duro miembro masculino se deslizaba sin trabas hasta el fondo de su
ser. Fue tan repentino que su contacto, su dureza la colmó.
- Oh Dios, eres absolutamente
excitante y maravillosa, - le dijo Nelson enardecido mientras le alzaba
completamente las piernas y se hundía en ella a un ritmo vertiginoso.
La vergüenza que sintiera
Helen de estar allí haciendo el amor con otro hombre, era superada por la
excitación y el goce que la transportaba, que rompía barreras, y se abandonó y
se entregó por completo a el.
Mientras el movía las caderas
con maestría introduciéndose en ella con contundencia, Helen comenzó a gemir
sin poder evitarlo.
- Eso es mi vida, - la voz de
Nelson sonó roncamente excitada, - goza conmigo, disfruta, entrégate a mi. Voy
a hacerte feliz, para siempre... ¿Me sientes?
- Ah, si...
- ¿Y te gusta?
- Oh Nel, me encanta, mi
amor...
Momentos después, tras gozar
ambos hasta límites insospechados, se acurrucaron el uno en brazos del otro.
Suavemente se besaron
mientras se miraban.
- Gracias mi vida, - le dijo
el.
- ¿Por qué?
- Por esta noche de amor tan
maravillosa que jamás olvidaré y... que quiero que sea la primera de muchas.
Helen entendió lo que quería
decir con aquella frase; el quería que siguieran viéndose, tal vez como lo que
ya eran, o sea, amantes, pero ella no creía servir solo para eso, necesitaba
mas, pero para ello tendría que dejar a David.
- Nel, no quiero separarme de
ti, - le dijo ella sin atreverse a preguntarle en calidad de qué la quería a su
lado.
- Y no lo harás, nunca Helen.
Tu eres mía y yo soy tuyo. Somos el uno del otro y siempre será así, te lo
prometo mi vida.
La respuesta de el le gustó
tanto que lo besó apretadamente.
- Te quiero Nel.
- Y yo a ti. ¿Te parece si
nos dormimos?
Ella asintió y, tras taparse se quedaron dormidos
en seguida a causa del intenso goce.
En la otra punta de la ciudad, era ya de madrugada
cuando David entró en casa.
Todo estaba a oscuras y en silencio, lo cual era
normal. Helen debía estar ya en la cama y dormida hacía mucho tiempo. De lo que
menos ganas tenía ahora era de aguantar sus sermones. No eran horas.
Pero cual fue su sorpresa y su desconcierto cuando,
al entrar en el dormitorio, vio la cama deshecha y vacía.
David miró con incredulidad
la cama. Aquello le había roto los esquemas; ¿a que jugaba Helen? ¿a devolverle
la pelota haciendo lo mismo que el hizo cuando no volvió en toda la noche?
Ella no era así, le constaba,
ella siempre estaba en casa cuando el regresaba, así que seguro que volvía de
un momento a otro. Tenía que regresar...
Continuará
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