martes, 27 de octubre de 2015

Capítulo 12

La noche era clara y despejada, y el cielo estaba lleno de estrellas.

El potente coche de Nelson se alejaba raudo de la casa de Helen con ellos dos dentro.


Solo había tenido que recibir la llamada de Nel para acudir.
Después de que David no le diera ni la mas mínima explicación de por qué había pasado toda la noche fuera, y encima le soltara una grosería, apenas habían hablado mas que monosílabos y frases como "¿me pasas la sal?" o el "hasta luego" que le acababa de soltar el hacía un momento.


El coche comenzó a atravesar toda la ciudad.
Helen sentía que su vida se estaba desmoronando a pasos agigantados; ¿en que estaban quedando los cinco años que llevaba con David? El hacía su vida y la ignoraba, y por su parte Nelson había entrado en la suya y lo había trastocado todo.


Cuando dieron la última curva avistaron la casa de Nel.
Sabía que la llevaba allí pero poco le importaba. Quería estar con el, con aquel hombre que la enloquecía, le dedicaba su tiempo, sus besos, y le daba todo lo que ya su marido no le proporcionaba.


Momentos después, ya dentro de la casa, el preparó unas bebidas y las dejó en una bandeja sobre la mesa de centro.


Ambos, en silencio cogieron cada uno su copa.
- Anoche David ni volvió a casa ¿sabes Nel? - le dijo ella, - y esta noche volvió a salir sin darme tampoco ni la mas mínima explicación.


- Escucha Helen, esta noche es de los dos, tuya y mía, así que vamos a hacer una cosa.
- Ya, dejaré de hablar de David, perdón, - se excusó.
- No tienes que pedir perdón mi amor, es que hablar de tu marido ahora solo nos estropeará la noche a los dos, y no quiero que nada ni nadie estropee algo tan maravilloso como lo que tenemos tu y yo, ¿entiendes?
- Si.
- Anda, vamos a brindar.


Tras brindar por ambos y beber de sus copas, Nelson encendió el equipo de música y se pusieron a bailar una balada.


La música suave los envolvió y los dos se mecieron al compás.
- ¿Te alegras de estar aquí conmigo? ¿Estás mas tranquila? - le preguntó el.


- Si, tu lo cambias todo Nelson, haces que se me olviden y se disipen los... malos momentos. Eres muy especial.


- Tu si que lo eres, - le dijo el agarrando sus manos y acercando su boca a la de ella. Antes de besarla, Helen sintió que la estremecía toda entera.


Sus labios se unieron suavemente, con cortos besos que los encendían a pasos agigantados.


Tanto que, momentos después ambos estaban en el dormitorio e, impetuosos, se echaban en la cama.
- Nel, yo no he estado con otro hombre jamás pero... tu me vuelves loca.
- ¿Y crees que tu a mi no? Estaba deseando tenerte aquí... y quisiera que te quedaras toda la vida.


Las ropas de los dos fueron arrojadas lejos con el impulsivo deseo de tocarse, de estar juntos sin fronteras de ningún tipo.
Entonces Nelson la envolvió entre sus brazos y ambos se miraron el uno al otro hechizados, como hipnotizados e inmersos en el deseo que estaban anhelando consumar.
- Oh Helen, como te dije la primera vez que estuviste en este dormitorio, eres absolutamente preciosa, - le dijo mientras una de sus manos acariciaba su cintura, la curva de su cadera.


Después el inclinó la cabeza y suavemente comenzó a besar su cuello, su escote, descendiendo lentamente hasta que sus labios atraparon uno de sus pezones. Entonces lo lamió, lo succionó y lo mordió delicadamente. Helen sin proponérselo iba excitándose cada vez más.
- Nel, haces que todo sea tan especial... - murmuró.
- Es que es especial. ¿Te gusta, mi vida?
El había dejado de lamer el centro de su pecho para contestarle, así que ahora estaba deseando que continuara.
- Me gusta todo lo que me haces, - susurró.


Entonces el, con un simple movimiento se situó sobre ella y continuó besándola y acariciándola. Al sentir todo el cuerpo masculino sobre el suyo, Helen se encendió de deseo, y aún así, en el fondo se su ser, todavía pensó que estaba desnuda y acostada con otro hombre que no era su marido, que lo estaba engañando. Se sentía avergonzada del deseo que sentía, pero no podía evitarlo. Quería a aquel hombre, y quería estar con el, que entrara en ella y la poseyera.


Nelson se situó entre las piernas de ella que automáticamente se abrieron anhelando un contacto mas fuerte y mayor. Entonces alzó la cabeza y la miró.
- Te quiero Helen, te adoro...
- Y yo a ti Nel.
Mientras hablaban, ella sintió como el duro miembro masculino se deslizaba sin trabas hasta el fondo de su ser. Fue tan repentino que su contacto, su dureza la colmó.


- Oh Dios, eres absolutamente excitante y maravillosa, - le dijo Nelson enardecido mientras le alzaba completamente las piernas y se hundía en ella a un ritmo vertiginoso.
La vergüenza que sintiera Helen de estar allí haciendo el amor con otro hombre, era superada por la excitación y el goce que la transportaba, que rompía barreras, y se abandonó y se entregó por completo a el.


Mientras el movía las caderas con maestría introduciéndose en ella con contundencia, Helen comenzó a gemir sin poder evitarlo.
- Eso es mi vida, - la voz de Nelson sonó roncamente excitada, - goza conmigo, disfruta, entrégate a mi. Voy a hacerte feliz, para siempre... ¿Me sientes?
- Ah, si...
- ¿Y te gusta?
- Oh Nel, me encanta, mi amor...


Momentos después, tras gozar ambos hasta límites insospechados, se acurrucaron el uno en brazos del otro.
Suavemente se besaron mientras se miraban.
- Gracias mi vida, - le dijo el.
- ¿Por qué?
- Por esta noche de amor tan maravillosa que jamás olvidaré y... que quiero que sea la primera de muchas.
Helen entendió lo que quería decir con aquella frase; el quería que siguieran viéndose, tal vez como lo que ya eran, o sea, amantes, pero ella no creía servir solo para eso, necesitaba mas, pero para ello tendría que dejar a David.
- Nel, no quiero separarme de ti, - le dijo ella sin atreverse a preguntarle en calidad de qué la quería a su lado.
- Y no lo harás, nunca Helen. Tu eres mía y yo soy tuyo. Somos el uno del otro y siempre será así, te lo prometo mi vida.
La respuesta de el le gustó tanto que lo besó apretadamente.
- Te quiero Nel.
- Y yo a ti. ¿Te parece si nos dormimos?


Ella asintió y, tras taparse se quedaron dormidos en seguida a causa del intenso goce.


En la otra punta de la ciudad, era ya de madrugada cuando David entró en casa.


Todo estaba a oscuras y en silencio, lo cual era normal. Helen debía estar ya en la cama y dormida hacía mucho tiempo. De lo que menos ganas tenía ahora era de aguantar sus sermones. No eran horas.


Pero cual fue su sorpresa y su desconcierto cuando, al entrar en el dormitorio, vio la cama deshecha y vacía.


David miró con incredulidad la cama. Aquello le había roto los esquemas; ¿a que jugaba Helen? ¿a devolverle la pelota haciendo lo mismo que el hizo cuando no volvió en toda la noche?
Ella no era así, le constaba, ella siempre estaba en casa cuando el regresaba, así que seguro que volvía de un momento a otro. Tenía que regresar...   


Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario