Entonces se fijó en el hueco que había donde estuvo el cuadro de las rosas, y por un momento el vivo recuerdo de aquel hombre llenó su imaginación.
Avergonzada de si misma por recordarlo tanto, continuó recorriendo la galería.
Después entró en su despacho
y se dispuso a pintar un cuadro, a ver si se inspiraba y dejaba de pensar en
tonterías. Pero poco rato después llamaron a la puerta con unos discretos
golpes.
- ¿Se puede? - dijo la
inconfundible voz de Nelson.
El corazón de Helen se le
subió a la garganta. ¿Era idiota o qué?
- Si, pase.
- Buenos días,- dijo el
entrando.
- Ah, hola.
- ¿Que tal está esta mañana?
- Bien, cuando he entrado lo
he mirado todo para ver si estaba en orden.
- ¿Todo bien? - se interesó
el.
- Si, menos mal, y gracias a
usted, bueno... a ti.
El sonrió.
- ¿Por qué no te vienes a mi
casa y te la enseño? Anoche no quisiste porque era tarde, pero ahora no tienes
excusa, me lo debes.
- Bueno, está bien, -
accedió.
Fueron dando un paseo hasta
llegar a su casa. Efectivamente quedaba cerca, tal y como el dijo.
- Esta es mi casa, ¿te gusta?
- quiso saber el.
- Estoy impresionada. Es...
preciosa.
- Espera a verla por dentro.
Vamos.
- Este es el salón, - le dijo
el al entrar.
Helen se quedó sin palabras;
había una chimenea, estanterías, dos sofás junto a una extraña y bonita mesa de
centro, una televisión enorme, un equipo de música... Instintivamente se fijó
en las rosas rojas que había en un jarrón sobre la mesita del centro.
- Bueno, dime tu opinión.
- Menuda casa. No tengo
palabras para describirla.
Helen, a pesar de estar
maravillada por lo que veía, no dejaba de pensar en que estaba a solas en la
casa de otro hombre que no era su marido. Quizás había sido educada chapada a
la antigua, pero el caso es que llevaba cinco años saliendo solamente con un
hombre, con David, y estas cosas que le estaban pasando ahora, como ser
acompañada de noche por otro hombre o ir a su casa, pues no era lo habitual, y
se sentía un poco culpable.
- También tengo fotografías,
¿ves? - le dijo el. - Por allí se va al despacho.
- Está muy bien.
- Y este cuadro si es de
rosas rojas.
- Ya se ve que te gustan.
- ¿A ti no?
- Si, son mis favoritas.
Durante unos momentos ambos
se quedaron callados mirando el cuadro.
Luego el giró a la derecha
seguido por ella.
Y por aquí se va a la cocina
- comedor.
- Me encanta, que moderna es.
- Entonces ¿que te parece lo
que has visto hasta ahora?
- ¿Es que hay mas?
El sonrió.
- Claro, la planta de arriba.
- Pues...
Pero en ese momento le sonó
el móvil a Helen.
- Disculpa, - le dijo a
Nelson, - ¿diga?
- Helen, soy yo, - dijo la
voz de David.
- Ah, hola, - contestó
tratando de disimular su nerviosismo.
- ¿Que pasó anoche cariño?
¿Lograron robar en tu galería?
- No, menos mal, - dijo
alejándose mientras hablaba, - un transeúnte logró evitarlo y llamó a la
policía.
- Vaya, me alegro. Siento no
haberte acompañado anoche. Ya sabes que estaba durmiendo y que tenía que
madrugar hoy.
- Ya, no te preocupes, todo
está bien.
Helen no pudo evitar pensar
en que primero eran siempre las cosas de David, luego las suyas. A pesar de
todo, la llamada de su marido le había recordado de nuevo que estaba a solas
con otro hombre y en su casa, y eso la hacía sentirse culpable.
Tras despedirse de David,
Helen se dirigió a Nelson.
- Voy a tener que irme
pronto.
- ¿El de la llamada era su
marido? - preguntó el.
- Si, quería saber sobre lo
que ocurrió anoche.
A buenas horas, - le dieron
ganas de añadir, pero se calló.
- No puede irse sin ver donde
tengo su cuadro, - le dijo el.
- De acuerdo, - dijo
perdiéndose inevitablemente en aquellos ojos claros.
Tras subir al piso superior,
entraron en un amplio dormitorio. Al fondo, junto al cabecero de la cama de
matrimonio, estaba colgado su cuadro.
No supo por qué pero Helen,
en lugar de mirar el cuadro de las rosas, miró la ancha cama y unas sugestivas
fantasías comenzaron a cobrar vida en su imaginación.
Lo miró a el, aspiró su aroma
personal, y se sintió profundamente culpable por sentir e imaginar lo que tenía
en mente en ese momento.
- Bueno, pues ahí está su
cuadro, - dijo el con su voz varonil, - queda precioso aquí ¿verdad?
- Pues... pues si, es verdad,
- contestó algo entrecortadamente.
Me debería ir ahora, - pensó
ella para sí, - ahora mismo debería irme a casa y no estar en el dormitorio de
otro hombre...
Continuará
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