Helen se aproximó a aquel
hombre decidida. ¿Que demonios estaba haciendo allí? Su encuentro en la bolera
fue casual, ¿pero ahora allí también, en su galería? Mucha coincidencia.
El se volvió y la miró.
- Hola, buenos días.
- Buenos días, - lo saludó
seria, - ¿me está usted siguiendo o espiando por casualidad? - le espetó.
- ¿Yo? En absoluto, ¿por qué
lo dice?
- Porque me parece demasiada
casualidad que después de coincidir en la bolera el viernes, ahora esté usted
aquí en mi galería mirando ese cuadro.
- Es que quiero comprarlo, -
sonrió el, - por eso estoy aquí.
- Ah... - Helen enrojeció
hasta la raíz del cabello y se aturdió; acababa de meter la pata. - Entonces
venga por aquí a mi despacho por favor.
Helen fue al despacho seguida por aquel hombre.
Firmaron los papeles de la venta y todo quedó solucionado.
- Bueno, por hoy ha sido una
buena venta, - dijo el mirándola.
- Pues si, muchas gracias
y... disculpe por lo de antes, - le dijo ella azorada.
- No es nada. La invito a
tomar algo para celebrarlo.
- Lo siento pero como ya le
dije, soy una mujer casada y no acostumbro a... tomar copas o lo que sea... con
otros hombres.
- Considérelo parte del
negocio; usted vende cuadros, yo le compro uno, y después nos vamos los dos a
tomar una copa para celebrar la venta.
- Gracias pero no, lo siento.
El hombre se despidió
cortésmente y se marchó.
Y justo cuando Helen volvía a
casa coincidió con Sarah cerca de la entrada.
- Ah, hola Sarah.
- ¿Que tal Helen?
- Sarah, ¿que te pasó el viernes? Me dejaste allí
plantada, - se quejó.
- Es que mi sobrino el mayor
se puso malo y mi hermana me llamó para que me quedara con la pequeña mientras
lo llevaba a urgencias.
- ¿Y por qué no me llamaste
por teléfono? Yo te llamé pero no me contestaste.
- Con las prisas se me olvidó
el móvil en el trabajo, lo siento. Otro día quedamos ¿vale? Hasta luego.
- Adiós...
Y Sarah se fue rápidamente
para su casa.
- Hola Helen, - le dijo de
repente Frank acercándose a ella.
- Ah, hola Frank.
- Qué, ¿charlando con nuestra
amable vecina?
A Helen no le pasó
desapercibido su tono irónico al decir la palabra amable.
- Hemos coincidido y le he
preguntado por lo del otro día.
- Lo del plantón.
- Si.
- ¿Y que excusa te ha dado?
- No te cae muy bien Sarah
¿verdad? - quiso saber Helen.
- Ni un poco, pero sigue.
- Se tuvo que quedar cuidando
de su sobrina.
- Ya. Siempre es conveniente
tener algún sobrino para las ocasiones de apuro, - dijo irónico.
- No seas malo Frank. Hoy no
me vas a chafar el día porque he hecho una venta estupenda.
- ¿En tu galería? Que bien.
- Si. Fue el tipo del otro
día ¿sabes?
- Uh, entonces doble alegría
¿eh?
- No se de que me hablas
Frank.
- Si lo sabes, no te hagas la
tonta. Has visto otra vez a ese monumento de hombre y encima te ha comprado un
cuadro. Ración doble. Estás en racha ¿eh?
- Bueno, será mejor que me
vaya a mi casa para que así dejes de decir bobadas, - Helen trató de ponerse
seria, pero con Frank no podía, le era imposible.
- No son bobadas y tu lo
sabes. Hasta luego guapa, - le dijo antes de irse a su casa.
Varios días después, Helen dormía plácidamente junto a David cuando empezó a sonar su móvil. Como era tarde se alarmó, así que
se levantó de la cama.
- ¿Diga? ¿Quien es? -
preguntó sin reconocer el número que llamaba.
- Buenas noches, - contestó
una voz de hombre, - ¿es usted Helen, la dueña de Windsor Gallery?
- Si, soy yo.
- Perdone que la moleste a
estas horas, pero es que han intentado entrar en su galería para robar; menos mal que un transeúnte lo impidió. De
todas formas y para asegurarnos, debería usted venir ahora y comprobar que todo
está bien.
- Oh si, por supuesto. En un
momento estoy allí.
Dios, habían intentado entrar
en su galería...
Por un momento se quedó allí
paralizada pensando en las posibles y funestas consecuencias que tendría si esa
persona no lo hubiera impedido. Tenía que saber quien era para darle las
gracias debidamente.
- David, - Helen se dirigió a
el a pesar de verlo durmiendo, - David despierta. Han intentado entrar a robar
en mi galería y tengo que ir allí. Ven conmigo anda.
- Mmmm... no puedo... Ve tu.
Mañana tengo que madrugar... - contestó con voz casi ininteligible a causa del
sueño.
Así que Helen fue sola a su
galería. Hubiera preferido ir acompañada por el y mas a aquellas horas de la
madrugada, pero David tenía que madrugar, aquello era cierto.
Nada mas llegar y ver que junto al policía estaba
nada menos que aquel hombre que se encontró en la bolera y luego le compró el
cuadro, Helen se lo quedó mirando mas que sorprendida. ¿Aquel era el transeúnte
que había impedido que robaran en su galería?
El se la quedó mirando al llegar y Helen sintió
cierto coraje de si misma; no podía sustraerse al magnetismo que emanaba aquel
hombre. Era algo visceral, físico, y ella debía de estar tonta perdida cuando
no dejaba de mirarlo.
Haciendo un esfuerzo se
dirigió al policía.
- Gracias por avisarme
agente. Ha sido usted muy amable, - le dijo ella.
- Yo solo he acudido y he revisado la puerta y las
ventanas. Todo parece estar en orden.
- En todo caso a quien debe
de darle las gracias es al señor Gilbert, - añadió el policía, - el fue quien
ahuyentó al ladrón y nos llamó. Si no necesitan nada mas, los dejo. Muy buenas
noches.
El policía montó en su coche
y se fue.
Al quedarse solos, Helen y
aquel hombre se miraron. Ella suspiró.
- Usted otra vez.
- El destino se empeña en que
usted y yo nos encontremos, y le aseguro que ha sido casual; si seguimos por esa
carretera y cruzamos el puente, en un par de minutos estaremos en mi casa. ¿Quiere
que se la enseñe? Iba de camino cuando vi a un tipo sospechoso intentando
entrar.
- Muchísimas gracias pero...
he de volver a casa.
- Si quiere la acompaño; una
mujer como usted no debería andar sola por aquí a estas horas.
Dígaselo a mi marido, - le
dieron ganas de decir a Helen, pero se calló.
- Está bien.
- Tranquila, se que venía muy
nerviosa pero ya todo está bien. Un paseo tranquilo la relajará.
Ambos se volvieron y
enfilaron la calle.
La verdad es que la carretera
estaba desierta, y mas a aquellas horas. Solo se veía pasar algún coche
ocasionalmente y muy de prisa.
Comenzaron a caminar en silencio. Lo cierto es que
le habría dado bastante miedo de tener que andar sola por aquel sitio y tan
tarde. Menos mal que aquel hombre estaba allí y se había ofrecido a
acompañarla.
En silencio, Helen notó que
la miraba. ¿Por qué puñetas se tenía que poner tan nerviosa? Era absurdo.
- Me llamo Nelson, no se si
lo recuerda del otro día, cuando me vendió el cuadro y firmamos los papeles, -
le dijo el.
- Lo siento, no me fijé, - mentirosa, que eres una
embustera, - se dijo interiormente a sí misma. - Yo me llamo Helen, encantada.
- ¿Hoy... no lleva una rosa
en la solapa? - se atrevió a preguntar.
El rió suavemente, lo cual
casi le provoca dar un traspiés a Helen.
- Hoy no, pero la llevo
muchas veces. Las rosas me encantan, sobre todo las rojas. Por eso le compré el
cuadro.
- Las rosas de mi cuadro no
son rojas precisamente.
- No, pero el color que
tienen pega muchísimo mas en mi dormitorio.
Al oír aquella última
palabra, Helen sintió un escalofrío en la columna vertebral. Seguramente debía
ser por la baja temperatura nocturna.
- Bueno pues... aquí vivo yo, en la casita de la
derecha. No es nada del otro mundo, - dijo nerviosa al llegar.
- Está muy bien. ¿Mas
tranquila ya?
- Uy si, donde va a parar, -
¿otra vez mintiendo? - pensó.
Esto se estaba convirtiendo
en una costumbre.
- Esto... muchísimas gracias
por todo Nelson, por evitar que robaran en mi galería y por acompañarme. No me
habría gustado venirme sola, - confesó en voz baja.
- No puedo lograr entender
como puedes estar sola en momentos como este, pero no quiero comprenderlo ni
que me lo expliques. Al fin y al cabo es tu vida. ¿Me permites que te tutee?
- Si, claro. Has sido muy amable.
Buenas noches Nelson.
- Buenas noches Helen.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario