jueves, 2 de julio de 2015

Capítulo 8

Cegado por las lágrimas que inundaban sus ojos, Roberto corrió hasta el cementerio.


En ese momento necesitaba a su madre, y allí era donde mas cerca de ella se sentía. Hubiera querido volver a ser de nuevo como un niño pequeño que, llorando, se refugia entre los brazos de su madre y esta lo acuna, lo acaricia y le asegura que todo va a ir bien.


Su padre estaba con Cristina, su nueva jefa, la mujer que lo volvió loco en cuanto la conoció.


La mujer que besó apasionado y se estremeció entre sus brazos, ahora dormiría junto a su padre todas las noches.


Y le haría el amor, compartiría con el su vida, todos los momentos, todos los besos que el soñó que un día fueran para el, serían en realidad para su padre.


¿Como era posible? El había visto interés en ella, incluso en su despacho le dijo que, aquel momento en que estuvo entre sus brazos y con su boca pegada a la de el, fue el mejor de su vida. ¿Como es que ahora lo sustituía por su padre y se iba a vivir con el?


Roberto se quedó durante unos minutos mirando la tumba de su madre, recordándola. Su padre obviamente, ya no se acordaba tanto de ella. Ahora tenía a una mujer joven a su lado, en su lecho, se la había robado a el, había destrozado todas sus ilusiones, todas sus esperanzas...


Tras secarse las lágrimas, Roberto se encaminó hacia "La Escapada", un antro que precisamente no estaba muy lejos del cementerio.


Ya era hora de que unas cuantas copas lo ayudaran a olvidar, por lo menos durante aquella noche.


- Hola guapa, - saludó a la chica que estaba tras la barra, - ¿me pones una copa? Bien cargadita por favor.

- Marchando.


Segundos después, Roberto bebía su vodka con limón a grandes sorbos.


- A tu salud papá, - murmuró para si mismo, - disfrútala tu que puedes.


- Oye hermosa, - dijo Roberto con voz pastosa después de un montón de copas, - ponme otra anda, y que sea diferente, quiero cambiar.
- Deberías irte a tu casa a dormir la mona, que ya has bebido demasiado.
- Anda, no seas aguafiestas tía, enróllate y pone otra; te prometo que es la última., en serio.


- Toma, ahí tienes, - le dijo la chica tras ponerle su copa, - y como no te vayas después te echo a patadas ¿entiendes? No quiero borrachos broncosos aquí.


- Pero si yo soy muy pacífico guapa, - dijo antes de dar el primer sorbo a su bebida.


Mientras se acababa la última copa, Roberto tuvo que agarrarse varias veces al mostrador para no caerse.
La bebida había aminorado su dolor, pero no lo había acallado totalmente.


Cuando por fin llegó a casa, se dio cuenta de que su padre le había dejado encendida la luz de la entrada. Un detalle muy bonito, pero ya nada de lo que hiciera le serviría con el.


Antes de dirigirse a su cuarto, Roberto miró la puerta que conducía al dormitorio de su padre.


Triste, suspiró y reprimió las lágrimas. Ella estaba allí, con el, en su cama, y el saber eso lo destrozaba.


Entonces fue a su cuarto y, sintiéndose impotente, se metió en la cama.


Cerró los ojos y deseó no pensar en nada, no acordarse de nada, no pensar en ella.


A la mañana siguiente Roberto llegó tarde al trabajo. Se encontraba fatal por culpa de la resaca, y su problema seguía ahí, esa era la cuestión.


Se sentó apático ante el ordenador y lo miró sin verlo en realidad.
Aquel día no tenía ganas de hacer absolutamente nada.


Justo acababa de empezar a trabajar cuando se abrió la puerta del despacho y apareció la jefa. Se dirigió hacia su mesa, y el hecho de verla tan guapa y tan fresca como una rosa mientras el se sentía tan mal, lo hizo sentirse peor aún.


- Roberto, ¿puedes venir al despacho un momento? - le dijo ella.


El ni siquiera le respondió. En silencio se puso de pié y se dispuso a seguirla.  


Continuará

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