Roberto siguió pescando, pero le dio la impresión de que ella era de las que está mas habituada a estar en el campo con ropa cómoda y de sport, que vistiendo modelitos y yendo de compras.
- Vaya, se te ha escapado el
pez ¿verdad? Ese era bastante escurridizo, - le dijo ella acercándose a el.
- Maldita sea... - murmuró
Roberto fastidiado, - pues si, se me escapó el muy...
- Perdona, - añadió volviéndose hacia ella, - me
llamo Roberto.
- Yo Inés, encantada, y he venido al campo a pasar
el fin de semana.
- Vaya, yo también, lo que pasa es que por
circunstancias he salido corriendo y solo he traído mi saco de dormir.
- No te preocupes. Ven, mira,
yo he traído de todo, - dijo ella llevándolo hasta donde estaba montada su
tienda de campaña. Junto a ella estaba el saco de dormir y una mochilla llena
de cosas.
- Bueno, eres una chica
previsora, - comentó Roberto, - esto es lo que se dice venir al campo bien
preparada.
- Si quieres puedes dormir
conmigo en mi tienda de campaña. Te puedes tapar con tu saco de dormir, aunque
te advierto que el mío nos tapará a los dos. Hay sitio suficiente para dormir
ambos e incluso echar un buen polvo si quisiéramos.
Al oír aquello dicho con
tanta naturalidad y mientras ella sonreía como si nada, Roberto comenzó a toser
como un desesperado; casi se ahoga con su propia saliva.
- Ven, vamos, - le dijo ella
resuelta, - ¿tienes hambre? He traído un picnic.
- Jo, no se te ha olvidado
nada, - dijo Roberto siguiéndola.
- A mi nunca. Tengo comida suficiente para los dos,
un botiquín e incluso condones. Sírvete Roberto.
Mientras Inés sacaba un perrito caliente y
comenzaba a comérselo con buen apetito, el aún estaba sin palabras. El
desparpajo de aquella mujer era increíble y solo comparable al de Alonso.
Roberto pensó que si hubiera venido habría flipado con aquella chica.
Segundos después comía una
hamburguesa.
- ¿Está buena? ¿te gusta? -
quiso saber ella.
- Uy si, está buenísima,
gracias.
- Y yo que salí corriendo de
casa y pensé que estaría completamente solo este fin de semana... - añadió el
pensativo.
- Vaya, ¿en serio?
- Ha debido pasarte algo para que salieras
corriendo de tu casa y apenas cogieras lo necesario.
- Bueno, - suspiró, - es algo triste y patético,
casi increíble. La mujer que me interesa está con mi padre.
- ¿Has escuchado algo mas
patético que eso?
- Bueno, la verdad es que es
algo difícil de digerir, - dijo ella pensativa, - pero si está con el y le
interesa, tu no tienes nada que hacer, y seguir dándole vueltas es perder el
tiempo.
- ¿Por qué no te olvidas este fin de semana de todo
eso y disfrutas? - sonrió tratando de animarlo. - Anda ven, te reto a una
batalla de globos de agua.
- Vale, - accedió el poniéndose en posición, - pero
te advierto que tengo una puntería increíble.
- No flipes chaval. Me voy a
reír en tu cara cuando te tire de culo, - se reía ella haciéndole burlas de
broma.
- Ahí va la primera, -
anunció Inés, - ¿preparado?
- Bla bla bla, mucho ruido y
pocas nueces.
Pero un segundo después el
globo de agua le daba de lleno.
- Joder, pero si sabe tirar y
todo.
- Me has dejado perdido de agua, pero ahora te vas
a enterar.
- ¿Estás preparada?
- Bah, no me darías ni aunque
me tuvieras a un paso, - se burló ella con autosuficiencia.
Pero un momento después Inés
estaba en el suelo.
- Mecachis... Al final va a
ser verdad que no eres solo un bocazas.
Entonces de pronto sonó el
móvil de Roberto.
- Si, - respondió serio
sabiendo que lo llamaban desde casa.
- Roberto, - dijo la voz de
su padre, - ¿donde estás? Te has ido tan de repente y sin decir ni a donde
ibas...
- Ya, pues estoy en el campo,
pasando el fin de semana.
- Roberto escucha, ¿por qué
no vuelves? Cristina...
- Lo siento, - lo interrumpió el, - pero dile a
Cristina que se consuele contigo, que para eso te tiene. Hasta mañana.
Y dicho esto colgó y guardó el móvil.
Inés, que había permanecido
mas allá en silencio, se le acercó por detrás.
- ¿Todo bien?
- Si, bueno... mas o menos.
- Anda ven, vamos a asar unas nubes Roberto, - le
propuso ella precediéndolo hasta el sitio.
Mientras Inés encendía el fuego, el se quedó
abstraído; aquella llamada de su padre le había hecho recordar a Cristina, y
también el hecho de que ella estaba con su progenitor.
- ¿Quien te llamó Roberto?
Porque ha conseguido que te vengas de nuevo abajo, - le dijo ella.
- Era... mi padre. Quería que
volviera a casa, y ha hecho que me acuerde de...
- Ya, de esa mujer. Ya se que nos acabamos de
conocer Roberto, pero cualquier mujer que prefiera estar con tu padre a estar
contigo, es que o es tonta, o no te merece. Creo que eres un buen tío, y además
muy guapo y vales un montón, y ella debería verlo.
- Venga, ánimo, - añadió
ella, - vamos a asar unas nubes. Ya verás que ricas están.
Roberto se quedó unos
instantes pensativo mirando hipnóticamente las llamas. Lo que le acababa de
decir ella le había hecho reflexionar.
- Oye Inés, - le dijo el
comenzando a asar unas nubes, - ¿eres mi ángel de la guarda disfrazado de
excursionista?
Ella sonrió.
- No, no tengo alas, lo
siento. Soy una simple excursionista.
- Pues para mi hoy has sido mi ángel guardián. Si
no fuera por ti, ahora mismo estaría aquí solo y muerto de asco. Muchas gracias
Inés.
- De nada. ¡Ah, Dios, se me
quemaron, joder!
- ¿No decías que eras una experta en esto de las
acampadas?, - la miró con algo de ironía.
- Y lo soy, pero ahora me las tendré que tomar
chamuscadas, - dijo mirándolas con cara de asco.
Entonces de pronto ella soltó
las nubes quemadas y se puso de pié.
- ¿Que pasa Inés? Como me
digas que también has traído una guitarra y que vamos a cantar canciones a la
luz de la fogata, te doy un premio.
Pero ella no contestó.
- Inés, ¿te pasa algo? ¿estás
bien?
Continuará
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