- Estoy de luto, - respondió
con expresión hosca y seria, - ¿Quiere algo mas señorita Romero?
- Preferiría que me llamaras
Cristina. Tu y yo...
- No me toque el tema ¿vale? - la interrumpió con
impetuosidad, - usted ha elegido vivir con mi padre, así que por mi parte no
hay nada mas que hablar.
- Exactamente, por tu parte, pero no nos has
escuchado a nosotros Roberto, queríamos decirte que...
- ¡He dicho que se acabó! - aquel tema le dolía
demasiado como para hablar con ella de el.
- No tiene ni idea de lo que ha supuesto para mi
que ahora esté con mi padre, que comparta su vida con el.
- Pero Roberto, estás
confundido, yo no... - trató de hablar ella.
- Cuando te vi por primera vez, - añadió Roberto
empezando a tutearla, - me atrajiste como un imán, a pesar de lo del coche, y
luego en el lago... lo que pasó fue indescriptible.
- Para mi también, - se
apresuró a decir ella.
- Ah ¿si? pues luego bien que
te has apresurado a romper todo eso. ¿Tienes idea de lo que me has hecho?
- Pero Roberto...
- ¡No! Te dije que no quería
hablar contigo de esto y ya hemos hablado demasiado.
- Has hablado tu, así que si
no me vas a oír, será mejor que lo dejemos. Tu nunca escuchas.
El la miró enfadado y como
ofendido por sus últimas palabras.
- Roberto, cariño, ven
aquí... -insistió ella intentando abrazarlo.
- No me toques, no vuelvas a
hacerlo nunca mas ¿me oyes?
- ¿Pero por qué?
- Aunque suene increíble, se
supone que ahora eres mi madrastra, te acuestas con mi padre, así que para mi
ya estás de más.
- Roberto... - susurró triste
y dolida.
Acto seguido lo vio salir del
despacho sin mediar mas palabras.
Aquella tarde Roberto decidió volver a ir a su lago
favorito a pescar. A el le encantaba, así que no tenía por qué dejar de
hacerlo.
Pero justo al llegar, vio que ella ya estaba allí
pescando también. Sin saber por qué, se quedó serio y parado mirándola.
Ella lo saludó de lejos, pero
el la ignoró.
Si no fuera tan
bonita... Y se la veía realmente feliz
pescando con la caña en la mano.
Un momento después la vio pescar un arenque rojo de
buen tamaño, y a continuación lo miró.
Entonces Roberto, temeroso de que sus propias
reacciones lo traicionaran, se fue corriendo, justo cuando empezaba a llover.
- ¡Roberto! ¡Roberto
espérame! - gritó ella yendo tras el.
Pero el la ignoró nuevamente.
- Roberto, tenemos que hablar, - le dijo su padre
en cuanto entró en casa.
- Otro igual, - pensó el. - ¿Que demonios había que
hablar? ¿que iba a decirle? ¿que tras aquel episodio del lago Cristina lo había
conocido a el y había descubierto que le molaban mas los viejos?
- No trates ahora de justificarte papá, - le dijo
siguiendo el curso de sus pensamientos, - tu te has cargado algo... muy
especial. Esa chica y yo nos vimos en el lago pescando ¿sabes? Y nos besamos
como locos, lo que pasa es que yo no voy alardeando de mis conquistas, y por
eso no te lo dije.
- Y ahora tu te la traes a casa para ocupar el
lugar de mamá, para compartir tu vida y... tu cama.
- ¿Como has podido papá?
¿Tienes idea del daño que me has hecho?
- Tu y yo teníamos una
relación muy especial, siempre hemos estado muy unidos, pero tu te has cargado
todo eso y ya no quiero ni verte.
- Pero Roberto, deja que te cuente como conocí a
Cristina, lo que me une a ella... - comenzó Eduardo.
- ¡Basta! No quiero escuchar absolutamente nada, -
lo interrumpió mientras su padre lo miraba con tristeza.
- Me has quitado a la que... quizás podría haber
sido la mujer de mi vida, ¿y encima pretendes explicármelo? Tu y yo hemos
terminado, así que hazte a la idea de que has perdido a tu hijo.
Eduardo, triste hasta las
lágrimas, lo vio dar la vuelta y alejarse de el.
Jamás podría renunciar a su
hijo, jamás en la vida.
Continuará
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