domingo, 5 de julio de 2015

Capítulo 9

- Estaba muy preocupada por ti Roberto, - le dijo ella al llegar al despacho, - nunca sueles llegar tan tarde según me han dicho. ¿Y esa ropa negra? No es tu estilo.


- Estoy de luto, - respondió con expresión hosca y seria, - ¿Quiere algo mas señorita Romero?

- Preferiría que me llamaras Cristina. Tu y yo...


- No me toque el tema ¿vale? - la interrumpió con impetuosidad, - usted ha elegido vivir con mi padre, así que por mi parte no hay nada mas que hablar.


- Exactamente, por tu parte, pero no nos has escuchado a nosotros Roberto, queríamos decirte que...


- ¡He dicho que se acabó! - aquel tema le dolía demasiado como para hablar con ella de el.


- No tiene ni idea de lo que ha supuesto para mi que ahora esté con mi padre, que comparta su vida con el.


- Pero Roberto, estás confundido, yo no... - trató de hablar ella.


- Cuando te vi por primera vez, - añadió Roberto empezando a tutearla, - me atrajiste como un imán, a pesar de lo del coche, y luego en el lago... lo que pasó fue indescriptible.


- Para mi también, - se apresuró a decir ella.
- Ah ¿si? pues luego bien que te has apresurado a romper todo eso. ¿Tienes idea de lo que me has hecho?
- Pero Roberto...


- ¡No! Te dije que no quería hablar contigo de esto y ya hemos hablado demasiado.
- Has hablado tu, así que si no me vas a oír, será mejor que lo dejemos. Tu nunca escuchas.


El la miró enfadado y como ofendido por sus últimas palabras.
- Roberto, cariño, ven aquí... -insistió ella intentando abrazarlo.


- No me toques, no vuelvas a hacerlo nunca mas ¿me oyes?
- ¿Pero por qué?


- Aunque suene increíble, se supone que ahora eres mi madrastra, te acuestas con mi padre, así que para mi ya estás de más.
- Roberto... - susurró triste y dolida.
Acto seguido lo vio salir del despacho sin mediar mas palabras.


Aquella tarde Roberto decidió volver a ir a su lago favorito a pescar. A el le encantaba, así que no tenía por qué dejar de hacerlo.


Pero justo al llegar, vio que ella ya estaba allí pescando también. Sin saber por qué, se quedó serio y parado mirándola.


Ella lo saludó de lejos, pero el la ignoró.
Si no fuera tan bonita...  Y se la veía realmente feliz pescando con la caña en la mano.


Un momento después la vio pescar un arenque rojo de buen tamaño, y a continuación lo miró.


Entonces Roberto, temeroso de que sus propias reacciones lo traicionaran, se fue corriendo, justo cuando empezaba a llover.


- ¡Roberto! ¡Roberto espérame! - gritó ella yendo tras el.
Pero el la ignoró nuevamente.


- Roberto, tenemos que hablar, - le dijo su padre en cuanto entró en casa.


- Otro igual, - pensó el. - ¿Que demonios había que hablar? ¿que iba a decirle? ¿que tras aquel episodio del lago Cristina lo había conocido a el y había descubierto que le molaban mas los viejos?


- No trates ahora de justificarte papá, - le dijo siguiendo el curso de sus pensamientos, - tu te has cargado algo... muy especial. Esa chica y yo nos vimos en el lago pescando ¿sabes? Y nos besamos como locos, lo que pasa es que yo no voy alardeando de mis conquistas, y por eso no te lo dije.


- Y ahora tu te la traes a casa para ocupar el lugar de mamá, para compartir tu vida y... tu cama.


- ¿Como has podido papá? ¿Tienes idea del daño que me has hecho?


- Tu y yo teníamos una relación muy especial, siempre hemos estado muy unidos, pero tu te has cargado todo eso y ya no quiero ni verte.


- Pero Roberto, deja que te cuente como conocí a Cristina, lo que me une a ella... - comenzó Eduardo.


- ¡Basta! No quiero escuchar absolutamente nada, - lo interrumpió mientras su padre lo miraba con tristeza.


- Me has quitado a la que... quizás podría haber sido la mujer de mi vida, ¿y encima pretendes explicármelo? Tu y yo hemos terminado, así que hazte a la idea de que has perdido a tu hijo.


Eduardo, triste hasta las lágrimas, lo vio dar la vuelta y alejarse de el.
Jamás podría renunciar a su hijo, jamás en la vida.


Continuará

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