viernes, 6 de mayo de 2016

Capítulo 5

Lina y Atenea organizaron una fiesta de la hoguera. Todavía faltaba por llegar gente, pero todos estaban muy animados. La música sonaba, todos bailaban, y una gran fogata ardía en todo su esplendor.


Y cuando todos estaban más contentos, de pronto Eva apareció en el jardín de casa, que era donde se estaba celebrando la fiesta.


Automáticamente Lina dejó de bailar y se volvió hacia ella con cara de pocos amigos.
- Hola Lina, hola Alberto, ¿qué tal estáis? –saludó ella.


- ¿Se puede saber qué coño haces aquí? ¡Como tienes el morro de presentarte en mi fiesta después de lo que nos hiciste!


- Una de tus compañeras me habló de la fiesta y me invitó, por eso he venido…
- ¡La fiesta es mía, y yo no te he invitado, jamás lo haría, así que lárgate! Eres una mal nacida y como vuelva a verte te mato, - dijo con profundo odio.


- Vale vale, lo siento, ya… me voy, -dijo cortada.


- ¡Fuera de aquí! Eres una desgraciada, una hija de puta.


Entonces Eva dio media vuelta y se fue mientras Lina la miraba alejarse. Quería cerciorarse de que de verdad se iba y a ser posible para siempre.


Cuando Eva llegó a casa se sentó apáticamente en el sofá.
Jamás debió haber ido allí, nunca jamás.


Después de todo lo ocurrido y de lo que había hecho, había perdido a sus antiguas amistades y era normal.
Alberto le había puesto mala cara y Lina la había insultado y hasta echado de allí.


Estaba allí triste y rumiando sus pensamientos cuando su madre entró en el salón y se sentó cerca de ella.
- ¿Qué te pasa? Volviste muy pronto.
- Lina me echó de allí. Dice que como vuelva a verme me mata.


- Es normal que reaccione así Eva; tú la empujaste de la barca. Pudo haberse ahogado, compréndelo. Y al otro chico pudiste contagiarle el sida, podría haber muerto.


- Ya…
Entonces a partir de ahora todo el mundo me dará la espalda y seré una marginada social. Estoy marcada de por vida mamá, y nunca nadie me dará una oportunidad.
- No Eva eso tampoco.
_ ¿No? Por favor mamá, no me mientas ni trates de animarme. Hasta papá y tú ya no me tratáis igual. Antes me llamabas cariño; ahora solo soy… Eva.


Su madre había querido seguir hablando con ella, pero Eva salió sin decir más nada.
Necesitaba estar sola y pensar, así que se fue a un parque solitario.


A partir de ahora la soledad sería su compañera, porque el resto del mundo estaba claro que no la quería.
Estaba marcada de por vida.


Tal vez debería haberse contagiado del sida ella misma, morir como la pobre Nerea o mejor aún, irse de allí bien lejos, donde nadie la conociera ni supiera nada de su pasado. Esa podría ser una buena solución.


Estaba allí sentada en un banco del parque cuando de pronto, inesperadamente, apareció quien menos ella se esperaba: Don Ricardo. El hombre, en silencio, se sentó en su mismo banco y la miró.


- Si viene a insultarme también, será mejor que se vaya, - le dijo ella, - no soy muy buena compañía.
- No he venido a insultarte, y ya se las cosas que te llamó mi nieta. He hablado con ella.
Genial, -pensó, - ahora como él estaba de acuerdo con ella, echaría más leña al fuego y la haría sentirse peor aún.


- Has… debido sentirte muy mal cuando te insultó y te echó de la fiesta, - dijo el hombre.
- Y me amenazó; dijo que si volvía a verme me mataría, pero no trate de compadecerse de mí. Ya sé que usted piensa igual que ella y todos los demás. Es normal.


- ¿Crees que no me dolió que me mintieras? El dinero que gasté en ti no me importa, lo que me duele es… que obraste muy mal.


- Y seré tonto pero ahora también me duele ver que te hacen el vacío, que te echan y no te aceptan.
Ella suspiró.
- Ya… hasta mis padres me tratan diferente. No tengo nada que hacer aquí, así que será mejor que me vaya bien lejos. ¿Y usted que tal con su nieta? – le preguntó.


- Me hizo mucha ilusión recuperarla, la llevé a casa y le di todos los caprichos y comodidades. Pero ella no quería nada de eso. No aceptó ni uno de los vestidos que le compré y dijo que para qué la iba a llevar a Francia. Que ella prefería estar en la casa de antes, compartiéndola con otros estudiantes y haciendo experimentos en su laboratorio.
- ¿En serio?
- Si, y cuando le dije que necesitaba su compañía me llamó viejo chocho y se largó.


- Así que ya ves que tenemos algo en común; a los dos nos ha llamado… cosas.
- Lo siento.
Él la miró en silencio durante unos momentos.
- Eva por favor, no vuelvas a decir que te irás lejos ¿vale? Los días que estuviste conmigo en casa fueron estupendos. Te he… echado mucho de menos.
- Pensé que me rechazaría o incluso insultaría.
- No, nunca. Cuando saliste de la cárcel te puse mala cara por todo lo que hiciste, pero a pesar de eso… me he acordado mucho de ti. Estás mas delgada.
- La comida de la cárcel es una mierda, -sonrió tristemente.
- Pues tú estás preciosa.


- Muchas gracias Don Ricardo, - trató de sonreír.
 Lo cierto es que jamás se hubiera imaginado que aquel hombre volvería a aparecer en su vida y menos diciéndole esas cosas.
Después del rechazo de los demás, era reconfortante.


Entonces él de pronto la abrazó.
- Ven aquí, creo que este abrazo lo necesitamos los dos. Dime que al menos te encontrabas bien allí en casa conmigo. Necesito oírtelo decir, necesito saber que no soy solo un viejo que estorba a todo el mundo.


- Usted no estorba Don Ricardo, usted es la persona más buena del mundo y el único que me ha hecho sentirme bien después de todo lo ocurrido. En su casa fui muy feliz, se lo aseguro…
Y allí, entre los brazos de aquel hombre noble y generoso, Eva se sintió mejor que en toda su vida.


Continuará

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