domingo, 1 de mayo de 2016

Capítulo 3

- Jamás en toda mi vida imaginé que Eva me haría eso. Ella era mi amiga, bueno, fingió serlo, claro, y todo para luego tirarme de la barca y así poder hacerse pasar por mí y quedarse con el dinero de mi abuelo.
Alberto y Lina habían entrado en la casa y se habían sentado en el salón a charlar, como en los viejos tiempos.

- Suerte que desaparecí y la trincaron y acabó en la cárcel, -añadió Lina resentida.


- Y no solo por lo tuyo, también por lo que intentó hacerme a mí, - le dijo él.
- Es verdad, tienes razón. ¿Tu tienes sida entonces o no?
- No, pero porque la chica de hematología a la que le pidió la muestra de sangre infectada, obviamente no se la dio, era una buena profesional, así que la engañó dándole una muestra de sangre sana.


- Desgraciada hija de puta… Lo malo es que ahora que ni tu estas contagiado ni yo me he muerto, esa capulla puede salir de la cárcel, quien sabe.


- No deberías amargarte pensando en ella Lina. Yo… supongo que estoy satisfecho de estar vivo y sano. Con eso… ya me sobra. 


- ¿Y dónde vives ahora Alberto? – le preguntó para tratar de distraerlo; de repente lo había visto algo triste.
- Comparto una casita con una chica y un chico, pero no me gusta ni la mitad que ésta, es mucho más cutre.


- ¿Y por qué no os mudáis todos aquí conmigo? Yo pienso seguir mis estudios y quiero seguir viviendo aquí por mi cuenta, como antes.
- ¿No estás con tu abuelo?
- He estado un tiempo, pero no nos entendimos mucho que digamos.
- ¿Y eso? – se extrañó.
- Me compró trajes caros, me llevaba a comer a restaurantes de cinco tenedores y hasta quería que me fuera con él una temporada a su casa de la Riviera francesa.
- Pero eso es genial ¿no?
- No tío, yo prefiero vivir a mi aire y estar trabajando en mi laboratorio. Soy así, de modo que no nos entendemos mucho. Que le den al viejo.
Lina se quedó callada unos momentos mientras seguía mirando a Alberto.
- ¿Y tú cómo llevas la ausencia de Iván?- le preguntó luego.


El suspiró.
- Como puedo Lina. Aún no la he superado, bueno, creo que en realidad jamás lo haré. En fin, le diré a mis compañeros de piso que si se quieren mudar aquí ¿vale?


Y justo al día siguiente Alberto habló con ellos.
La casa era más amplia y estaba mejor. Tenía cuatro habitaciones, dos cuartos de baño, y hasta dos ordenadores buenos, y no aquella reliquia que iba a pedales.


Ellos por supuesto estuvieron de acuerdo en mudarse. A Borja le encantó saber que había un esqueleto para poder estudiar anatomía. Y luego también estaba la máquina de hacer ejercicios de Iván…
Qué duro se le iba a hacer vivir allí de nuevo, ver abrirse la puerta y saber que jamás sería él, dormir en el cuarto de al lado y no poder pasarse al de Iván porque ya no estaría allí para dormir juntos ni hacer el amor.


Los tres se mudaron a la antigua casa de Alberto. Lina los estaba esperando y él se los fue presentando.


Ella los saludó amable y tanto Lina como Atenea dijeron que ya se conocían de vista, de la facultad. Entonces Lina se la llevó a su cuarto, ya que ambas lo compartirían.


- ¡Dios! ¡Que habitación! –exclamó Atenea nada más entrar.
- ¿Qué pasa? ¿No te gusta?
- Por favor, las paredes son rosas y tienen flores… ¿Qué quieres?, ¿Qué sueñe con la casa de la pradera todas las noches? Voy a acabar teniendo desórdenes mentales tía.


Lina sonrió.
- Anda, no te quejes y mira mi laboratorio. Genial ¿verdad?
- Eso ya tiene un pase. Pero el resto es cursi de cojones.


Mientras tanto en el salón, Alberto le informaba a Borja de que su habitación iba a ser la primera de la izquierda.
- Ven y te la enseño si quieres, -le dijo.
- Espera un momento Alberto. ¿Podemos hablar?
- ¿Hablar de qué?
- Del chico cuya foto tienes en tu mesilla de noche.


- Lo siento Borja, pero no me siento con… suficientes fuerzas como para hablar de ello. ¿Me disculpas? –le dijo serio.


Y a continuación y sin esperar su respuesta, se fue a su cuarto.
Alberto huía, -pensó Borja, - y más tarde o más temprano tendría que enfrentarse a ello y hablar del tema.


Y como siempre le habían dicho que no era bueno dejar las cosas para luego, aquella misma noche Borja fue al dormitorio de Alberto dispuesto a hablar con él.
- ¿Qué quieres Borja?
- Quiero ayudarte, eso ante todo, así que no huyas como siempre porque es peor.


- Yo te comprendo mejor que nadie ¿sabes? – lo miró fijamente a los ojos, - soy homosexual, así que puedo comprenderte muy bien. ¿Qué pasó con ese chico? Te juro que nada de lo que me digas saldrá de mis labios. Soy una tumba.


- Él y yo… tuvimos una relación desde los dieciséis años.
- ¿Y qué pasó? ¿Te dejó?
Alberto suspiró con dificultad.
- Me dejó para siempre Borja, para… para toda la eternidad. Un día tuvo un accidente con el coche y…


- Lo siento tío, lo siento muchísimo en serio. Yo… siempre que quieras hablar aquí me tienes, para eso o… para lo que sea. Eres muy especial ¿sabes? 


- Gracias Borja, si no he hablado de esto antes ha sido porque… aún no lo he superado, y la verdad es que no creo que lo haga nunca, pero agradezco mucho tus palabras.
Alberto había guardado el recuerdo de Iván con veneración, como quien posee algo sagrado  y lo protege con su vida, pero ahora que Borja le había confesado su condición sexual y que sabía lo que le había sucedido a Iván, sentía que su secreto era menos suyo.


Continuará

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