- Jamás en
toda mi vida imaginé que Eva me haría eso. Ella era mi amiga, bueno, fingió
serlo, claro, y todo para luego tirarme de la barca y así poder hacerse pasar
por mí y quedarse con el dinero de mi abuelo.
Alberto y
Lina habían entrado en la casa y se habían sentado en el salón a charlar, como
en los viejos tiempos.
- Suerte que
desaparecí y la trincaron y acabó en la cárcel, -añadió Lina resentida.
- Y no solo
por lo tuyo, también por lo que intentó hacerme a mí, - le dijo él.
- Es verdad,
tienes razón. ¿Tu tienes sida entonces o no?
- No, pero
porque la chica de hematología a la que le pidió la muestra de sangre
infectada, obviamente no se la dio, era una buena profesional, así que la
engañó dándole una muestra de sangre sana.
- Desgraciada
hija de puta… Lo malo es que ahora que ni tu estas contagiado ni yo me he
muerto, esa capulla puede salir de la cárcel, quien sabe.
- No
deberías amargarte pensando en ella Lina. Yo… supongo que estoy satisfecho de
estar vivo y sano. Con eso… ya me sobra.
- ¿Y dónde
vives ahora Alberto? – le preguntó para tratar de distraerlo; de repente lo
había visto algo triste.
- Comparto
una casita con una chica y un chico, pero no me gusta ni la mitad que ésta, es
mucho más cutre.
- ¿Y por qué
no os mudáis todos aquí conmigo? Yo pienso seguir mis estudios y quiero seguir
viviendo aquí por mi cuenta, como antes.
- ¿No estás
con tu abuelo?
- He estado
un tiempo, pero no nos entendimos mucho que digamos.
- ¿Y eso? –
se extrañó.
- Me compró
trajes caros, me llevaba a comer a restaurantes de cinco tenedores y hasta
quería que me fuera con él una temporada a su casa de la Riviera francesa.
- Pero eso
es genial ¿no?
- No tío, yo
prefiero vivir a mi aire y estar trabajando en mi laboratorio. Soy así, de modo
que no nos entendemos mucho. Que le den al viejo.
Lina se
quedó callada unos momentos mientras seguía mirando a Alberto.
- ¿Y tú cómo
llevas la ausencia de Iván?- le preguntó luego.
El suspiró.
- Como puedo
Lina. Aún no la he superado, bueno, creo que en realidad jamás lo haré. En fin,
le diré a mis compañeros de piso que si se quieren mudar aquí ¿vale?
Y justo al
día siguiente Alberto habló con ellos.
La casa era
más amplia y estaba mejor. Tenía cuatro habitaciones, dos cuartos de baño, y
hasta dos ordenadores buenos, y no aquella reliquia que iba a pedales.
Ellos por
supuesto estuvieron de acuerdo en mudarse. A Borja le encantó saber que había
un esqueleto para poder estudiar anatomía. Y luego también estaba la máquina de
hacer ejercicios de Iván…
Qué duro se
le iba a hacer vivir allí de nuevo, ver abrirse la puerta y saber que jamás
sería él, dormir en el cuarto de al lado y no poder pasarse al de Iván porque
ya no estaría allí para dormir juntos ni hacer el amor.
Los
tres se mudaron a la antigua casa de Alberto. Lina los estaba esperando y él se
los fue presentando.
Ella
los saludó amable y tanto Lina como Atenea dijeron que ya se conocían de vista,
de la facultad. Entonces Lina se la llevó a su cuarto, ya que ambas lo
compartirían.
- ¡Dios!
¡Que habitación! –exclamó Atenea nada más entrar.
- ¿Qué pasa?
¿No te gusta?
- Por favor,
las paredes son rosas y tienen flores… ¿Qué quieres?, ¿Qué sueñe con la casa de
la pradera todas las noches? Voy a acabar teniendo desórdenes mentales tía.
Lina sonrió.
- Anda, no
te quejes y mira mi laboratorio. Genial ¿verdad?
- Eso ya
tiene un pase. Pero el resto es cursi de cojones.
Mientras
tanto en el salón, Alberto le informaba a Borja de que su habitación iba a ser
la primera de la izquierda.
- Ven y te
la enseño si quieres, -le dijo.
- Espera un
momento Alberto. ¿Podemos hablar?
- ¿Hablar de
qué?
- Del chico
cuya foto tienes en tu mesilla de noche.
- Lo
siento Borja, pero no me siento con… suficientes fuerzas como para hablar de
ello. ¿Me disculpas? –le dijo serio.
Y a
continuación y sin esperar su respuesta, se fue a su cuarto.
Alberto
huía, -pensó Borja, - y más tarde o más temprano tendría que enfrentarse a ello
y hablar del tema.
Y como
siempre le habían dicho que no era bueno dejar las cosas para luego, aquella
misma noche Borja fue al dormitorio de Alberto dispuesto a hablar con él.
- ¿Qué
quieres Borja?
- Quiero
ayudarte, eso ante todo, así que no huyas como siempre porque es peor.
- Yo
te comprendo mejor que nadie ¿sabes? – lo miró fijamente a los ojos, - soy
homosexual, así que puedo comprenderte muy bien. ¿Qué pasó con ese chico? Te
juro que nada de lo que me digas saldrá de mis labios. Soy una tumba.
- Él y yo…
tuvimos una relación desde los dieciséis años.
- ¿Y qué pasó?
¿Te dejó?
Alberto
suspiró con dificultad.
- Me dejó
para siempre Borja, para… para toda la eternidad. Un día tuvo un accidente con
el coche y…
- Lo
siento tío, lo siento muchísimo en serio. Yo… siempre que quieras hablar aquí
me tienes, para eso o… para lo que sea. Eres muy especial ¿sabes?
- Gracias
Borja, si no he hablado de esto antes ha sido porque… aún no lo he superado, y la
verdad es que no creo que lo haga nunca, pero agradezco mucho tus palabras.
Alberto
había guardado el recuerdo de Iván con veneración, como quien posee algo
sagrado y lo protege con su vida, pero
ahora que Borja le había confesado su condición sexual y que sabía lo que le
había sucedido a Iván, sentía que su secreto era menos suyo.
Continuará
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