Tras irse Cristina justo
después de morirse su padre, la soledad y la tristeza mas absolutas parecieron
gravitar sobre el.
Se había quedado solo en
aquella casa llena de recuerdos de su progenitor, pensó mirando el sofá en el que tantas veces
se había sentado a ver la tele o la mecedora que tanto había usado.
Miró con añoranza el sitio
donde se sentaban los dos a desayunar todas las mañanas o a comer.
Nadie le prepararía ahora el
desayuno, ni lo esperaría en casa al volver del trabajo, ni tendría a nadie a
quien comentarle las noticias del periódico. Ya no podría consultar sus cosas
con el ni con nadie al volver a casa.
Entonces decidió que, si ya era duro encarar la
vida sin su padre, mas duro lo sería viviendo en una casa que estaba repleta de
recuerdos de el. De modo que tomó la decisión de venderla y mudarse a otro
sitio.
Poco tiempo después se mudaba a un chalet adosado.
No era muy grande en realidad, pero para el solo le bastaba y le sobraba. Un
nuevo cambio de aires le vendría bien.
Roberto abrió la nevera para coger las cosas y
preparar la cena. Había comprado todo lo necesario.
Lo que pasa es que el recordaba continuamente a su
padre haciendo aquello mismo, y el pensar que ya no volvería a verlo de ninguna
manera a no ser que fuera en foto, hacía que muriera un poco.
Y luego tener que comer solo se le hacía muy cuesta
arriba. Sin su padre se sentía perdido. El le dijo que no estaría solo, pero se
había equivocado. Hasta Cristina salió de su casa y de su vida nada mas
enterrar a su padre.
Antes de acostarse la primera
noche, miró las fotos que había traído consigo y había colocado en su cuarto:
la foto de sus padres, un cuadro con fotos de el solo, y otra de ellos dos
juntos en un festival de primavera.
Aquella noche la cama se le
antojó demasiado grande para el solo.
Varios días después, al volver del trabajo, se
dirigía a su casa cuando, antes de subir los escalones del porche, se quedó de
piedra.
- Hola Roberto, - le dijo Inés, - por favor, no
vayas a salir huyendo, no voy a hacerte nada.
Roberto la miró con una
sonrisa de compromiso que en realidad solo era una mueca. Por dentro trataba de
calmar los latidos de su acelerado corazón y tragar el nudo que se le había
hecho en la garganta.
- Esto... hola Inés.
- En primer lugar quería pedirte perdón por el
susto que te hice pasar aquel día en el campo, pero es algo que no pude evitar.
Soy una mujer loba y cuando sale la luna no puedo evitar ni controlar mi
transformación.
- Me parece mentira que me
estés diciendo eso en serio; si no te hubiera visto aquella noche, ahora no te
creería.
- Pero es verdad. Hace años
fui de camping con mi familia y por la noche nos atacó una manada de hombres
lobo. Desde entonces... soy así.
- Bueno, ¿y como me has
encontrado? - quiso saber Roberto.
- Tengo olfato de sabueso,
¿no lo sabías? He seguido tu pista, - sonrió como si aquello fuera lo mas
normal del mundo.
- Bien, ¿no vas a decirme nada Roberto? - preguntó
ella al verlo tan callado.
- ¿Que quieres que te diga Inés? Me diste un susto
de muerte, y tuve pesadillas durante días.
- Pero eso si, no pienso
volver a verte así, me niego a pasar por lo mismo.
Mientras Roberto terminaba de
hablar, una figura conocida se acercaba al solar, justo a la casa adosada que
colindaba con la suya.
Cristina los miró fijamente y logró controlar su
sorpresa al verlos.
Pero Roberto no se controló tanto; se volvió hacia
ella y la miró sorprendido porque jamás se hubiera esperado verla allí. Inés
también se volvió y la miró.
- Así que esa es la chica que
te interesa ¿no? Lo digo por la cara que se te ha quedado, - dijo Inés
pensativa.
- Pues... si, es ella.
- ¿Y no estaba con tu padre?
- Mi padre falleció hace poco
Inés, por eso me mudé.
- Bueno, por lo que veo
deduzco que no hay nada entre ella y tu, lo cual me deja el campo libre.
- ¿El campo libre para qué?
- Roberto, cuando te encontré
aquel día en el campo me gustaste, y entonces decidí que tu serías mío. Las
lobas tenemos que encontrar a nuestro macho, y yo quiero que tu seas el mío,
¿comprendes?
- Eh eh, no tan de prisa
guapa. El hecho de que no esté con ella no significa que vaya a irme contigo
Inés.
- Tu solo eres una chica muy amable que encontré en
el campo y compartimos unas horas, un picnic, unas nubes chamuscadas... pero
nada mas, ¿entiendes?
- Ni siquiera somos amigos, somos conocidos nada
mas.
- Entonces sigues pensando en
esa chica y por eso me rechazas ¿verdad? - la expresión de ella había cambiado
totalmente, tanto, que Roberto comenzó a alarmarse.
- Sigo pensando en ella Inés,
- dijo el con sinceridad, -estoy enamorado, pero ese no es el motivo por el que
te rechazo.
- ¿Y cual es si puede
saberse?
- Tu... no me interesas, no siento nada por ti. Lo
siento.
Entonces Inés lo miró con
gesto hosco y enfadado. El jamás la había visto así.
- Este rechazo tuyo no se me
va a olvidar nunca Roberto, tenlo por seguro. Te prometo que me las pagarás.
Continuará