Atardecía ya cuando Berta subía los escalones de aquella casa. Cuando Abel se encontró de nuevo con Virginia, le contó que ahora ella vivía justo en frente de su casa, de modo que sabía cómo encontrar al novio de su antigua amiga.
Después de
más de veinticuatro horas ausente, ese hombre estaría loco de preocupación
preguntándose dónde estaría ella, y Berta iba dispuesta a informarle.
A poco de
llamar a la puerta, un hombre joven, moreno y atractivo le abrió.
- ¿Quién
coño es usted y qué quiere?, - le espetó enfadado.
Todas las
iras del infierno parecían a punto de desatarse.
- Tranquilo
amigo, me llamo Berta y vengo porque seguramente usted no sabe dónde está su
novia, ¿cierto?
- ¿Usted la
conoce acaso?
- Sí, desde
mucho antes que usted, créame.
- Virginia está ahora mismo con mi novio, juntos y a solas; se fueron ayer, que es el tiempo que usted lleva preguntándose donde mierdas se ha metido, ¿verdad?
A César se
le descompuso el rostro. ¿En serio aquel energúmeno tenía sentimientos? – se
preguntó Berta.
- ¿Virginia
está con su novio?
- Sí. Ayer
me pasé todo el día llamándolo y no me contestó, pero hoy sí me lo ha cogido y
me ha dicho que vio a Virginia en el hospital, que ella había abortado.
- ¿Qué?
- Lo que oye. Mi novio, para alejarla de usted se la ha llevado a una casa que tiene en la playa, para que usted no la encuentre, y a mí me ha dicho que… que tenemos que hablar.
- Hace años, cuando estábamos en el instituto, ella lo rechazó, se rió de él y yo en cambio estuve a su lado. Me costó Dios y ayuda hacer que la olvidara, al menos en parte, y ahora… ahora va a terminar conmigo para irse con ella, - concluyó enfadada.
El rostro
masculino fue llenándose de ira. Era como una bomba a punto de estallar.
- ¡Malditos
hijos de perra…! ¿Dónde dice que están?
Berta le dio
la dirección.
- ¡¡Los mataré!! ¡¡Iré allí y acabaré con los dos!! ¡¡Lo juro!!
- Eh, oiga,
- se alarmó Berta, - ajuste usted cuentas con Virginia, pero a mi novio no le
haga daño. Quiero recuperarlo ¿sabe?
- César le
dirigió una mirada fría y mordaz.
- Su querido
novio es el que se ha llevado a Virginia y se la está follando, él es un cerdo
y ella una puta, así que los dos pagarán las consecuencias de lo que han hecho,
se lo aseguro.
- No, por
favor, a Abel no le haga daño…, - suplicó.
- ¡¡He dicho que iré a por Virginia y eso haré!! Nadie se cruza en mi camino ni me quita lo que es mío.
Abel salió
afuera y se encontró a Virginia frente al caballete y con el pincel en la mano.
- Vaya,
estás pintado otro cuadro ¿no? Qué bien.
- Sí, me
encanta Abel, muchas gracias de nuevo por facilitarme el caballete y todo lo
necesario para poder pintar. Eres un cielo.
- Éste cielo
sí que está bonito. Hace un tiempo genial y tengo ganas de darme un chapuzón.
- ¿Te pasa
algo Abel? Te noto nervioso, - le dijo ella.
Él le cogió
las manos y se las besó.
- Bueno, mi
novia me llamó y… hemos estado hablando, y luego yo he le he dado vueltas al
coco, a toda esta situación, a lo que ha pasado…
Virginia
sintió que de pronto su corazón se aceleraba; ahora que se habían reencontrado,
ahora que lo había descubierto como hombre, como un ser humano maravilloso, no
quería perderlo por nada del mundo. Entonces se dio cuenta de que tenía miedo,
pero uno diferente al que sentía cuando estaba con César y le aterraba pensar
que él iba a agredirla. Éste miedo de ahora era más profundo, diferente, era
miedo a perderlo.
- Y… ¿qué
has pensado? – le preguntó temblándole la voz.
Él la miró
con aquellos verdes ojos suyos tan bonitos, tan limpios y claros.
- Le he
dicho que cuando volvamos hablaré con ella; voy a dejarla Virginia. Voy… a
terminar con ella.
El corazón
de Virginia iba a todo gas.
- ¿Estás
seguro? ¿Lo has pensado bien?
- Cariño,
¿tú estás dispuesta a dejar a tu novio y quedarte a mi lado?
- Sí, es lo
que más deseo Abel, te lo juro.
- ¿Quieres…
compartir tu vida conmigo?
-
Totalmente. Ahora lo que me aterra no es César, sino perderte a ti.
- ¿Lo ves?
Yo tampoco quiero perderte, no quiero separarme de ti por nada ni por nadie.
Siempre he sido tuyo y… hasta mi novia lo sabe.
Los dos, impulsiva y ansiosamente se abrazaron y comenzaron a besarse incansables.
Momentos
después se cambiaron de ropa, se pusieron el bañador, y se metieron en el agua.
- Oh Abel,
no sabes el miedo que he pasado.
- ¿Pero por
qué mi vida?
- Pensando
en que… tal vez te perdería. No quiero separarme de ti nunca. Te quiero.
- Y yo a ti,
te adoro.
Envueltos en un remolino de insaciable deseo, ambos se besaron incansablemente.
Virginia había descubierto lo que era un hombre normal, que no necesita humillar, vejar ni golpear a nadie para sentirse bien, que respeta la libertad de la otra persona, que además es tierno, dulce y cariñoso, amoroso en extremo, y no había podido evitar colarse totalmente.
Incapaces de reprimir el deseo, salieron del agua y ya en el salón, antes de entrar en el dormitorio, comenzaron a besarse.
Gimiendo incontenibles, se prodigaron besos profundos y anhelantes, húmedos y ardientes.
- Dios, qué
bonita eres mi vida… - susurró él cogiéndola en brazos, - y cuánto te quiero.
- Y yo a ti
Abel. Por favor, hazme el amor de nuevo… No puedo vivir sin ti y…
De repente
se oyó el timbre de la puerta.
- Espera
cariño, - le dijo él.
Entonces
rápidamente los dos se vistieron y Abel abrió la puerta.
Sorpresivamente
para ellos, César entró en la casa mirándolos con una expresión condenatoria.
Ambos
supieron que una tormenta terrible se cernía sobre ellos.
Lo sabía. Ya dije en el capítulo anterior que Berta le diría a César donde estaban y así ha sido. Espero que no haya ido armado pero cualquiera sabe lo que va a pasar.
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