Frank se fue y Helen se quedó
sola, completamente.
Allí de pié en el salón,
viendo el sofá en el que se habían acurrucado, las rosas que tanto amaba, el
lugar en el que puso unas copas la noche en que la trajo... cada recuerdo, cada
detalle, hacían que ahora su soledad fuera mas triste e insoportable, mas fría.
Helen cogió un libro de la
estantería e intentó leer para distraerse.
¿Cuanto tiempo retendrían a
Nel? ¿Y si no volvía?
No sería capaz de acostarse
sola en aquella cama en la que ambos se habían entregado y habían hecho el
amor, en aquel lecho en el que se habían confesado su mutuo amor de todas las
maneras posibles. Y a su propia casa no podía volver, y menos después de haber
encontrado allí muerto a David.
Cuando Helen se dio cuenta de que habían
transcurrido veinte minutos y no había pasado de la segunda frase, cerró el
libro de golpe y lo devolvió a la estantería.
Entonces decidió cocinarse
unas tortitas como merienda. La cocina le gustaba mucho, siempre disfrutaba
haciendo cualquier cosa, lo que pasa es que siempre tuvo la sensación de que
David no la apreciaba en su justa medida.
Joder, tenía que dejar de
pensar en David, sobre todo porque cuando lo recordaba se le venía a la mente
la última imagen que conservaba de el.
Entonces de pronto se oyó de
abrirse la puerta.
Casi sin podérselo creer,
Helen apagó el fuego y fue al salón, y entonces lo vio entrando.
- ¡Nel...!
- Helen, mi vida, ya estoy
aquí.
Sin poder reprimir la alegría, ella salió corriendo
y se precipitó en sus brazos. El, eufórico, la cogió por la cintura y,
levantándola en el aire, comenzó a besarla.
Después se abrazaron estrechamente y sus bocas se
fundieron libando la una de la otra. Era tal la alegría que experimentaban de
estar juntos, que no podían dejar de abrazarse, acariciarse y besarse con
intensidad.
- Oh Nel, amor mío, te he
echado tanto de menos... Esto no era lo mismo sin ti...
- Yo... estaba desesperado.
De pensar que... no me hubieran dejado libre y que te podía perder...
- Nunca, jamás mi amor. ¿Y
como es que te han liberado?
- Porque las sospechas han
recaído sobre otra persona.
- ¿De veras? ¿Quien? -
preguntó deseando saber quien demonios podría haber matado a David.
- Frank fue a la comisaría y
contó que esa noche vio a Sarah, tu vecina, salir de tu casa tras una fuerte
discusión.
- ¿Sarah? - se extrañó.
- Mi vida, Sara y tu marido
eran amantes, no lo sabías ¿verdad?
- ¿Yo? - se asombró
realmente, - ¿dices que ellos eran...?
- Amantes desde hace años,
si, y según lo que oyó Frank, al parecer el la había dejado y... ella no lo
soportó.
- Dios mío...
Con razón el siempre o casi
siempre llegaba tarde y le echaba la misma excusa, y es que no estaba
trabajando, sino acostándose con Sarah.
Nelson rodeó su rostro con
ambas manos.
- Eh, no te comas el coco
ahora ¿vale? - le dijo suavemente antes de besar sus labios con dulzura.
- No sabes la alegría que siento de poder estar de
nuevo junto a ti, Helen. Tenía tanto miedo de perderte...
- Nunca Nel, tu eres mi vida ¿sabes? Te quiero.
- Cásate conmigo Helen,
casémonos por favor. Ahora eres libre, como yo, y quiero hacerte feliz. Tenemos
derecho. Por favor mi vida, te quiero tanto... Quiero que seas mi esposa, para
siempre. ¿Aceptas?
- Si Nel, si. Con todo mi
corazón acepto. Ya no concibo la vida sin ti.
Mas felices de lo que eran capaces de expresar,
ambos fueron al sofá y se besaron interminablemente. Se sentían dichosos solo
por el hecho de poder estar juntos y abrazados, acariciándose y haciendo
planes.
Varios días después, Helen
estaba en su despacho cuando llamaron a la puerta.
- Buenos días señora Windsor.
- Buenos días.
- Soy Ted Folder, del
departamento de criminalística de Twinbrook, no se si me recuerda.
- Ah, si, - dijo tras
recordar haberlo visto aquella terrible mañana.
- Me he encargado del caso de
su difunto marido, y he venido a traerle algunos objetos personales de los que
fue despojado para hacerle la autopsia.
- Si, es verdad.
- Ya de paso le informo de
que la señorita Sarah Culligham va a ser condenada por el asesinato de su
marido.
- Vaya, fue ella al final
¿no?
- Si. No se si se lo han
dicho pero su marido tenía una doble vida, y desde hace años mantenía
relaciones con esta chica, Sarah. Era su amante. Al parecer el la dejó aquella
noche y discutieron. Todo se deduce de ahí. Y como el había bebido bastante, no
creo que le costara mucho trabajo, ya me entiende, - dijo refiriéndose a la
forma en que mató a David.
- Ya... - Helen se sentía
abrumada. Le parecía mentira que la chica que conociera antes de la universidad
y que había sido su amiga, acabara siendo amante de su propio marido y al final
hasta se lo cargara.
- Ah, otra cosa, - añadió el,
- hay algo que encontramos en la escena del crimen, en su salón, y que al
principio no entendimos que hacía allí. Ahora, después de saber que fue la
señorita Culligham la que asesinó a su difunto marido, si lo entendemos.
- ¿Y que es? - preguntó sin
saber a que se refería.
Folder metió la mano en su
bolsillo y la extendió.
- Esto, - dijo mostrándole un
pétalo de rosa roja, - parece una tontería, pero las flores son cosa de mujeres
y esto nos confirma la culpabilidad de su vecina.
- Ah... - Helen se había echado a temblar
repentinamente y apenas le salían las palabras, - muchas gracias... por todo,
señor Folder.
- De nada, ha sido un placer, - sonrió el hombre, -
buenos días señora Windsor.
- Y dando media vuelta, el policía salió de su
despacho.
Helen se quedó petrificada
allí, temblando y sintiendo que su cabeza era un caos, pero que de repente todas
las piezas del puzzle encajaban a la perfección.
Aquel pétalo, aquel simple
pétalo de rosa roja acababa de decirle que, el verdadero asesino de David,
había sido Nelson.
Continuará
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