Amanecía sobre la ciudad y
Helen y David aún estaban en la cama.
Llevaban casados apenas tres
meses.
El primero en levantarse siempre solía ser el, ya
que trabajaba en el ayuntamiento y tenía que llegar puntual.
Después se levantaba Helen. Aunque no tuviera un
horario fijo y estricto como David, tampoco podía fallar.
Vivían en una pequeña urbanización. Las casas no
eran muy grandes pero estaban bien y tenían un jardín con una bonita fuente en
medio. Ellos vivían en la casa de la derecha, y la del frente era de su amiga
Sarah, que la conocía desde poco antes de la universidad.
Todas las mañanas acudía a Winsor Gallery, su
galería de arte.
Era una sala no demasiado grande en la que exponía
obras de diferentes autores.
No era nada del otro mundo, pero a ella le hacía
ilusión tener aquel negocio propio, sobre todo porque se movía en el mundo del
arte, cosa que adoraba.
Helen entró en su despacho, que era donde
mayormente pasaba el tiempo.
Sobre todo en aquel rincón donde tenía su caballete
y sus pinturas.
Era ya por la tarde cuando regresó a casa.
David ya debería haber regresado pero al entrar,
Helen comprobó que aún no había vuelto. A menudo se retrasaba a causa del
trabajo o también porque se iba con los compañeros a tomar algo.
Así que sin pensar mas en ello, Helen se puso a
preparar la comida.
Y justo al terminar apareció
el.
- Vaya, hola, - lo saludó
ella con cierto sarcasmo.
- Hola cariño, - dijo yendo a
por su plato.
Los dos comenzaron a comer en
silencio, pero luego Helen tuvo que decirle algo de lo que pensaba.
- Casi siempre llegas tarde
David; si vinieras a tu hora podríamos hacer mas cosas juntos.
- Pero Helen cariño, ya hemos
hablado de esto en numerosas ocasiones. Tu sabes que muchas veces me tengo que
quedar hasta mas tarde, tengo reuniones de trabajo y cosas así. Quiero ascender
¿sabes?
- Claro, tomándote copitas
con los compañeros, - dijo ella con la boca llena.
El se rió.
- Eso también. ¿No sabías que
los mas grandes negocios del mundo se han firmado frente a un par de copas? A
veces hay que alternar.
- Si anda.
- No te enfades cariño, -
añadió el antes de recoger su plato.
A la mañana siguiente, antes de ir a trabajar,
Helen decidió llegarse a la casa de en frente. Hacía unos pocos días se había
mudado un chico y quería darle la bienvenida.
Tras llamar a la puerta salió
un muchacho castaño y de aspecto atractivo.
- Hola, soy Helen, tu vecina
de en frente, y he venido a darte la bienvenida, que se que te acabas de mudar,
- le dijo a modo de saludo.
- Encantado, yo soy Frank,
pasa.
- Bueno, ¿te gusta tu nuevo
hogar? - le preguntó Helen.
- Uy si, muchísimo. Antes
vivía en un cuchitril lleno de cucarachas, así que, comparado con aquello, esto
es el Buckingham Palace.
Los dos rieron.
Por su forma de hablar, Helen se había dado cuenta de que aquel chico
debía de ser gay.
- Soy escritor, pero en los
ratos libres hago unas recetas y unos postres que te cagas, así que ya sabes,
cuando quieras no tienes mas que decírmelo y te prepararé algo suculento.
- Ah, muchas gracias. ¿Y
dices que eres escritor?
- Si, bueno... mas o menos.
He escrito algunos artículos para un periódico y poco mas. Antes emborronaba
cuartillas y cuartillas con mis novelas. Ahora escribo en mi ordenador. A ver
si un día de estos publico algo y consigo...
- El premio Pulitzer, -
añadió ella con una sonrisa.
Aquel tío le caía genial.
- Si guapa, ojala.
Momentos después Helen se
despedía tras contarle algo sobre ella, su vida y su galería de arte.
Aquella noche Frank salió a
tomarse una copa por ahí.
Se sentó junto a la barra y
aguardó a que le sirvieran. Entonces vio a un tipo sentarse a su lado.
Esto le recordó que llevaba muchísimo tiempo sin
mojar, y no podía seguir así. Para eso había salido, para ver si enganchaba con
alguien, y aquel tipo no parecía estar mal del todo. No es que fuera para tirar
cohetes pero para echar un polvo servía.
Disimuladamente volvió la
cabeza y lo miró.
David daba un trago de su
baso.
- Hola. Me llamo Frank, - le dijo. -¿Te apetece que
bailemos esta canción lenta?
Continuará
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