viernes, 25 de septiembre de 2015
jueves, 24 de septiembre de 2015
Capítulo 3
Helen decidió seguir el
consejo de David, así que se llegó a casa de su amiga Sarah.
- Hola Sarah.
- ¿Que tal Helen?
- Es que he venido para proponerte que quedemos
esta noche. Como es viernes pensé que estarías libre.
- A ver, déjame pensar...
- Chica, vaya vida social mas
intensa, - rió Helen, - ¿también tienes una agenda?
- Déjate de rollos anda. ¿Y donde iríamos?
- A una bolera nueva que han
inaugurado. Anda, anímate.
- Bueno, vale.
- Bien. ¿A que hora salimos
de aquí?
- Tengo que hacer algunas
cosas antes, así que espérame allí a las... ¿diez y media está bien?
Helen estuvo de acuerdo.
Aquella noche en la bolera,
Helen fue la primera en llegar, así que decidió tomar algo mientras la
esperaba. Se sentó junto a la barra y pidió una bebida.
Se sentía algo rara allí sola
sin David; después de salir durante cinco años solamente con el, le resultaba
extraño quedar con otra persona, aunque esta fuera su amiga y vecina Sarah.
Mientras tomaba y paladeaba
su bebida a suaves sorbos, vio por el rabillo del ojo que un hombre se sentaba
en el asiento que había junto al suyo.
Le llegó su olor, su perfume
discreto y masculino, que hizo que abriera sus fosas nasales para poder
aspirarlo mejor y llenarse de el.
¿Pero era idiota o qué?
Tratando de mantener la compostura y que no le
temblara la mano con la bebida, Helen notó que el volvía la cabeza y la miraba.
No vuelvas la cabeza Helen, - se dijo a sí misma, - todavía no. Mantente firme.
Para entretenerse y vencer la tentación, siguió
bebiendo de su baso, pero aquella mirada constante parecía tirar de ella, no
podía evitarlo.
Así que, cuando acabo su
copa, ya no tuvo mas excusas y volvió la cabeza; que demonios, si ese hombre la
miraba, ella también, ¿por qué no?
Fue un momento, pero sin saber
por qué, su corazón comenzó a latirle mas acelerado.
En su interior se encendió un piloto rojo
advirtiendo peligro, así que se levantó para alejarse, pero el también se puso
de pié.
- Hola, - la saludó el con su voz varonil, - ¿estás
esperando a alguien?
- Lo siento pero no suelo
hablar con desconocidos. Además, soy una mujer casada. No he venido aquí a
ligar ni nada por el estilo, - le espetó Helen.
Pero después de su digno discurso, sus ojos, su
mirada la traicionaron, porque se quedó mirando fijamente al hombre con cara de
boba.
Claro que el no se quedó atrás y también la miró
con aquellos ojos azules y enigmáticos que tenía. ¿Por qué miraría de aquella
forma?
Nerviosa y con las piernas empezando a temblarle,
se alejó hasta la puerta para esperar allí a Sarah, pero Helen era consciente
de la profunda mirada de aquel hombre. Al rato, harta ya de esperar e inquieta
por sentirse observada, se fue a casa. Sarah la había dejado plantada.
A la mañana siguiente Helen se llegó a casa de
Sarah para preguntarle por qué no se presentó en la bolera tal y como habían
quedado.
Llamó a la puerta, esperó pero nada, no estaba.
Ya volvía a casa cuando de
repente oyó a Frank, su vecino, llamándola. El estaba en el jardín, cuidando
las rosas y las demás flores.
- Hola Frank, - lo saludó, -
eres un manitas ¿eh? ¿también se te dan las plantas?
- Pues si, soy muy útil ¿no lo sabías? Anda, dame
un abrazo guapa. ¿Vienes a casa y charlamos?
Helen se fue con el a su casa
y ambos se sentaron en el sofá del salón.
- He visto que venías de casa
de nuestra vecina ¿no? - le preguntó el.
- Si, pero no está. ¿Ya la
has conocido, Frank?
- Si, de paso, pero no es ni
remotamente tan simpática como tu, - sonrió.
- Eres un adulador, pero me
viene muy bien después del plantón de anoche.
- ¿Y que te pasó?
- Bueno, David, mi marido, no
pudo salir conmigo, así que quedé con Sarah en la bolera nueva.
- Ah si, está estupenda.
- Pues Sara no vino.
- ¿Y ya está? ¿fin del
episodio? Porque con lo buena que estás seguro que ligarías ¿no?
- Oye, ¿tu no eras gay? O me
lo ha parecido a mi.
- Si guapa, soy gay, pero no
soy ciego, y tu estás un rato buena, te lo digo yo.
Helen rió de buena gana.
Aquel chico le hacía olvidar los malos momentos. Ojala hubiera quedado con el
la noche anterior; no se habría quedado plantada, eso seguro.
- Bueno, el caso es que
estaba esperando a mi amiga cuando un tío se sentó en el taburete de al lado, -
comenzó a relatar Helen.
- ¡Ajajá! Ya decía yo. Si me
metiera a pitoniso tendría un futuro prometedor. ¿Y que pasó?
- ¿Y que querías que pasara?
El me preguntó si estaba esperando a alguien, pero yo le dije que soy una mujer
casada y que no suelo charlar con desconocidos.
- Si, vamos, que le soltaste
todo ese rollo.
- No es un rollo Frank, tengo
a mi marido y le soy fiel. ¿Es que tu no crees en la fidelidad?
- Pues... depende.
Si la fidelidad es a ese
marido que tu tienes, pues sinceramente no, - le dieron ganas de añadir a
Frank, pero no lo dijo.
- Bueno, pero entonces el tío
ese qué, ¿estaba bien o no?, - continuó Frank para olvidar lo que pensaba del
marido de Helen.
Ella suspiró y bajó la
cabeza.
- Eso es lo malo.
- Que estaba muy bueno, a que
si.
- Pues... pues si, - confesó
muy a su pesar. - Nos miramos y... oh Dios, como olía de bien por favor.
- ¿Y te fijas en eso? Yo le
habría mirado el culo, y el paquete de paso también.
Helen rió.
- Eres tremendo Frank. Solo
nos miramos a los ojos y aún me siento culpable.
- Ya, porque por primera vez
te gustó otro hombre mas que...
- No lo digas, - lo
interrumpió antes de que concluyera la frase.
Momentos después Helen se
despedía de su vecino y volvía a casa.
Y por si no había tenido
suficiente con el recuerdo de aquellos ojos azules de mirada penetrante y la
charla con Frank, el lunes, poco después de abrir su galería de arte, vio de
nuevo a aquel mismo hombre, frente al cuadro de las rosas. Su corazón sin
querer, volvió a alterarse.
¿Que demonios hacía allí?
Continuará
sábado, 19 de septiembre de 2015
Capítulo 2
Mortalmente serio, David se
levantó de su asiento con la copa en la mano.
- Eh, no me has contestado
pero por la prisa que te has dado en levantarte juraría que te apetece echar...
un rato, - le dijo Frank yendo tras el.
- No se de que demonios me estás hablando, -
contestó David con mala cara.
- Pues de que va a ser tío,
bailar unos lentos, terminarnos estas copas y luego irnos a mi casa a echar un
polvo. Prometo hacértelo pasar de muerte.
- No me prometas nada, no me
interesa, - repuso David con cara de asco.
- ¿Pero por qué? - insistió
Frank.
- ¿De verdad piensas que me
va tu rollo?
- ¿Que voy a meterme en la cama con otro tío? -
siguió diciendo David.
- Pues te lo pasarías de puta madre, - dijo Frank
antes de beber de su baso, - ¿sabes que el punto G masculino lo tenemos dentro
del culo? Me temo que con tu actitud vas a quedarte sin disfrutarlo.
- ¡Me importa una mierda todo lo que me estás
contando! - vociferó David cabreado, - ¡eres un maricón asqueroso, así que
lárgate!
- No deberías usar mi
condición sexual para insultarme ¿sabes? - le dijo Frank ya serio.
- Anda y vete a tomar por
culo que seguro que te gusta, pedazo de maricón. ¡Quítate de mi vista!
- Frank, sin mediar mas palabra dio la media vuelta
y se marchó de allí.
Pero a la mañana siguiente, tras levantarse y mirar
por la ventana, resulta que vio salir a David de la casa de en frente para irse
a trabajar.
- Así que el tío borde y estúpido de anoche es nada
menos que el marido de la vecina, - pensó para si mismo, - con lo simpática que
es ella y lo bien que me cayó, y resulta que el marido es un homófobo de
mierda.
Aquella tarde David tardaba en regresar, así que
mientras tanto Helen pensó en hacerle una visita a su amiga Sarah.
Llegó a su puerta y llamó al timbre. Esperó y
esperó pero nada, estaba claro que ella no estaba.
Así que regresó a casa pensativa; hacía muy poco
que se había casado con David, pero siempre o casi siempre le tocaba estar sola
y esperarlo. El ya le había dicho que tenía reuniones y demás, e incluso que
debía alternar con los compañeros, pero a Helen no podía dejar de fastidiarle
aquella espera, aquella soledad.
Una hora después David volvió
y Helen se dirigió a el.
- Vaya, por fin vuelves.
- Hola. Lo siento cariño, lo siento de veras, pero
es que...
- Siempre estás con lo mismo, David, y siempre me
toca estar esperándote.
- Estoy cansada de estar sola ¿sabes? Casi siempre
llegas tarde y no hacemos nada, ni vamos a ningún sitio, - se quejó ella.
- Pero es que el jefe se presentó e insistió en que
analizáramos unos asuntos en su despacho, así que no tuve mas remedio que
quedarme. ¿Que querías que hiciera?
- Mira, vamos a hacer una cosa, - añadió el, -
mañana volveré lo mas pronto posible y nos iremos por ahí a cenar ¿de acuerdo?
Te compensaré.
Y efectivamente a la noche
siguiente ambos fueron al bistro a cenar a la luz de las velas.
- ¿No te parece romántico
todo esto Helen?
Ella lo miró sin terminarse
de creer que hablara en serio.
- Lo que no me parece
romántico es que yo haya pedido una langosta y tu filete con queso.
- Que quieres, me gusta.
- Si anda, pero rompes la
estética.
- Tu y tu estética.
- No se habla con la boca
llena, David.
- Ahora pareces mi madre, -
rió el a su pesar.
- Pero hablando en serio
cariño, - añadió mirándola, - ¿he cumplido lo que dije o no?
- Bueno, si el concepto de
una velada romántica que tu tienes es venir aquí a comer filete con queso... la
cosa deja mucho que desear, esa es la verdad.
- Te recuerdo que la noche
todavía no ha terminado, - añadió el con voz insinuante.
- ¿Te lo has pasado bien? -
le preguntó David mas tarde tras volver de cenar y tomar unas copas.
- Si, no ha estado mal.
Por lo menos no me he quedado
sola en casa, - le dieron ganas de añadir, pero no quería estropear la cosa
poniéndose irónica.
- Voy a cambiarme, - dijo
ella.
- Eh, espera, ahora nos
cambiamos... - y David la abrazó contra sí, - sabes que eres lo mas bonito que
tengo ¿verdad?
- Oh, cariño... - Helen no
pudo evitar que aquellas palabras y el tono apasionado con que las dijo la
enternecieran.
Entonces sus bocas se unieron
profundamente.
Sus cuerpos, sus sentidos
habían despertado totalmente y ansiaban mas.
Así que momentos después ambos se abrazaban y se
besaban incansables como preludio de la entrega que vendría luego.
A la mañana siguiente Helen
se levantó primero. Salía del baño cuando vio a David salir del dormitorio.
- Buenos días Helen, ¿que tal
has dormido?
- Muy bien. ¿Sabes? he estado pensando, y esta
noche podríamos hacer algo diferente. Hay una...
- Esta noche me temo que
imposible, - la expresión de el cambió, - creo que tendremos que dejarlo para
otra ocasión.
- Pero es que hoy es viernes
David, y yo había pensado en que...
- ¿Y por qué no quedas con
tus amigas? - le propuso el de pronto, - una noche de chicas, ¿no las llamáis
así? Podríais divertiros yéndoos por ahí. Anda, anímate.
Continuará
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