domingo, 2 de agosto de 2015

Capítulo 17

Roberto entró en casa y comenzó a pasear arriba y abajo; mas que pensar en la amenaza de Inés que había quedado flotando en el aire, el solo pensaba en que había vuelto a ver a Cristina fuera del trabajo, que estaba allí al lado, y al parecer viviendo nada mas y nada menos que en el chalet que colindaba con el suyo.


Se detuvo un momento en medio del salón y contempló la mecedora de su padre; el le había dicho que no estaría solo, incluso le pidió que hiciera realidad aquel sueño loco, que no era otro que el suyo propio.


Y ahora resultaba que ella vivía en la casa de al lado.
Cristina se mudó, se fue tras la muerte de su padre, y el, sin tener ni idea de a donde se había ido a vivir ella, se mudó allí, a aquel chalet adosado. Pensaba que allí debía vivir alguien, pero jamás imaginó que sería ella. ¿Casualidad tal vez? El no creía en las casualidades.

Ahora la tenía allí, junto a aquellas paredes, y los nervios no le dejaban pensar con claridad: ¿que haría?


Roberto no tuvo que pensar mucho en aquello. A lo que si debió darle mas importancia es a la amenaza de Inés, ya que varios días después, al volver a casa, vio a Cristina junto a la entrada de su casa, acorralada por varios licántropos, entre ellos, Inés.


Cristina estaba muy asustada mientras ellos la rodeaban y la amenazaban.


- Maldita seas... - decía Inés con su dulce rostro transformado en una auténtica fiera vengativa, - no vas a quitarme a mi hombre ¿entiendes? Así que te vendrás con nosotros y acabaremos contigo. De esa forma Roberto será mío para siempre.


- Por favor, dejadme, no se de que me hablas, - se quejaba ella asustada recordando el relato de Roberto aquella noche.


- ¡Vamos! ¡Acabemos con esta puta de una vez! - chilló Inés con una voz extraña y salvaje.
El terror se dibujó en los ojos de Cristina. ¿Que podía hacer?


Pero cuando todos se regodeaban con lo que le harían aquella noche antes de acabar definitivamente con ella, Roberto llegó.


- ¿Me puedes decir que demonios estáis haciendo tu y tu manada de lobos salvajes? - Roberto se encaró con Inés.
- Ni ella ni nadie va a impedirme que yo tenga a mi hombre, así que la mataremos y tu serás mío.


- ¿Pero de que hablas ilusa? Cristina es mi novia ¿entiendes? Y aunque no lo fuera yo jamás me iría contigo. No me interesas.
- Pero tu dijiste que no estabas con ella.
- Ya, pero ahora si.


- Así que largaos ahora mismo de aquí, y como Cristina o yo os volvamos a ver, seré yo el que acabe con vosotros, ¿me has entendido, o no me he expresado con suficiente claridad?
- Maldita sea...
- ¡Fuera! - gritó categórico.


Roberto y Cristina vieron desfilar a los licántropos y desaparecer en la noche.


Entonces, al quedar por fin libres de su presencia, los nervios de Cristina se desplomaron. Había pasado tanto miedo... que aún estaba aterrada y nerviosa por todo lo ocurrido.


Pero entonces Roberto acudió a su lado y la abrazó estrechándola contra si.
- Eh, tranquila Cris, - le habló en voz baja y suave para que se tranquilizara, - ya se han ido y no volverán. Todo ha pasado.
Ella gimió y se aferró a el por unos momentos.


Segundos después entraban en casa de ella. Ambos se miraron.
- ¿Estás ya mas tranquila? - le preguntó el.
Ella suspiró.
- Si, ya estoy mejor.


Entonces los dos se volvieron a abrazar fuertemente.
- Oh Roberto, he pasado tanto miedo... Ellos me estaban esperando, me acorralaron, me amenazaron y querían matarme...


- Ella me siguió hasta esta nueva dirección y te vio. A lo mejor pensaba que quitándote del medio yo me iría con ella.
- ¿No... tienes nada con esa chica o... lo que sea? - preguntó Cristina tímidamente.
- No Cristina, no me interesa en absoluto. Perdona por haberles dicho que tu eras mi novia.


- Ah, no tiene importancia. Con tal de que nos los quitáramos de encima no me habría importado que les dijeras lo que fuera.


Ambos se miraron durante unos interminables momentos; ella mantenía su mano en el hombro de Roberto, el acariciaba su cintura, su cadera.


Sus miradas hipnóticas estaban encadenadas la una a la otra, como si una corriente eléctrica vibrara entre ambos. Entonces, tal como pensó después de enterrar a su padre, Roberto decidió dar el paso y declararle su amor, estrecharla entre sus brazos y besarla hasta robarle el juicio, hasta que enloquecieran juntos, hasta que le confesara que también lo amaba, que era completamente suya.


Pero entonces, justo cuando iba a abrir la boca y empezar a decirle todo lo que sentía, la puerta se abrió de golpe y apareció un chico moreno con cara de preocupación.
- Cristina, cariño, ¿estás bien? Estaba buscando aparcamiento cuando he visto a esos asquerosos licántropos en tu puerta.


- Ah Lucas, si, estoy bien, gracias, pero he pasado unos momentos terribles.
- Vaya, lo siento mi vida.


- Anda ven aquí, - dijo el tal Lucas abrazándola ante las mismas narices de Roberto.


Mientras Cristina y el recién llegado comenzaban a hablar de lo ocurrido, Roberto por su parte sentía que todo se le desmoronaba, que los planes que tenía en mente justo antes de aparecer aquel individuo, habían fracasado sin ni siquiera tener la oportunidad de llevarlos a cabo.


¿Que pintaba el allí?
Aquel tipo llamaba cariño y mi vida a Cristina, así que lo mas seguro era que tuviera una relación con el, de modo que lo mejor que podía hacer era ahuecar el ala y dejarlos solitos.
- Bueno... yo me voy, - murmuró cortado, - buenas noches Cristina.


Y dando media vuelta decidido, se encaminó a la puerta.

Mientras salía, triste y apesadumbrado, Roberto recordó una frase que ella le dijo aquella noche cuando volvió apresuradamente y asustado del campo. Cristina le dijo que siempre estaría allí para el, pero todo fue una mentira, porque ni estaba en su casa con el, ni en su vida tampoco. Todo había sido una farsa, y ella ya había encontrado otro amor.


Continuará



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