- La niña
será mejor que se venga conmigo, - decía Cecilia en aquellos momentos.
- Maldita
sea, ¿ya estás disponiéndolo tu todo como siempre?
- La
custodia siempre es para las madres, que somos las que más nos encargamos de
los hijos.
- Primero
vamos a preguntarle a Lidia, ¿no te parece? Aunque sea pequeña opinará algo, y
ten por seguro que si al final decide venirse conmigo la atenderé igual de bien
que tú y no le faltará nada, - la miró enfadado.
-Pero…
Guillermo
rabioso se echó a llorar.
- Siempre tienes
que manejarlo tu todo joder, me has anulado desde el primer día Cecilia, - se
lamentó.
Ella lo miró
unos momentos en silencio, impresionada por sus palabras.
- Está bien,
- concedió, - se hará como tú dices, le preguntaremos a la niña y ella decidirá.
Y la niña
decidió irse con su padre.
Algunos
meses después Guillermo se encontraba ya en una casa que había alquilado para
su hija y para él.
Y estaba siendo muy duro romper con la persona a la que había amado durante años, dejarla ir, terminar con el hogar que ambos habían construido.
Cuando Guillermo volvía del trabajo a casa se quedaba triste y pensativo muchas veces, sobre todo cuando estaba solo o Lidia se había acostado ya.
Sus amigos y compañeros de trabajo le decían que rehiciera su vida con otra persona; sabía que era joven y podría hacerlo, pero para él aún era muy pronto y se sentía derrotado, no podía…
La única alegría de su vida era su niña. Ella iluminaba su decadente vida.
Solo por tenerla junto a él, abrazándolo tantas veces y sintiendo su cariño merecía la pena seguir adelante.
Pero cada
día se le hacía más cuesta arriba.
Guillermo
estaba cada vez más amargado, se abandonó personalmente, no cuidaba su aspecto,
y a su hija mayormente la vestía de chico en muchas ocasiones.
Y luego empezó a beber más de la cuenta; no es que se hubiera convertido en un alcohólico, pero ahora cuando volvía a casa bebía mientras miraba la televisión y muchas veces las botellas se acumulaban en el salón.
Lidia se daba cuenta de todo, no era tonta, e incluso le daba consejos a su padre, pero lo que no había dejado es de quererlo, más aún si cabía.
Cuando ambos se sentaban en el sofá y su progenitor la abrazaba y la trataba con tanto mimo, dulzura y cariño, todas las preocupaciones parecían desaparecer.
En ese momento todo estaba bien. El la miraba con sus ojos azules y ella se sentía protegida, a salvo, en paz…
- Te quiero
mucho papá, - le decía ella una y otra vez con su vocecita de niña.
- Y yo
también mi vida, no lo olvides nunca ¿vale?
Esos eran
los mejores momentos en la vida de ambos.
Pero luego llegaban los fines de semana alternos, esos en los que Lidia se tenía que ir a ver a su madre, y entonces Guillermo lo llevaba fatal, se sentía perdido y amargado sin su niña.
Lidia iba a ver a su mamá, era lógico y la quería, no podía negarlo, pero ella cuando le preguntaba por su padre disimulaba todo lo que podía y le decía que en casa todo iba genial.
Luego en seguida cambiaba de tema y le hablaba del colegio, de sus estudios y de los trabajos que le mandaban hacer.
La vuelta a casa con su papá era lo mejor. Entonces la luz del sol parecía volver a iluminar las oscuridades de la vida de Guillermo.
De noche
muchas veces le contaba un cuento y luego la arropaba con ternura.
El
beso de buenas noches diario, ese beso en la dulce carita de una criatura que
había preferido quedarse con él, que lo quería y se lo demostraba con creces,
no tenía precio.
Pero
luego volvía a darse cuenta de su triste realidad. Cecilia lo había abandonado,
y aunque durante mucho tiempo pensó que tal vez ella lo echaría de menos y
volvería, no había sido así.
Para
ella su vida continuaba, y según contaba Lidia, estaba muy bien, feliz. El en
cambio no superaba aquella separación.
Y
cuando la niña dormía y él se encontraba solo, dejaba de disimular, se venía
abajo e incluso lloraba muchas veces a solas.
Y en
multitud de ocasiones la tristeza se juntaba con el cansancio y con lo que
había bebido, y acababa quedándose dormido en el sofá.
Ya
nadie lo estaba esperando en la cama, y lo que le dijera Cecilia sobre sus
momentos íntimos lo había hundido y destrozado por dentro. Había matado su
autoestima.
Continuará