domingo, 27 de septiembre de 2020

Capítulo 1

 Capítulo 1

Faltaba poquísimo para que terminara el curso en el instituto de Brindleton Bay. Todos los días había exámenes y era hora de estar a tope con los estudios, ya que tras aquel curso se irían a la universidad y era imprescindible tener buenas notas para poder conseguir becas o ayudas y poder estudiar la carrera soñada. El futuro de cada uno estaba en juego, y eso Abel lo sabía, pero también sabía que todos se separarían y tirarían por su lado, y ese tema lo ponía malo.

Debía de estar atendiendo a los estudios, pero imposible hacerlo, y no era el único.

Delante de Abel estaba ella, Virginia, una princesa rubia y de ojos grises, un sueño hecho realidad y el motivo de que no prestara a los estudios toda la atención que debía.


Y el hecho de saber que se le acababa el tiempo, que ella se iría a su universidad y la perdería de vista, lo torturaba.

Llevaba todo el curso anterior y este mirándola, haciéndose el encontradizo, suspirando por ella, haciéndole favores en clase o fuera de ella, mirándola con cara de cordero degollado, pero en vano, no había nada que hacer. Para Virginia era como si él fuera el perchero de la entrada, porque estaba claro que a la pizarra la miraba más que a él.


Tratando de hacer a un lado sus melancólicos pensamientos, Abel se enfrascó de lleno en su tarea. Sabía que era bueno para los estudios, y estaba dispuesto a labrarse bien su porvenir. Su sueño era que Virginia formara parte de su vida futura, pero eso era otra historia y no dependía de él.


Como casi siempre, Abel terminó un poco antes que ella. Pasó por su lado aspirando su perfume y lamentándose por ser invisible a pesar de su gordura. Maldita suerte la suya…

Momentos después se levantaron tanto ella como sus amigas Berta y Sofía. Al comenzar a comentar cómo había hecho el examen cada una, fueron reprendidas por la profesora, la cual les dijo que, si habían terminado ya, se podían ir y dejar a los demás concluir su examen en silencio.


Abel las vio de ir a las tres juntas, charlando y riéndose despreocupadas, ignorándolo como siempre. Sofía, la pelirroja, era tan vivaz y risueña como Virginia, y Berta Shao Lee era algo diferente. Era japonesa y había sido adoptada de pequeña por una familia de Brindleton Bay.


- ¿Qué pasa hermanito? – dijo de pronto su hermana Gabriela acercándose a él y dándole un abrazo, - ¿todavía estás en babia o qué?

- Déjame y no te metas conmigo anda, que sabes que llevo muy mal el fin de curso.

- ¿Todavía estás enchochado con esa rubia?

- Sabes que sí Gabriela.

- Pues pierdes el tiempo. Ella es la típica chica popular, guapa y con dinero. Siento decirlo así de crudamente, pero creo que no tienes nada que hacer.


Abel, incómodo, se puso a mirar su móvil, a ver si su hermana captaba el mensaje y dejaba de una vez el temita.

- ¿Le has dado tu móvil, Abel?, - le preguntó Gabriela.


- Por supuesto, - le contestó serio, - y lo he hecho por compañerismo, porque si necesita ayuda se la voy a dar. La quiero ¿sabes? No… no puedo evitarlo.


La hermana de Abel inclinó la cabeza a la vez que suspiraba. Odiaba la idea de que aquella chica u otra cualquiera, quien fuera, le hiciera daño a su hermano. Él era un chico noble y bueno, generoso hasta límites insospechados, y mucho se temía que aquella rubia tonta no supiera jamás darse cuenta de ello.


- Bueno, ¿y te has declarado alguna vez? – le preguntó ella.

- ¿Estás loca? Cuando hemos hablado ha sido solo cosas de clase, nada más.


- Pues entonces ella no tiene ni idea de lo que sientes Abel. Lánzate hombre, díselo y asume las consecuencias. El no ya lo tienes. Quién sabe lo que puede suceder.


- ¿En serio estás aconsejándome… que me declare a ella?

- Sí, y más ahora que se va a terminar el curso. Es mejor que te arrepientas de haber hecho una cosa que de no haberlo intentado siquiera. Anda anímate.

- Bueno… ya veré. Vámonos a casa anda.


Cuando llegaron a casa almorzaron con sus padres, y de postre hubo macedonia de frutas. A Gabriela le encantaba y se sirvió un buen cuenco.


- ¿Qué tal habéis hecho los exámenes de hoy?, - quiso saber Tomás, el padre.

- Yo creo que bien papá, - contestó Abel.

- Lo cual ya es un triunfo, dado que está en las nubes por culpa de esa rubia, - dijo Gabriela riéndose.


- ¿Te quieres callar hermanita?, - le dijo él cortado.

- Vamos hijo, - sonrió su padre, - que yo también he tenido tu edad y he mirado a las niñas.


- Pero luego en seguida me vio a mí y ya no miró a nadie más, ¿verdad cariño?, -sonrió Emma, la madre.

- Por supuesto, hasta el día de hoy, - contestó él.


En cuanto terminaron el postre, Tomás se levantó con los platos.

- Pero si los iba a lavar yo, - dijo la madre.

- Tranquila mi amor, yo lo haré. ¿Ves cómo te quiero?


- Ya lo sé, - Emma se abrazó fuertemente a él, - encontrarte a ti es lo mejor que me ha pasado ¿sabes?

- Sí, a mí también, - susurró él.

- ¿Sabéis que sois ñoños e inaguantables hasta decir basta? – dijo Gabriela sonriendo.

- Anda, calla y muérete de envidia, - le contestó Abel, - como yo…


Entonces los dos hermanos, como en tantas otras ocasiones, los vieron darse un cariñoso y amoroso beso.

- Como sigáis así voy a echar la pota ¿eh?, - rió Gabriela.


- Será mejor que lo dejemos cariño, - le dijo Tomás, - estamos escandalizando a los niños.

- Me da igual; ya no son tan niños ¿sabes? Te quiero, ya te pillaré…

Ambos rieron.


Al día siguiente Abel se llegó a la galería de arte. Exponían cuadros y sabía que a Virginia le encantaba el arte, de hecho, esa era la carrera que quería hacer, de modo que con la esperanza de verla y poner en práctica lo que le dijera su hermana, se llegó allí, y no se equivocó.


Virginia y sus amigas se pusieron a mirar los diferentes cuadros que se exponían. Mientras Abel trataba de calmar su desbocado corazón, pensaba si debía hablarle a ella de sus sentimientos y sobre todo si tendría el suficiente valor para hacerlo.


Manteniéndose a cierta distancia, él la observó mirar los cuadros; si lo había visto no había dado señales de ello. Era como si él formara parte de la decoración de la galería. Que lástima no poder ser uno de aquellos tontos cuadros que a ella tanto le gustaba admirar.


Echándole un valor que nunca supo de dónde sacó, se acercó a ella.

- Hola Virginia, - la saludó, - bonito cuadro ¿verdad?

- Hola. No sabía que te gustara el arte.

- Uy si claro. Los que no somos capaces de pintar nada semejante, admiramos mucho más a los que lo hacen.

- Es verdad. A mí me encanta.


- Esto… Virginia, ¿podría hablar contigo un momento? – le dijo sintiendo cómo el corazón se le quería salir por la boca.

- Sí claro,  ¿pasa algo?

- Pues…



 Continuará

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