miércoles, 30 de septiembre de 2020
martes, 29 de septiembre de 2020
Capítulo 2
- Pues… verás Virginia, creo que no te has dado cuenta pero… me fijé en ti apenas te conocí. Desde entonces he notado… que me ibas gustando más y más cada día, y ahora ya no puedo ignorar ni ocultar mis sentimientos. Yo… esto… yo te quiero Virginia.
- Esto es
una broma ¿no Abel?
- No, te
juro que es cierto. No sé cómo no te has dado cuenta…
Algo en su
interior le dijo que ella no se había dado cuenta de nada porque sencillamente
para Virginia, él no existía, así de simple.
- No me lo puedo creer Abel, - dijo ella seria mirándolo, - ¿he hecho yo algo que diera pie a que pensaras que tú me interesabas de algún modo?
Abel vio que
Sofía y Berta se habían vuelto hacia ellos, estaban escuchando la conversación,
cotilleando y riéndose, con lo cual él se sintió más avergonzado, pero ya no
había remedio; había empezado aquella maldita declaración y la tenía que
terminar.
- No, claro
que no, pero los sentimientos no se pueden evitar Virginia.
- ¿Tengo yo
la culpa de que tú sueñes con la luna y pretendas demasiado?
- No entiendo. ¿Por qué dices eso?
- Abel, vivo en una mansión, mis padres tienen muchísimo dinero y somos gente influyente. ¿Crees que me haría novia de un gordo cuatro ojos como tú?
A todo esto
Sofía reía incontenible.
- Mira
Berta, Virginia lo está poniendo en su sitio. Esa no se anda con chiquitas ni
se va por las ramas.
- Está
ofendiéndolo, - contestó Berta con cara apenada, - me parece triste y
lamentable.
- Anda ya…
- Pues ya sabes Abel, antes de fijarte en alguien, cerciórate de que esa persona es de tu clase social y está interesada en ti, aunque con tu aspecto lo dudo mucho, la verdad.
A Abel no le salieron las palabras. Se quedó allí quieto viendo como Virginia se acercaba a sus amigas.
- ¿Os podéis
creer que el cuatro ojos de Abel no ha tenido otra ocurrencia que declarárseme?
Con lo gordo que está y lo feo que es. ¿Dónde iba a ir yo con ese tío? Y cuando
mi madre mirara la cuenta bancaria de su familia, se caería para atrás, - rió.
- No hacía
falta que le ofendieras Virginia, - le dijo Berta.
- Anda ya,
¿pero yo me he insinuado acaso? Si no lo he mirado a la cara nunca.
- Ni falta
que te hace, - replicó Sofía, - es feísimo tía.
Con infinita tristeza, Abel las siguió escuchando hablar, metiéndose con él, ofendiéndolo, ridiculizándolo.
Cuando Gabriela le dijo que se declarara, ya sabía que ella lo iba a rechazar, que era inevitable.
Tal vez su hermana se lo dijo para que de una puñetera vez se convenciera de que aquellos sueños suyos no tenían futuro.
Cabizbajo dio media vuelta y abandonó la galería. Ella seguía allí, charlando y riéndose con sus amigas. Era guapa, rica y tenía un gran futuro por delante. No le hacía ninguna falta un chico gordito, con gafas y de clase media, aunque éste la adorara.
¿Qué más daba? No tenía más remedio que tirar para adelante y sobre todo olvidarla, eso por supuesto. Ahora se abría una nueva etapa en su vida, iría a la universidad, estudiaría abogacía, que era lo que le gustaba, y Virginia San Juan no estaría en su vida, no formaría parte de ella. Punto.
Cuando llegó
a casa, nada lo preparó para lo que le esperaba. Su madre y su hermana,
llorosas, se le acercaron corriendo.
- Abel,
cariño, menos mal que has venido, - le dijo Emma.
- ¿Qué pasa
mamá?, - preguntó alarmándose.
- Tu padre
se indispuso, comenzó a aturdirse, a marearse, a sudar. Podría haber sido
cualquier cosa, pero luego dijo que sentía dolor y opresión en el pecho, en los
brazos, y eso…
- ¿Un
infarto?
- Yo creo
que sí. He llamado a urgencias y están por llegar. Oh, Dios mío, Tomás…
- Tranquila
mamá, papá se recuperará, no te preocupes, - trató de tranquilizarla.
Abel subió corriendo las escaleras y entró en el cuarto de sus padres. Su progenitor estaba allí, tendido, sin darse cuenta de nada. Era tan bueno… un padre tan magnífico… Él no podía faltarle, tenía que ponerse bien por Dios…
Sin darse cuenta, sin apenas saber lo que hacía, Abel se puso a rezar lo que sabía. Sus palabras salían atropelladas, angustiosas. Luego, en seguida llegaron los sanitarios y lo atendieron, pero por mucho que lo intentaron, no pudieron hacer nada, ya era demasiado tarde. Tomás, su padre, se había ido para siempre.