-
Hola Iván, ¿Qué tal? – le dijo sonriendo con cara de pava.
-Ah,
hola Eva, ¿ya has salido de clase?
-
Si…
-
Me preguntaba… -comenzó a decir.
- ¿Si?
– Iván y Alberto se la quedaron mirando.
Eva
se acercó.
-
¿Almorzamos juntos? Mis compañeros de la facultad de medicina han hecho un
picnic aquí cerca del campus. Será divertido. ¿Vamos?
-
Lo siento hermosa pero ya tenía planes de comer con Alberto, - comenzó a
decirle el mientras en la cara de Eva se pintaba la desilusión.
¿Hermosa?
¿La había llamado hermosa?
No
sabía a ciencia cierta si aquello era un halago o un insulto, ya que era obvio
que tenía un montón de kilos de más.
-
Lo siento Eva, -continuó el, - otra vez será ¿vale?
En
silencio ella lo vio de ir junto a su compañero; no tenía más remedio que
volver a casa y comer allí con Lina, su otra compañera de piso.
Vivían
los cuatro juntos, Iván, Alberto, Lina y ella.
Triste
entró en casa y se dirigió al cuarto de Lina.
Ya
debería estar acostumbrada a las negativas de Iván, tal vez incluso debería
renunciar, lo había pensado muchas veces, pero luego cuando miraba sus ojos
azules, sus carnosos labios y su cabello brillante con aquel corte de pelo tan
sensacional, volvía a intentar algo con él.
Lina
estaba como siempre experimentando con la química, que era la carrera que
estudiaba. Era la típica cerebrito, una científica loca empollona.
-
Hola Lina. ¿Qué tal?
-
Bien, creo que estoy a punto de descubrir algo importante. ¿Tú no comías con
Iván? –le preguntó.
-
Esa era la idea, -repuso triste, - he ido a la salida de clase para
proponérselo, pero nada, dice que había quedado para comer con Alberto.
Eva
suspiró resignada y Lina no le comentó nada.
Entonces
se fue a su cuarto.
Era
absurdo, ¿Por qué seguir engañándose? No tenía ninguna posibilidad con Iván en
absoluto.
¿Cómo
se iba a fijar un bombón de tío como aquel en una chica como ella? Gordita, con
gafas, pelo corto…
No
había nada que hacer y en el fondo lo sabía, pero como costaba renunciar a
alguien que te gusta de veras e incluso llevas en el corazón.
Entonces
sacó el móvil y pensó en llamar a su madre. Ella era la que siempre la entendía
mejor que nadie y le daba muy buenos consejos.
-
¿Mamá?
-
Hola cariño, ¿Cómo estás? – le contestó su progenitora.
-
Bien, como siempre.
-
¿Bien? Te noto algo decaída ¿no?
-
Bueno si, para que te lo voy a negar. Tú me conoces mejor que nadie.
-
¿Qué te ha pasado?
-
Nada, esa es la cuestión mamá, que nunca pasa nada en absoluto con la persona
que quiero que pase.
-
Ah, aquel chico del que me hablaste ¿no? Iván.
- Sí.
Hoy me llegué a Económicas para invitarlo a almorzar y me dijo que no podía,
que ya había quedado. Ni siquiera me mira más de dos segundos mami. No tengo
nada que hacer.
-
Si quieres vender un producto tienes que darle una buena y atractiva
presentación, nena.
-
¿De qué hablas mamá?
Al
otro lado del teléfono su madre rió.
-
Hablo de ti cariño. Tu sabes que para papá y para mi tú serás siempre preciosa.
Vemos en ti algo mas que la fachada, pero tienes que arreglar el exterior si
quieres que ese chico se fije en ti.
-
¿En serio dices que si me arreglo más él se fijará en mí?
-
Claro, es muy probable. A ver, tienes unos ahorrillos, asi que apúntate a un
gimnasio, ve a un centro de belleza y depílate las cejas, ponte lentillas y
tira esas gafas; ¿cuántas veces te lo hemos dicho? Y si quieres incluso te
puedes poner extensiones en el pelo. Cuando ese chico te vea asi y vestida de
otra forma más sexi, ya verás lo que pasa.
-
Joder mamá, no hay nadie como tu. Cuando ya iba a tirar la toalla tu tienes las
palabras justas para animarme y echarme una mano. Muchas gracias mami, seguiré
tu consejo.
-
Ya me contarás cariño. Un beso de papá y mío.
Con
otro estado de ánimo, Eva salió de su cuarto y fue a la cocina. Entonces y para
su sorpresa vio allí a Iván y a Alberto comiéndose una ensalada.
En
silencio cogió un plato. Por lo menos empezaría la dieta, lo cual le venía muy
bien.
- Vaya,
que sorpresa veros aquí, -les dijo sin poder evitar que el tono de su voz
sonara un poco irónico, - ¿no ibais a comer juntos?
-
Claro, - contestó Alberto, - pero fueron hamburguesas de un euro y estamos
muertos de hambre, jaja, ¿verdad Iván?
-
Claro, -contestó con la boca llena.
Eva
calló y no les dijo más nada, pero allá en su interior no podía evitar tener la
sensación de que Iván no había querido comer con ella, simple y llanamente eso,
y que lo de la comida con Alberto había sido solo una excusa. Bueno, podía
mentirle si quería. Ella por su parte estaba más que decidida a seguir los
consejos de su madre.
Alberto
e Iván terminaron de comer y se fueron a estudiar. Entonces vino Lina y cogió
un plato de ensalada.
-
¡Bieeen!, una ensalada, con lo que me gustan.
-
Déjate de rollos Lina, esto no le puede gustar a nadie, - le dijo Eva.
-
¿Y entonces por que la tomas tú?
-
Me voy a poner a régimen para perder los kilos que me sobran, si no de qué iba
a estar tomándome yo esta asquerosidad verde. Donde se ponga una buena pizza
repleta de queso…
-
A mí las pizzas no me engordan, - dijo Lina.
-
Ya lo sé, no hace falta que me lo pases por las narices. En cambio a mí me
engorda el aire que respiro.
La
otra rió.
Cuando
aquella noche Eva se metió en la cama, procuró no recordar el rechazo de Iván y
centrarse en sus nuevos planes. Tenía que cambiar fuera como fuese. Entonces
tal vez, solo tal vez, Iván sería suyo.
Continuará