- Este sitio es precioso Albert, me encanta, y tiene unas vistas geniales, - comentó Cristina al llegar a aquel local.
Aquella era
la segunda vez que quedaban los dos. Al principio ella estaba más cortada, pero
Alberto había tratado por todos los medios de distraerla y hacerla reír para
que se relajara y disfrutara de su compañía. Al fin y al cabo Enrique seguía
muy ocupado entre el trabajo y su nueva vida de desmadre sexual.
Enrique no
había vuelto a llamarlo para quedar, pero estaba seguro de que sus aventuras
continuaban, ya que sutilmente le preguntaba a ella.
- Abajo hay
varios instrumentos y un micrófono, y de vez en cuando hacen concursos. Una vez
me presenté, me puse a cantar y hasta llovió.
- ¿No
ganaste?
- Que va, -
rió Alberto, - solo faltó que me tiraran tomates.
- Qué
exagerado eres.
- ¿Y Enrique
qué? ¿Sigue llegando tarde a casa?
Ella lo miró
seria.
- Sí. Dice
que en el restaurante están a tope, y yo de momento no le pregunto.
- Escucha,
tengo una idea, - le dijo entonces Alberto.
- ¿Cuál?
- ¿Quieres
que te demuestre lo bien que canto?
Ella rió.
- Hay una
puesta de sol preciosa Albert, ¿para qué la vamos a estropear?
- Mira que
eres mala, - sonrió, - anda, termínate esa cerveza que nos vamos.
- Qué bonito
es esto, y qué nervios, - comentó ella antes de empezar.
- Sí, está
muy bien.
- No, pero
cuando era niña le cantaba a mi abuelo y decía que le encantaba. Lo mismo decía
eso para que no me echara a llorar.
- Esto
empieza nena, - advirtió él cuando empezó a sonar la canción.
Momentos después,
en el estribillo, sus voces se compenetraban perfectamente, motivadas y acordes
con la música, sin apenas desafinar.
Ambos
cantaban animados y contentos y se miraban a los ojos. Parecía que habían hecho
aquello toda la vida, o que al menos lo habían ensayado.
Cuando
terminaron de cantar, Alberto la acompañó hasta la puerta de su casa.
- Bueno,
pues ya estamos aquí. ¿Habrá vuelto Enrique?
Después lo
miró de forma dulce y sonrió sutilmente.
- Muchas
gracias Albert, gracias por la salida del otro día y por esta noche. Has sido
encantador y… me lo he pasado muy bien.
- Gracias a
ti preciosa. Me lo he pasado genial, y encima no se ha puesto a llover, con lo
cual he superado un trauma.
Ambos rieron
y se despidieron.
Cuando
Cristina entró en casa encendió una sola luz y se sentó en el sofá del salón.
Entonces recordó las palabras de Albert y supo que necesitaba hablar con
Enrique, que estaba preparada para ello.
Las dos
veces que había quedado con su antiguo amigo, le había pasado lo mismo; se
encontraba tan bien con él, se reían tanto y se sentía tan bien tratada, que
cuando volvía a casa era como bajar del cielo para ir directamente al infierno,
dejar de volar, de soñar, para tomar tierra y ser consciente de la cruda
realidad.
Una hora y
pico después, Enrique entró en casa.
El corazón
de ella comenzó a latir inquieto y nervioso.
- Buenas
noches Enrique, - lo saludó tras levantarse.
- Hola
cariño. No te esperaba levantada.
Hasta la
aguda pituitaria femenina llegó el innegable olor a alcohol.
- Me lo
imagino, - contestó muy seria.
Entonces se
detuvo y lo miró. Jamás pensó que llegaría el día en que tendría que decirle
aquella famosa frase:
- Enrique,
tenemos que hablar.
Continuará
Gracias a Alberto, por fin se ha decidido a hablar con Enrique. Lo que no sé qué sacará en claro porque Enrique no creo que le cuente lo que realmente pasa.
ResponderEliminarHola!! Me he leido todos los capítulos de la historia en un momento y ahora me he quedado con ganas de más...Eso me pasa por ansia jajaja pero es que se lee muy bien, es muy fluido todo y la historia me está gustando mucho. Quiero más!
ResponderEliminarY bueno, ahora el comentario decente. Enrique es un gilipollas, así de claro, está dejando escapar a una mujer preciosa y buena. Ya se arrepentirá ya. Y ademas, Cristina hace mejor pareja con Alberto, y él sí sabría darle todo lo que su amigo no.
A ver como va esa conversación, ella no se merece todo lo que su marido le está haciendo.