La semana
transcurrió con normalidad, y habría sido aburridamente monótona de no ser por
los whatsApps que le envió Saria disculpándose por sus palabras.
Ella lo
conocía, sabía lo que había desde hacía tiempo, lo que podía o no podía esperar
de él, pero a veces la pasión la embargaba y, en su deseo de ayudarlo, iba más
lejos, pero en el fondo, aunque no lo quisiera reconocer, sabía que Alberto no
era suyo, jamás lo sería.
El siguiente
viernes, cuando ya había anochecido y se preparaba para ir solo a tomar algo
por ahí, recibió una llamada inesperada.
- ¿Enrique?
¿En serio eres tú?
- Sí tío,
¿qué tal estás?
- Muy bien.
Joder cuanto tiempo sin saber de ti, de vosotros.
- Eso mismo
he pensado yo y por eso te llamo. ¿Quieres que quedemos en algún sitio y nos
ponemos al día?
- Claro.
Ahora mismo si quieres, - contestó mientras sentía aquel antiguo pellizco en su
interior y que ya tenía casi completamente olvidado.
Poco rato
después ambos se encontraban en la antigua cantina que había frente al puerto.
Alberto fue allí nervioso, como un flan, pero al ver a su antiguo amigo se
tranquilizó.
- Bueno, cuéntame,
- le pidió Enrique, - ¿qué tal tu vida? ¿Cómo están tus padres?
- Ellos
están bien, cada uno hace su vida por su cuenta, y mi madre tiene un… amigo
especial, - sonrió.
- ¿Y tú qué?
¿Te has casado o sigues siendo un soltero recalcitrante?
- Soy un
soltero de oro chaval, - rió, - al menos eso dicen mis amigas y las señoras del
barrio. ¿Y tú que tal? ¿Has ganado ya alguna estrella michelín?
- Que va,
sigo trabajando rutinariamente en el restaurante. De mi casa al trabajo y
viceversa. Un rollo.
- Podrías ir
a Master Chef, - sugirió Alberto con un poco de guasa.
- Déjate de
rollos tío.
- Bueno y
por lo demás ¿qué tal? ¿Habéis tenido niños?
- Ay por
favor, no me saques tú también el mismo tema.
- ¿Yo
también? ¿Y quién más te saca ese tema?
- Pues
Cristina, quien va a ser. Que quiere ser madre; está loca por tener un bebé
llorón cagándose todo el puto día y que no nos deje ir a ningún sitio.
- No, no lo
creo. Tú como eres libre y cuando estás con una chica me imagino que tomas
precauciones, pues estás tranquilo de que nadie te va a venir con el rollo del
bebé. Que ganas de complicarse la vida, de verdad.
- Pero… ¿en
serio no te apetece tener un crío con tu mujer?
- No, para
nada. Ni con mi mujer ni con nadie.
Alberto se
lo quedó mirando con una mezcla de rabia y lastima.
Jamás, ni en
el más loco de sus sueños, Enrique imaginaría lo que estaba pensando en ese
mismo momento.
Y en ese
preciso instante aparecieron dos bellezas, una de ellas Saria.
- Buenas
noches Alberto y compañía, - saludó la morena, - ¿qué tal?
Él se puso
de pie y le dio un abrazo.
- Saria,
Tifany, me alegro de veros. Estáis guapísimas. ¿Venís a tomaros algo?
- Si claro.
- Mira, os
presento a Enrique; somos amigos desde críos.
- Encantada,
- dijeron ambas.
- No
sabíamos que tuvieras un amigo tan guapo, - comentó Tifany sonriente, - ¿y a ti
qué tal te va Alberto? – la rubia se sentó frente a él.
- ¿En serio
conoces a Alberto desde críos? Nunca me había hablado de ti.
- Pues sí,
es cierto, lo que pasa es que llevamos vidas muy diferentes. Yo apenas salgo.
- Pues eso
tiene que cambiar. A ver si quedas un día con nosotras y te llevamos a un sitio
muy especial.
- ¿Qué
sitio?
- El club
Frenesí, ¿lo conoces?
- No, ni
idea.
- Pues
seguro que te encanta y nos lo pasamos genial. Apunta mi número.
Momentos
después las dos chicas se despidieron y se fueron a la barra a pedir algo para
beber. Entonces Enrique miró sonriente a Alberto.
- Joder tío,
no me lo puedo creer. ¿Esas son las amigas que tú frecuentas?
- Esas son
dos de ellas. Tengo más, - rió.
- ¿Te has
fijado en la rubia? ¡¡No llevaba bragas colega!! Seguro que no las llevaba. Y
la morena dice que me va a llevar al club Frenesí. Hasta me ha dado su número.
Apenas puedo creerlo.
- Pues ese
club es para gente muy lanzada Enrique, y no sé si tu…
- ¿Que yo
qué? Estoy loco por quedar con ellas e ir allí.
Enrique se
quedó en silencio un momento, pensativo.
- Espera,
¿por qué no me cambio por ti?
- Pero… ¿de
qué hablas?
- Hablo de
ser como tú, de llevar tu misma vida, quedar con esas chicas y con otras que tú
me presentes, divertirme, follármelas.
Alberto se
llevó las manos a la cabeza.
- ¿Pero
estás loco Enrique? Parece que se te olvida que estás casado con Cristina. Le
debes fidelidad. ¿Te vas a acostar con otras teniéndola a ella? ¿En serio tío?
- ¿Estás
seguro de lo que vas a hacer?
- Sí,
totalmente, - afirmó decidido.
Cuando por
fin Alberto llegó a casa dejó de disimular, de fingir.
Que no le
dijera nada a Cris…
En aquel
momento le hubiera dado una paliza que lo hubiera reventado.
Él se
enamoró de Cris, como un loco, cuando ambos eran apenas unos adolescentes, pero
justo cuando ella parecía corresponderle, su padre lo mandó al extranjero a
estudiar derecho. La llamó infinidad de veces, pero ella jamás le contestó, y
cuando volvió, Cris ya estaba casada con el gilipollas de Enrique, y ahora este
decía que estaba harto de la vida que llevaba y que pensaba ponerle los cuernos
con quien fuera.
Menudo
imbécil…
Me estaba imaginando que Alberto estaba enamorado de Cristina y así es. Enrique no me gustó al principio y ahora aún me gusta menos. A pesar de la vida que lleva Alberto, se ve que es un tío legal y no como el imbécil de Enrique.
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