Terminar de cenar con Abel, regresar a casa y encontrarse con César, fue como descender del cielo al infierno, y en vuelo directo además.
Virginia venía feliz, encantada por haber pasado una velada maravillosa al lado de un hombre encantador, pero su sonrisa, en lugar de suavizar a su pareja, no hizo sino enfurecerlo aún más.
- Vaya, por fin estás aquí. Ya pensé que no vendrías, - le dijo con una cara que hacía presagiar la tormenta.
- Hola
César, solo he ido a cenar con un antiguo compañero de instituto, nada más.
El darle
aquellas explicaciones la hacía sentir culpable de un delito que no había
“cometido”.
- De modo que mientras yo trabajo y te mantengo, tú te dedicas a irte a cenar por ahí y a ponerme los cuernos con un amiguito, ¿no es así?
Virginia quiso contestarle pero no le dio tiempo.
¡Maldita
zorra asquerosa! – le gritó, - ¿quién te crees que eres para salir y hacer lo
que te dé la gana, eh?
- César…
- ¿Qué clase de puta fulana tengo yo en mi casa? ¿Me lo quieres decir?
- Para empezar no soy ninguna puta ¿me oyes? – se envalentonó ella, - solo he salido con un antiguo amigo, nada más. La próxima vez que me insultes de esa manera, te juro que saldré por esta puerta y no me verás más el pelo, ¿entendiste?
César la miró
con gesto amenazante, una expresión que la atemorizaba más que cuando profería
gritos.
- De modo
que te permites el lujo de amenazarme, ¿no es así? Vienes de estar con tu
fulano y te has venido arriba.
- ¡¡¡Que sea la última vez que quedas con alguien!!! ¿Me has oído? ¿Te crees que puedes hacer lo que te dé la gana? ¡Tú vives aquí conmigo y me debes un respeto!
- Así que
como vuelvas a salir por ahí con quien sea y sin pedirme permiso, te juro que
te mataré, - le dijo con voz amenazante y siniestra.
Virginia lo
miró atemorizada; a estas alturas lo creía muy capaz de hacerle cualquier cosa.
Pero César
en lugar de calmarse la miró iracundo, con un odio imposible de ocultar.
- Maldita
zorra asquerosa… ¡Eres una puta, una fulana de mierda!
Había
pensado hacer lo de siempre y callarse, pero tras escucharlo decirle todos
aquellos insultos, Virginia no se pudo contener.
- ¿Y tú
quién te crees que eres para tratarme así? ¡Estoy harta de tus malos modos, de
tus insultos y tus malos tratos!
- ¡Voy a hacer
contigo lo que me dé la puta gana! ¿Me oyes? ¡Tú eres mía, me perteneces!
- De eso
nada, no te pertenezco ni a ti ni a nadie, - le contestó.
Entonces, sin previo aviso, César le dio un fuerte guantazo en la cara que casi la desestabiliza.
- ¡Me… me
has pegado…! – ella se llevó la mano a la mejilla dolorida.
- Te lo he
dicho antes, voy a hacer contigo lo que me dé la puta gana, así que más vale
que no te rebeles y me hagas caso.
- Cuando empezamos a vivir juntos… no pensé que llegaríamos a esto César, - lo miró a punto de echarse a llorar, - tú… creo que cuando sientes esa necesidad de agredirme y dominarme, es porque tienes un problema, y además uno muy gordo.
Fue solo terminar de decir aquello, y él volvió a golpearla, pero esta vez le asestó un fuerte puñetazo que la derribó en el suelo.
Virginia
tuvo que levantarse sin la ayuda de él, por supuesto. Entonces César la miró
serio.
- Espero que
esto te convenza de que aquí el que manda soy yo ¿entendido? No volverás a
salir sin mi permiso, y mucho menos para quedar con otro hombre.
- César, -
dijo ella con un hilo de voz, - no quiero seguir contigo, deseo… terminar.
- ¿Quieres
que vuelva a pegarte de nuevo?, - le dijo serio y amenazante, - porque si no dejas de decir sandeces puedo
volver a zurrarte.
Virginia
calló y no contestó. No tenía sentido hacerlo. ¿Para qué?
Se
encontraba atrapada y no podía liberarse de aquella prisión en la que se
encontraba.
Él no la
dejaría marchar, y ella nunca encontraría la salida.
Continuará
Ya me lo esperaba pero ella sí que tiene salida, contárselo a Abel que es abogado o buscarse un trabajo aunque sea de criada pero prefiero la primera opción.
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