- Vaya, pero
si es don Juan Tenorio. Has vuelto muy pronto ¿no? – le dijo Gabriela al ver
llegar a Abel.
- Me hubiera
gustado irme con ella a tomarnos una copa, pero no ha podido y se ha tenido que
ir.
Ambos hermanos se abrazaron con cariño. Siempre habían estado unidos, pero desde el fallecimiento del padre, aún más.
- Bueno, ¿y te ha dicho por qué no podía quedarse a tomar una copa? – le preguntó Gabriela.
- No, - dijo serio, - pero me da la sensación de que huye de algo, o que tiene problemas, no sé… no me lo ha dicho.
- Eso es lo
que digo yo Abel, ¿por qué no es totalmente abierta y sincera contigo? Yo no me
fiaría.
- Entonces
ella tampoco debería fiarse de mí hermanita, porque yo tampoco se lo he contado
todo, tú ya me entiendes.
- Lo sé,
pero a lo que voy, que cuando terminaste el instituto sufriste mucho aparte obviamente
del tema de la muerte de papá. Ella te hizo daño, y no quiero que vuelva a
hacerlo ¿comprendes?
- Tranquila,
ni ella es la misma ni yo tampoco. Ya no
somos dos adolescentes sin experiencia.
Gabriela
calló y no le dijo nada más, pero dentro de ella sabía que aquella chica
siempre había sido muy especial para su hermano, y no quería volver a verlo
sufrir.
A la mañana siguiente Abel se fue a trabajar. Normalmente atravesaba un parque y así cortaba camino para llegar al bufete.
Hacía un buen día y el parque se veía bonito, relajante, tal vez por eso muchas veces le daban ganas de sentarse en un banco de aquellos y no hacer nada, simplemente escuchar el trino de los pájaros, el agua de la fuente y disfrutar de paz.
Entonces, al
entrar en el parque, se dio cuenta de que en un banco que había más allá, bajo
un sauce, había una chica rubia.
Como estaba
peinada de otra manera y tenía la cabeza agachada, no estaba seguro, pero algo,
tal vez la intuición, le dijo que era Virginia.
Abel la
observó a medida que avanzaba hacia ella, y efectivamente era su amiga.
Estaba sola,
pensativa y parecía triste.
Ella volvió a agachar la cabeza y entonces él se alarmó; ¿estaba llorando?
Efectivamente Virginia lloraba, sollozaba incluso, y se la veía tan sola, tan triste, que Abel se emocionó y no pudo evitar preocuparse.
Echó a correr hacia ella mientras veía como se secaba las lágrimas.
- Hola
Virginia, - la saludó cuando llegó ante ella, - ¿cómo tú por aquí?
Ella volvía
el rostro y no lo miraba de frente.
- Hola Abel.
Me apetecía estar un rato aquí, tranquila… ¿Tú te vas a trabajar?
- Sí, pero
aún tengo tiempo, - contestó él sentándose a su lado en el banco.
Ella seguía
sin volver la cabeza y apenas lo miraba. Él se preocupó.
- Virginia,
¿por qué no me miras y pareces rehuirme? ¿Está todo bien? – preguntó dudando
mucho de eso.
Entonces
ella volvió lentamente la cabeza y lo miró. Todo el lado izquierdo de su cara
estaba amoratado, magullado, con heridas. Había llegado el momento de hablar
claro y contarle a él su realidad.
- No Abel,
las cosas no están bien, - le dijo, - vivo con César Cifuentes, un empresario,
y anoche cuando volví de nuestra cena… me golpeó varias veces. Por eso me he
soltado el pelo, para… disimular.
- Y por eso anoche no pude irme contigo a tomar una copa, porque sabía que él me estaría esperando enfadado. No soporta llegar a casa y que yo no esté.
Abel se
llevó las manos a la boca para tratar de impedir su natural reacción.
Estaba
horrorizado. ¿Qué clase de monstruo era capaz de hacerle aquello a una chica
tan especial como ella?
- Perdóname
por no haberte dicho nada desde el principio. Esto de… los malos tratos no lo
saben ni mis padres.
- Pero
Virginia, ¿qué haces con un hombre así? – le dijo preocupado, - es un monstruo,
un maltratador. Deberías denunciarlo.
- Estoy
atrapada Abel, - su rostro reflejaba una pena infinita, - mi madre me lo presentó,
y ninguno de los dos quiso que estudiara arte en la universidad. Él tampoco
quiere que trabaje.
- De esa forma, como no puedo aportar nada económicamente, él es quien manda y ordena. Es un hombre poderoso ¿sabes? Si lo denunciara no conseguiría nada.
- ¿Pero por qué no lo dejas? No deberías consentir que te tratara así.
- Anoche le dije que no quería seguir con él, que quería dejarlo, y me amenazó con volver a pegarme, dijo que si volvía a quedar con un hombre o a salir sin su permiso, me mataría, y te aseguro que es muy capaz de hacerlo.
- Por eso te he dicho que estoy atrapada Abel; si se me ocurre irme él me buscará y… acabará conmigo.
- Virginia, no estás sola, ahora estoy yo aquí y te puedo ayudar. Además soy abogado y…
En ese momento
sonó el móvil de Abel.
- Disculpa
un momento Virginia, - le dijo antes de contestar la llamada, - sí, hola
cariño… claro, voy para el trabajo…
Al escucharlo decir cariño, Virginia lo comprendió todo: Abel tenía pareja. Ella estaba pensando que al menos lo tendría a él para ayudarla, pero su novia se preguntaría que puñetas hacía con ella, incluso la noche anterior quedando para cenar. Él tal vez no tuvo la mala suerte de ella al volver a casa, pero su novia podría haberse mosqueado y con todo el derecho del mundo.
Virginia
esperó a que él terminara la conversación y cuando él cortó la llamada lo miró.
- Tengo que
irme Abel. Si me hubieras dicho que ibas a hablar con tu novia me habría ido
antes, pero quería despedirme de ti.
- Pero si no
me importa en absoluto que tú estés aquí mientras hablo…
- Ya, pero a ella tal vez sí le importe que tú hables conmigo o… que hayamos quedado para cenar.
Entonces
Virginia se puso de pie.
- Abel,
muchas gracias por… por tus consejos, por escucharme, pero ahora debo irme.
- Pero
Virginia, ¿a qué viene esa prisa? Quiero ayudarte, lo sabes.
Ella se lo
quedó mirando seria y triste durante un momento. Luego suspiró.
- Nadie
puede ayudarme Abel, nadie en absoluto. Adiós.
Entonces
comenzó a alejarse cabizbaja y abatida.
- Virginia…
Virginia no te vayas por favor - la llamó.
Pero ella
siguió alejándose y ya no regresó.
Continuará
Pensé que Abel estaría hablando con su hermana pues no creo que tenga novia pero me ha extrañado que no la haya desmentido así que me he quedado muy confusa. A ver si se aclara en el próximo capítulo.
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